Al cumplir cinco años en la silla presidencial, Luis Abinader está en la necesidad de replantearse algunas prioridades, no sólo por el legado que desea dejar como presidente de la República, sino porque se supone que su partido aspira a continuar en el poder con su próximo candidato presidencial. En efecto, el PRM está desafiado a ofrecer una campaña electoral atractiva, sustentada en la obra de gobierno de sus dos períodos, de 2020 a 2028.

Es verdad que siempre hay desgaste político, en el ejercicio del poder, y que es normal que la gente desee caras nuevas en la administración pública.

Una de las características del gobierno del presidente Abinader ha sido que el mandatario ha asumido el papel de portavoz de toda su administración.

Luis Abinader ha sido muy abierto, se ha expuesto. Ha probado muchas opciones. Discursos breves, de cinco minutos, con frecuencia, discursos más largos, ante entidades como el Congreso Nacional, y presentaciones periódicas ante los medios de comunicación. Ha Ofrecido muchas entrevistas a medios locales, y desde finales del 2023 inició La Semanal, que es un contacto frecuente, donde presente un tema y recibe variadas, distintas, y muchas veces insólitas preguntas de los asistentes a ese encuentro.

Luis ha sido el mejor vocero del gobierno. Sin embargo, esto ha traído consigo que los funcionarios principales han mantenido un silencio pernicioso, no se enteran de muchos temas, y responden con desaciertos preguntas que fácilmente podrían ser explicadas.

El presidente no exige a los ministros que expliquen lo que hacen, y los ministros dejan -con su silencio- que sea el presidente quien hable, con muy contadas excepciones. Eso también ha traído como consecuencia que los ministros contraten a muchos periodistas, y los tengan en sus áreas de relaciones públicas, y que a la vez paguen enormes montos de dinero a influencers y a “comunicadores” de la radio y la TV, y las redes sociales, que a su vez, atacan a otros funcionarios que prefieren hacer mutis y se niegan a pagar.

El rollo que existe es grande. La inconformidad es mayor, y la cantidad de miles de millones que se invierten en supuesta publicidad no hay manera de explicarla, porque no aparece, ni se refleja, ni se conocen resultados positivos. La idea que se tiene es que no hay que colocar publicidad, sino pagar a personeros que hablan en los medios, para que hablen bien de la gestión de un ministro o un director, o no lo critiquen. El desatino más tóxico que jamás se haya podido imaginar.

En ese sentido el gobierno del presidente Luis Abinader carece de una verdadera política institucional de comunicación y relación con los medios de comunicación formales. Se ha apelado a la vieja costumbre de alimentar la "amistad" con algunos medios y líderes de opinión que mantuvieron una relación similar con pasados presidentes. Y tendrían que pensar los estrategas del gobierno si este tipo de vínculo puede sustentarse en lealtad alguna, cuando se sabe de las veleidades de quienes se acomodan siempre con todo el que ejerce el poder.

El PRM como partido tiene grandes desafíos, al margen la gestión interna que se haga para construir candidaturas unitarias y sin quebraduras para las elecciones presidenciales, congresuales y municipales del 2028.

El PRM tiene que construir un relato, debe consolidar un equipo que haga frente al relato que ya se construye en las redes y en los medios, de ineficacia del gobierno. El PRM, como partido, no opera con eficacia, ni tiene voceros definidos ni empoderados en los medios por áreas de trabajo. Como partido, el PRM está ausente del debate político. Por lo menos eso luce, salvo contados dirigentes, que confirman la regla.

El presidente Luis Abinader tiene que ayudar al PRM en esa dirección. Pero como líder principal, hasta el 2028, Abinader debe afinar la conclusión de un gobierno que entregue con sólidas bases, con satisfacción de lo entregado, y con la claridad de que ha cumplido su misión de gobernar y administrar un país que ahora, se supone, se encuentra mejor que en 2020; se supone que hoy es más transparente, más desarrollado, con más institucionalidad, con menos corrupción, con mejores salarios, con menos desigualdades.

Pero hay falencias y áreas críticas. Hay muchas obras de infraestructuras que no se han concluido en cinco años. Hay problemas en servicios como el agua potable, electricidad, salud, la educación, entre otros, que generan muchas quejas y denuncias en la ciudadanía. Y la oposición, con astucia, aprovecha esas debilidades para atacar al gobierno y ganar apoyo.

En consecuencia, se debe esperar un replanteamiento del gobierno, ahora, una renovación que deje fuera a los funcionarios ineficientes, a quienes no tienen la capacidad de gestionar sus responsabilidades, a quienes tienen ambiciones y utilizan los recursos públicos para promoverse, y quienes desafinan en el coro oficial, cometiendo desvaríos y haciendo agendas paralelas a las del presidente y su equipo.

Son solo algunos desafíos, y el presidente los tiene y es de suponer que los conoce bien. Nos daremos cuenta en los próximos días hasta dónde se tiene el compromiso de renovar la administración del cambio, para que profundice los cambios.