Como en la guerra, nadie gana un debate manteniéndose todo el tiempo a la defensiva. Con esa aptitud, lo más que se puede lograr es evitar perder. Y este no fue el caso de Donald Trump la noche del 10 de septiembre.

Durante los 90 minutos del debate, su contrincante logró mantenerlo a la defensiva, repitiendo como un disco rayado que los inmigrantes están destruyendo a Estados Unidos y que debido a la inflación los estadounidenses ya ni siquiera alcanzan a comer.

Su único acierto fue su pertinente y repetida pregunta Why didn’t you? para replicar las propuestas de su oponente.

Es válido dudar de la seriedad de la promesa de una nueva vía de quien forma parte una administración.

Sobre todos los otros temas, Trump no hizo otra cosa que repetir incongruencias y groseras mentiras.

  • Más de veinte millones de inmigrantes ilegales, criminales en su mayoría, están destruyendo a Estados Unidos. En realidad, son once millones, y solo un puñado de criminales se ha colado entre los millones de desesperados de este mundo que entran ilegalmente en ese país en busca de una vida mejor.
  • Los inmigrantes ilegales se están comiendo los animalitos de la gente (patos, gatos, perros), infundio desmentido por los mismos moderadores del debate.
  • Los demócratas están matando bebés recién nacidos en los Estados donde gobiernan. También desmentido por los moderadores.
  • Y, finalmente, la falacia de que antes de tomar posesión de su cargo, parará la guerra en Ucrania, con tan solo dos llamadas telefónicas.

Pero su lamentable desempeño en el debate no se queda en haberse mantenido todo el tiempo arrinconado a la defensiva repitiendo mentiras, también jugó contra él su desastrosa postura y lenguaje corporal (apariencia física, gestos, miradas, expresión facial, distancia). Creo que, hasta vestir un traje azul, color del Partido Demócrata, fue un desatino. Claro, no por eso debió ir vestido de rojo, pero al menos un color neutro, negro o gris.

Desde el inicio del debate, es Harris que se dirige a él para estrecharle la mano, en una imagen que refleja la decencia de la primera y la falta de caballerosidad y arrogancia del segundo.

Lució toda la noche incomodo, irritado y, por momentos, desordenado. En dos ocasiones el animador David Muir le preguntó si lamentaba sus acciones durante las turbas que asaltaron el Capitolio el 6 de enero 2021, limitándose a repetir, con todo cinismo, “yo no tengo nada que ver con el 6 de enero” y reenviar la responsabilidad del caos que él incitó al alcalde de Washington y a la antigua presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

Otro momento embarazoso para él fue cuando se le cuestionó sobre su plan para garantizar cobertura de salud a los norteamericanos, limitándose a responder que tenía un concepto de plan.

“¿Entonces usted no tiene un plan?”, replicó el moderador.

“Yo todavía no soy presidente.”

¡Uf!, un aspirante a la presidencia que no tiene un plan para un asunto tan importante como la cobertura de salud de los 333 millones de sus habitantes.

Otro fue el desempeño de Kamala Harris.

En su postura y lenguaje corporal estuvo impecable. Con su sobrio atuendo negro, estuvo todo el tiempo relajada y sonriente, sin reflejar en su sonrisa sarcasmo, sino más bien lástima por el mitómano que tenía enfrente.

Creo que su defensa en favor del derecho de las mujeres a disponer de su cuerpo agradó a los oídos de millones de mujeres. También su oportuno señalamiento de que gracias a la administración Trump mujeres violadas y adolescentes víctimas de incesto son hoy obligadas a llevar a términos sus embarazos en varios estados o tienen que costearse un viaje al extranjero para practicarse un aborto.

Supo guardar distancia de su propia administración con su atinada salida I’m not Joe Biden.

Sin embargo, pienso que fue un desacierto no haber defendido lo suficiente el balance económico de su propia administración. Es cierto que durante su administración ha crecido la inflación, como le recriminó Trump a todo lo largo del debate, pero los indicadores económicos del país son buenos, baja tasa de desempleo, un incremento de los salarios que supera la inflación y un robusto crecimiento económico. Claro, una cosa son los indicadores económicos y otra lo que vive y siente la gente en la cotidianidad, pero los buenos indicadores económicos siguen siendo el argumento favorito de todos los gobiernos para defender sus gestiones.

Por lo demás, estuvo muy bien. No creo que llegara a la excelencia, pero pienso que logró lo más importante en este tipo de ejercicio: conectar con las emociones del electorado, particularmente con los indecisos que son los que en definitiva decidirán estas elecciones.

En los próximos días se verá si este debate tuvo o no impacto en la intención de voto del electorado.

Ya hay algunos indicios. La estrella del pop Taylor Swift, que tiene cerca de 300 millones de abonados en su Instagram, y hasta ahora no había hecho explícito su apoyo a Harris, se destapó anoche por ese mismo medio con un “Kamala Harris, una dirigente sólida y talentosa.”

Como mucha gente de mi generación, no doy gran importancia al apoyo de un artista que es seguido en las redes por millones de personas, pero este no parece ser el caso de los jóvenes de hoy, franja del electorado donde se encuentran muchos indecisos.

¿Habrá comenzado Harris a mover la aguja a su favor?

Ya veremos.

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