El fin de semana falleció en Buenos Aires, Argentina, Sonia Henríquez-Ureña Hlito, la única hija que había sobrevivido del gran maestro Pedro Henríquez Ureña. Fue ella biógrafa de su padre, guardiana de sus archivos, memoria viva de los gestos y detalles más íntimos del gran maestro de América, fallecido el 11 de mayo de 1946, hace ahora 76 años.
La muerte de su hija más pequeña, Sonia, es una oportunidad para recordar la deuda que tiene la República Dominicana con la familia Henríquez Ureña, la más distinguida y que mayor aporte ha hecho a la cultura, al pensamiento humanístico, a la literatura y a la promoción de la República Dominicana a nivel internacional en mucho tiempo. Su padre Francisco Henríquez y Carvajal, médico, fue presidente de la República que nunca pudo asumir las funciones, por oposición de las fuerzas interventoras de los Estados Unidos (1916-1924). Su madre, Salomé Ureña de Henríquez, es la poetisa nacional, y una de las educadoras más finas con que ha contado República Dominicana, que instaló el Instituto de Señoritas y que reconvirtió en la creadora de los más elevados versos a las glorias de su patria. Los hijos de esta pareja fueron intelectuales de gran renombre, en especial Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña, con un magisterio que trascendió las fronteras y llegó hasta Cuba, Estados Unidos, México, Argentina, España y muchos otros países.
En varias ocasiones este diario ha planteado la necesidad de que las autoridades del gobierno asuman la familia Henríquez Ureña como un ejemplo, como intelectuales y educadores que se muestren como modelos, a través de la creación del museo de la familia Henríquez Ureña.
Existe un local, que irónicamente se mantiene inhabitado, el antiguo Hostal Nader, en la calle Luperón esquina Duarte, de la Ciudad Colonial. En el segundo nivel de esa residencia nació el 29 de junio de 1884 Pedro Henríquez Ureña. Ese podría ser el lugar del museo. Las obras de Salomé, Pedro, Max, Camila y otros miembros de la familia, como su tío Federico Henríquez y Carvajal, fundador de la Academia Dominicana de la Historia, podrían exponerse en ese museo, lo mismo que sus objetos personales, sus bibliotecas particulares, fotografías de época, algunos de los recuerdos dejados por Eugenio María de Hostos, como entrañable de esa familia y educador en sus primeros pasos de los hijos del matrimonio. Sería un centro cultural, de proyección internacional, que atraería a intelectuales, críticos, historiadores, analistas de la obra de la familia Henríquez Ureña. Tendría una clara vocación antillana, latinanoamericana, porque allí se podría generar un espacio de encuentros que, curiosamente, la Ciudad Colonial no tiene.
Sonia Henríquez donó parte de la biblioteca personal que quedó al morir su padre al Colegio de México. Otros documentos y anotaciones fueron entregados a la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, de la República Dominicana. El gobierno dominicano financió la recopilación de las obras completas de Pedro y Sonia acudió al país a brindar apoyo al Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, establecido por el gobierno dominicano para los intelectuales y escritores más renombrados, que lo han recibido destacados y reconocidos autores, entre ellos Mario Vargas Llosa.
El Ministerio de Cultura de la República Dominicana bien pudiera asumir esa responsabilidad. El país cuenta con pocos museos que reúnan obras de autores de la calidad y proyección de los que integraron la familia Henríquez Ureña. La inversión que requeriría sería mínima. Se podría integrar en esta iniciativa a la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, que si bien ya dispone de un modesto espacio dedicado al humanista dominicano, podría ser parte de esta gran iniciativa cultural.
La creación de este museo bien pudiera contar con el apoyo de instituciones como la Academia Dominicana de la Historia, la Academia Dominicana de la Lengua, el propio Ministerio de Cultura, además de historiadores, intelectuales, coleccionistas, y familiares y amigos que recibieron cartas, documentos, libros, recuerdos en los intercambios que sostuvieron con ellos. Blanca Delgado Malagón y Arístides Incháusegui publicaron hace algunos años el epistolario de los Henríquez Ureña, en una edición hermosa y con un contenido de elevado testimonio sobre las actividades artísticas, culturales, de teatro, danza y de literatura.
El país cuenta con especialistas en Pedro Henríquez Ureña que bien pudieran ser contratados para esta obra, igual que críticos conocedores profundamente de la poesía de Salomé, los textos de Max y de Camila. Entre ellos se podría mencionar a Miguel D. Mena, biógrafo y compilador de las obras completas de Pedro, Jorge Tena Reyes, autor de uno de los textos de análisis más completos sobre la obra de Pedro, Frank Moya Pons, que se inició en la investigación como asistente del doctor Max Henriquez Ureña, o Ylonka Nacidit-Perdomo, escritora que ha reunido una de las más amplias colecciones de documentos de la época en que los miembros de esta familia desarrollaron su labor intelectual.
Ahora que se hacen grandes inversiones en el desarrollo de la Ciudad Colonial por parte del BID y del Ministerio de Turismo, en un esfuerzo que en definitiva busca relanzar lo mejor de la cultura dominicana, un Museo Henríquez Ureña ofrecería múltiples ventajas. Mostraría no sólo objetos, sino también propiciaría encuentros y seguramente publicaciones en torno a esta familia tan amplia, diversa y productiva. Estamos ante el legado de seis grandes de la cultura dominicana: Salomé Ureña, los tres hermanos Henríquez Ureña (Pedro, Camila y Max), a los dos Henríquez y Carvajal (Francisco y Federico). Muchas disciplinas pudieran interactuar en ese espacio: Humanidades, Educación, Letras, Medicina, Derecho. Academia y Turismo tendrían espacios compartidos.
Ojalá y este reto pueda ser asumido con esa vocación de innovación que demandan estos tiempos.
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