El 1 de septiembre de 1939, luego de discusiones y amenazas, Alemania decidió invadir Polonia, provocando estupefacción en Europa, principalmente en Francia y Reino Unido, quienes dos días después de la actuación de Hitler, decidieron declarar la guerra a Alemania. Así inició la Segunda Guerra Mundial.
El mundo entero conocía el carácter temperamental e irascible del jefe militar alemán. Ese desenfreno provocó la muerte de casi 100 millones de personas, la destrucción de gran parte de las ciudades europeas, y de ciudades rusas, además del colapso de los regímenes de Alemania, Italia y el hundimiento moral de Japón, aparte de que Estados Unidos se involucró en la guerra, y su apoyo con el Plan Marshall terminó convirtiéndolo en la gran potencia universal que es hoy.
Cuando Vladimir Putin invadió Ucrania el 24 de febrero del 2022, lo hizo bajo el criterio de que sus soldados darían un paseo y rápidamente tendría el control de Ucrania por el rendimiento del disminuido ejército. Han pasado tres años, y se estima que el número de muertos de ambos bandos sobrepasa los 300 mil combatientes, además de los daños a la población civil, la destrucción de ciudades completas y la paralización de las actividades productivas. Una guerra puede comenzar como un sueño de grandeza, pero no se puede predecir cómo podría terminar. Las guerras siempre terminan siendo tragedias, horrores de la peor naturaleza y cuadros de destrucción y barbarie. Quien inicia una guerra es un criminal que no merece el perdón de Dios ni el perdón de los seres humanos.
El ministro de Relaciones Exteriores de la República Popular China, Wang Yi, escribió un mensaje de respuesta a las amenazas de Donald Trump de imponer aranceles y desatar una guerra arancelaria. Dijo que es ridículo desatar esa agresión contra China, que lo que ha hecho es apoyar a los Estados Unidos en la lucha contra el fentanilo. Y al final de su mensaje, luego de las tandas de acusaciones del presidente Trump, respondió lo siguiente:
“Si lo que Estados Unidos quiere es una guerra, ya sea una guerra arancelaria, una guerra comercial o cualquier otro tipo de guerra, estamos dispuestos a luchar hasta el final”.
El mensaje no gustó al secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, quien sintiéndose apoyado por el presidente Trump y en montura de la diplomacia agresiva que se ha inaugurado en la Casa Blanca, dijo lo siguiente:
"Estamos preparados. Los que anhelan la paz se preparan para la guerra. Por eso estamos reconstruyendo nuestro Ejército…el 'ethos' guerrero de Estados Unidos se debe a que vivimos en un mundo peligroso con países poderosos y de ideología muy diferente, que (los chinos) están aumentando rápidamente el gasto en defensa y la tecnología moderna”. Y agregó que "Quieren suplantar a EE.UU. Si queremos disuadir la guerra con los chinos u otros, tenemos que ser fuertes”.
Estamos frente a funcionarios de los Estados Unidos y China con gran poder y con poca experiencia, incluso de la propia capacidad de los estamentos militares norteamericanos. El secretario de Defensa es una persona que teóricamente conoce el sector, pero no se ha adentrado, por el escaso tiempo en la posición, para conocer los detalles de la capacidad de su país, y menos para conocer la capacidad desarrollada por los chinos en su industria militar.
Esa guerra militar no la querría nadie. Sería una hecatombe. Y sería la guerra de la sinrazón, porque Estados Unidos pelea y se resiste a aceptar que la Republica Popular China ha crecido en industria productiva, en tecnología, en movilidad, en armamentos y en la producción de microchips y computación cuántica más allá de los que Estados Unidos ha podido hacerlo. Esas diferencias no se resuelven con aranceles.
Trump se reunió con los representantes de la industria automotriz de Estados Unidos, quienes le dieron la información de que esa industria está integrada con Canadá y con México, y que castigar a ambos países con aranceles del 25% como dispuso Trump es un contrasentido, que terminará afectando a la economía norteamericana. Trumpo reculó y dijo un mes más sin aranceles para estudiar el fenómeno. Eso tal vez lo calculó, y se trata de una forma de asustar o de intranquilizar a los gobiernos de los países acusados: México, Canadá y China.
El presidente Trump podría tener excelentes asesores, pero su sesgo ideológico y su enfado con los demócratas no les deja ver con claridad la realidad de una economía globalizada, pactada hace docenas de años, que ha favorecido visiblemente a los Estados Unidos, porque le ha dado un poder que ningún otro país ha tenido jamás, salvo el poder del Imperio Romano durante 500 años.
Hablar de guerra ahora podría ser parte de una estrategia de amenazas y discusiones para ver quién es más fuerte. Es abusivo y desproporcionado recurrir a ese método de negociación, cuando se está frente al país más poderoso del mundo, enconado porque ha perdido terreno frente al más poderoso de los países emergentes. Es una irresponsabilidad.
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