La Ciudad Colonial es la joya más preciada de la capital dominicana. O debía serlo. Es el único espacio que existe en la capital para caminar. Allí hay parques, calles peatonales, espacios públicos en donde hay riquezas para admirar. Pero el deterioro es ostensible. Las autoridades de los ministerios de Turismo, de Cultura y Medio Ambiente podrían coordinarse con mayor efectividad y creatividad. Lamentablemente no lo hacen.
El Ayuntamiento del Distrito Nacional podría jugar un rol de primer orden en este espacio histórico. Por ejemplo, hay que rescatar la donación de México a la sociedad dominicana, con la estatua y el monumento en homenaje a Fray Antón de Montesinos, contiguo a la Ciudad Colonial, y muy cerca del parque dedicado a la poetisa puertorriqueña Julia de Burgos. Corresponde al ADN coordinar y ampliar la regulación del tránsito y habilitar parqueos públicos y privados, y mejorar los existentes, que son un gran desorden, y en los que la ciudad pierde cientos de miles de pesos que pagan los ciudadanos.
Plazas como la del Padre Las Casas, en la Padre Billini con Hostos, o Padre Billini, en la Arzobispo Meriño con Padre Billini, podrían recuperarse y mejorarse su acceso y disfrute, y no exclusivamente para un mercadito de venta de ropas o entregada a dos restaurantes exclusivos y de alto costo, y lugares como la Fortaleza Ozama o la Casa de Rodrigo de Bastidas, una al lado de la otra, así como la primera Escuela Normal creada por Eugenio María de Hostos, pudieran ser para actividades permanentes en el ámbito de la cultura. El Museo Trampolín, que se encuentra en la Rodrigo de Bastidas, es una pésima ubicación. En la Plaza de la Cultura, en el centro de la ciudad, debe ubicarse un lugar más adecuado para ese museo, y no en la Ciudad Colonial. Lo mismo ocurre con la Escuela Normal, entregada a la Pastoral Juvenil, en uno de los más contradictorios actos al maestro y educador puertorriqueño.
Han ido surgiendo lugares recreativos nuevos, que son admirables en sus actividades y en el ambiente que crean, como la librería Mamey, ubicada en la calle Las Mercedes, en la antigua residencia de Don Emilio Rodríguez Demorizi. O sitios antiguos, que debieran tener apoyo y asesoría de los ministerios de Cultura y Turismo, como la histórica y emblemática Cafetera de la calle El Conde, deteriorada y desperdiciada en la multiplicidad de actividades que pudiera albergar, además de exposiciones pictóricas de viejos y nuevos pintores dominicanos.
Los museos de mayor interés de la Ciudad Colonial, como El Alcázar de Colón, el Museo de las Casas Reales o el Museo de las Familias Dominicanas, se encuentran abandonados y en franco deterioro. Claro, que si evaluamos la situación de los Museos de la Plaza de la Cultura, la situación es aún más precaria y peligrosa.
Si la restauración del hotel Francés, que parcialmente se destruyó, ha costado 800 mil dólares, imaginemos los riesgos a los que nos exponemos con el abandono que existe en lugares como las Ruinas de San Francisco o del Hospital San Nicolás de Bari. El remozamiento de la Ciudad Colonial por parte del Ministerio de Turismo se quedó en las calles y en la creación de espacios peatonales. Otras intervenciones no las ha habido, y menos ha habido coordinaciones para dar un eso adecuado a los espacios coloniales. Lo hemos dejado todo a los restauranteros y algunas familias y empresas que han apostado por los espacios exclusivos y distinguidos, como los hoteles boutiques que representan las Casas del Siglo XVI, que tienen cada día más habitaciones disponibles. El Hostal Nicolás de Obando sigue siendo un espacio hermoso, bien conservado, y en donde es posible realizar actividades.
Otros espacios de fácil acceso y de potencial mejor uso son las casas en manos de la Sociedad de Bibliófilos y de la Academia de Ciencias, ubicadas en la calle Las Damas.
Finalmente, la vieja ciudad y sus autoridades tienen una deuda con la familia Henríquez Ureña. Allí nacieron los hermanos Pedro, Max, Camila y Francisco Henríquez Ureña. Allí nació Salomé Ureña, allí se encuentra la famosa Escuela de Señoritas, y también la casa en la que nació el gran Pedro Henríquez Ureña, ubicada en la calle Sánchez. La Ciudad Colonial debe tener un museo dedicado a la familia Henríquez Ureña. Sería un acto de justicia con esa familia, pero también sería un atractivo turístico y cultural de gran valor. Ojalá que puedan asumir este desafío.