Cada año, cuando los huracanes y tormentas tropicales amenazan el Caribe, la República Dominicana vuelve a enfrentarse a su vulnerabilidad ambiental.
Inundaciones, deslizamientos de tierra, daños en viviendas y cosechas perdidas son ya una dolorosa rutina.
Sin embargo, la magnitud de los daños no es solo obra de la naturaleza: también refleja las debilidades en nuestra planificación, gestión del territorio y educación ambiental.
Si queremos un futuro más seguro, debemos asumir que la resiliencia no se decreta: se construye.
En primer lugar, urge fortalecer la planificación urbana y territorial. Muchas comunidades vulnerables se levantan en zonas de alto riesgo —riberas de ríos, laderas inestables o áreas costeras sin protección—.
El Estado, junto con los municipios, debe aplicar y hacer cumplir con rigor los planes de uso de suelo y las normas de construcción resiliente, garantizando además vivienda digna para las familias que hoy viven en peligro constante.
Si integramos el conocimiento científico, la voluntad política y la participación ciudadana, podremos transformar la vulnerabilidad en oportunidad.
Asimismo, es indispensable invertir en infraestructura verde y azul: sistemas de drenaje sostenibles, reforestación de cuencas, restauración de manglares y arrecifes de coral. Estos ecosistemas naturales son escudos eficaces contra las inundaciones y la erosión costera. Protegerlos es una estrategia de seguridad nacional, no un lujo ambiental.
Otro frente clave es la educación y la cultura del riesgo. La ciudadanía necesita comprender cómo actuar antes, durante y después de un evento climático extremo. Incluir la gestión de riesgos en los programas escolares, y fomentar simulacros y capacitación comunitaria, puede salvar vidas y reducir pérdidas materiales.
Y, algo indispensable, la resiliencia requiere financiamiento y cooperación internacional, pero también transparencia en la gestión de los recursos climáticos.
Cada peso destinado a mitigación y adaptación debe traducirse en resultados visibles: comunidades más seguras, infraestructuras más sólidas y ecosistemas más sanos.
La República Dominicana no puede cambiar su geografía, pero sí puede cambiar su relación con ella.
Si integramos el conocimiento científico, la voluntad política y la participación ciudadana, podremos transformar la vulnerabilidad en oportunidad. Ser resilientes no significa resistir el golpe, sino prepararse para que ese golpe duela menos —y para que el país se levante más fuerte cada vez.
Compartir esta nota