Pedro Henríquez Ureña es el intelectual más prominente de todos los que han nacido en la República Dominicana. Su labor como crítico, escritor, pensador, organizador cultural, editor y periodista se proyectó esencialmente en México, Argentina, Estados Unidos y Cuba, pero también tuvo resonancia en España y en casi todos los países de América Latina.
El pasado 29 de junio se cumplieron 134 años de su nacimiento, y con ese motivo Acento publicó un editorial sugiriendo al Ministerio de Cultura fundar un Museo en la casa en que nació Pedro Henríquez Ureña, en 1884. Erróneamente identificamos la casa de su tío, Federico Henríquez y Carvajal, ubicada en la calle Sánchez de la Ciudad Colonial.
Pedro Henríquez Ureña nació el 29 de junio de 1884 en la calle Luperón esquina Duarte, en el segundo piso de un edificio que hoy se identifica como antiguo Hotel Nader. El edificio no está en uso en este momento, aunque la familia Nader tiene el proyecto de renovar la edificación y volver a establecer un hotel allí. El Ministerio de Cultura podría realizar algún tipo de acuerdo, ya sea mediante una permuta o adquirir el inmueble y realizar allí un museo que recoja los documentos, bienes, libros, cartas, imágenes tanto de Pedro Henríquez Ureña como de sus padres, la poeta Salomé Ureña y el abogado y médico Francisco Henríquez y Carvajal. Por supuesto, que ese museo podría recoger piezas de valor de los también intelectuales Max Henríquez Ureña y Camila Henríquez Ureña. ambos hermanos menores de Pedro.
El primero que debe entender el valor de estos personajes, y en particular de Pedro, es el Ministerio de Cultura, que ya patrocinó la edición de sus obras completas, en un trabajo minucioso realizado por el intelectual Miguel D. Mena. También Jorge Tena Reyes publicó el año pasado un voluminoso libro sobre la vida y la obra de Pedro. Antes, el doctor Andrés L. Mateo había publicado su libro Errancia y Creación: Pedro Henríquez Ureña. Son muchas las publicaciones, tesis, estudios, conferencias que cotidianamente en España, México, Argentina, Cuba y Estados Unidos genera la figura del maestro Pedro Henríquez Ureña. El “Sócrates” dominicano, como lo identificaban algunos amigos en México.
Pedro jamás pretendió gloria, ni la buscó, y a sí mismo se consideraba un escritor y crítico en construcción. Era un hombre sumamente humilde, pero tenía muy claras sus ideas políticas, contra los dictadores, contra los invasores, apostando siempre a la educación de la sociedad. El intelectual mexicano Enrique Krauze lo define como “un marinero intelectual. Su huella quedó en las tertulias de los puertos, en las cartas a los amigos, en sus múltiples travesías y en el mar”. Andrés L. Mateo sostiene que Pedro fue guiado por la gloria que le atribuía, de joven, el poema que le escribió su madre, Salomé Ureña, titulado Mi Pedro.
Se dignificaría el Ministerio de Cultura creando el Museo de Pedro Henríquez Ureña en la Ciudad Colonial. Sería un punto adicional para el mejoramiento y la creación de espacios para la cultura en la ciudad antigua. Pedro fue un hombre de la cultura como pocos lo fueron o lo han sido. Su búsqueda de la perfección lo dominaba. Erraba por los países y las ciudades sembrando conocimientos, y así se le recuerda en todos los lugares por donde pasó. “Su tierra prometida no estaba en territorio alguno sino en los libros: era la cultura y la lengua de España y América. De esa patria espiritual lo fue casi todo: inventor y profeta, descubridor y conquistador, historiador y cronista, misionero y maestro”, escribe Enrique Krauze sobre Pedro Henríquez Ureña.
Eduardo Selman, como ministro de Cultura, y su equipo de intelectuales que le acompaña, pudieran ponderar la idea de instalar un museo en la casa donde nació Pedro Henríquez Ureña. Un Estado que se gasta tantos millones de pesos pagando propaganda de un asesor brasileño, bien podría dedicar unos centavos para reconocer la figura, y potenciarla como lamentablemente no se ha hecho nunca, de Pedro Henríquez Ureña. Tenemos ahora la oportunidad. El lugar de nacimiento de Pedro está ocioso y podría ser adquirido por el Estado Dominicano.
Pedro siempre quiso regresar al país. Amo con pasión su terruño. Escribió sobre la cultura y la historia dominicana como pocos. Pedro rechazó adoptar otra nacionalidad que le fue ofrecida, pese a que ello representaba una mejoría en su precaria y dolorosa situación. Vino al país a trabajar como Intendente de Educación en el inicio de la dictadura de Trujillo, pero no soportó el agobio, y terminó quedándose en Argentina, como maestro. Rechazó una designación que quiso hacerle Trujillo en el servicio exterior.
Siendo aún un hombre relativamente joven, con apenas 62 años, falleció en Argentina el 11 de mayo de 1946. Murió en el tren que lo conducía de Buenos Aires a La Plata, con destino al Colegio Nacional de La Plata.
Apresuradamente llegó al andén cuando el tren arrancaba, y corrió para alcanzarlo. Logró subir al tren. Un compañero, el profesor Cortina, le hizo seña de que había a su lado un puesto vacío. Cuando iba a ocuparlo, se desplomó sobre el asiento.
Pese a que sus restos encuentran en el Panteón Nacional, juntos a los de su adorada madre Salomé, la República Dominicana no ha completado el homenaje que un intelectual de la dimensión de Pedro Henríquez Ureña merece.