Hay poetas que se adhieren a una escuela, una generación o una estética como quien se acerca a un templo con las manos abiertas. Y hay otros, raros, indóciles, de respiración oblicua, a quienes no les ha sido concedido elegir. Son elegidos. Su destino es ser convocados por la poesía misma, como si una fuerza anterior al lenguaje les tocara el pecho y dijera: ¡decidme, mostradme como un ojo que mira desde el envés del agua!… Entre estos elegidos se encuentra Yky Tejada, poeta mocano cuya obra, libre, indomable, de espesura mineral y luminosidad líquida, no pertenece por filiación a la poética taocuántica, pero sí por proximidad ontológica. Porque la taocuántica, más que un movimiento, es una respiración del vacío que al vibrar se fecunda. Y dondequiera que un poeta respire ese misterio, allí hay, inevitablemente, un pariente.
La poesía, en su forma más profunda, no es oficio ni estilo; es un temblor de luz en la carne que necesita intermediarios para manifestarse de este lado, en esta frecuencia en la que estamos siendo. Yky Tejada pertenece a esa estirpe de intermediarios: poetas que escriben porque no hacerlo sería una traición a una presencia interior que los sobrepasa, verdades a las que arriban mediante múltiples vías (la intuición, las revelaciones, develaciones, la gracia que discurre en la actitud contemplativa, el arrebato por méritos espirituales a planos de la conciencia a los que acceden por las habitaciones del amor sagrado)… Entonces, su escritura parece provenir de un lugar anterior al pensamiento, como si llegara desde los repliegues que anteceden al sueño. Y en esa condición previa, casi prenatal del lenguaje, la poesía taocuántica lo reconoce: reconoce su modo de ir al centro sin explicar los bordes, su modo de tocar la experiencia sin apresarla en conceptos, su manera de convertir la realidad en un tejido vibratorio donde lo manifiesto y lo inmanifiesto se rozan, para que todo sea en equilibrio… Yky no es taocuántico por adscripción, pero sí por destino.
Una de las claves de la taocuántica es la noción de mirada creadora. La conciencia no solo contempla, sino que altera aquello que contempla. En esa frontera, donde el observador participa en la ontología de lo observado, Yky Tejada respira con naturalidad. Su poesía no describe, crea; no explica, desnuda, situándole en la intemperie del amor sagrado. Su oficio es un despojo, un modo de sustraer capas hasta dejar quedar solo lo esencial. Y a veces lo esencial no es un significado, sino una vibración, un estremecimiento, una línea que parece escrita por alguien que escucha lo que el mundo le dice con una voz que no pertenece a ningún lenguaje humano, sino a la expresión del protoidioma; ese modo en que las esencialidades se enuncian a sí mismas… Su gesto creador coincide con el modelo taocuántico porque ambos entienden que el poema no es un mensaje, sino un campo energético en el que están disponibles todas las posibilidades. Y aunque no busca ser parte del inventario de la taocuántica, del ideal que esta postula, Yky Tejada comparte con ella un territorio común:
LA EXPLORACIÓN DE LO INDECIBLE
1- El contorno de sombra que define la luz: En Yky, lo luminoso contiene su aura o borde de sombra, para que el resplandor no enceguezca la mirada en su reverso íntimo. Esto coincide con la taocuántica, que entiende la sombra como la condición vibratoria que hace posible la forma; pues, como ya se me adelantó alguien al decir, se necesita una mitad de sombra para ver el mundo, porque la luz total enceguece. Y esto es algo que deviene de un lugar del poema “Cementerio marino”, de Paul Valéry: “Devolver la luz supone taciturna mitad sumida en sombra”.
2- La simultaneidad del Ser: Yky Tejada escribe desde lugares simultáneos: su yo es y no es él; su voz es y no es humana; el poema acontece dentro y fuera a la vez. Esta simultaneidad es un principio fundamental en la poética taocuántica, en la que nada se concibe separado.
3- El enigma como método: La taocuántica afirma que el enigma es una forma de conocimiento. Yky Tejada escribe desde una región donde el enigma supera a la respuesta, para ser sentido de lo continuo, de lo sucesivo como redondez de lo permanente.
4- El lenguaje como umbral: En él, las palabras no designan: señalan lo que aún está naciendo. Son semillas vibrantes, subpartículas danzantes; son, en esencia, quantums embriagados por la música que precede lo sensorial, como bucles de tiempo desde los cuales se nos muestra lo ilusorio, lo que damos por certeza a lo interno de la vigilia del sueño.
Por eso la poesía, esa entidad que a veces es viento, a veces es fuego de frías alas y a veces es pura respiración, lo eligió a él, no para incluirlo en una estética o entidad que lo limite en su ser, sino para hacer evidente que las estéticas solo existen para reconocer ciertas resonancias profundas que validan que las cosas sean; pues, no es que Yky Tejada se acerque a voluntad a la taocuántica, es que la taocuántica, al expandirse en su exploración del misterio, llega a donde él ya estaba.

Su obra, quieta a veces como un estanque, turbulenta a veces como un nacimiento, se comporta como un cristal fractal. Basta mirar un fragmento para ver el Todo. Y ese todo no es un sistema poético, sino una relación íntima con lo real: la certeza de que el mundo es una respiración que busca ser testimoniada mediante ecuaciones de imágenes de la música visual que le es natural, arcanos mayores que se dicen sin palabras. Por eso su cercanía a la taocuántica no es teórica ni doctrinal, sino ontológica: ambos beben de la misma fuente, ese manantial donde lo que existe vibra y lo que vibra intenta decirse.
Un rasgo esencial en la poética de este poeta mocano, cuya sensibilidad le abraza por razones telúricas, es su capacidad de dejarse tocar por la esencialidad de lo real, por La Realidad Pura, ser permeable, ser herida abierta por donde entra la luz, para ser instrumento que se hace resonancia tan solo por ser en sus raíces naturales. Y esa condición es clave en la poética taocuántica, que, sin ser camisa de fuerza, hace entendible que el poeta no oficia imponiendo su voluntad, sino que escucha la voluntad del poema; y que este es un testimonio de un proceso experiencial fruto de las vivencias, espejos que se miran a sí mismos y a su modo.
Hay en Yky Tejada una humildad que también concibe la taocuántica: el reconocimiento de que el poeta no es quien inventa la belleza, sino quien se vuelve transparente para que la belleza lo atraviese sin quebrarlo, lo que es el otro modo de postular lo que ya hemos enunciado, al decir de la belleza como resplandor del Ser de las cosas que se asoma hacia esta ladera de la realidad; digamos, hacia esta frecuencia en la que creemos ser… Su poesía no se propone caminar junto a los taocuánticos; no tiene propósito en ello: participa del mismo misterio que los convoca. Es como un astro que no pertenece a una constelación, pero cuya luz favorece las mismas nocturnidades.
Yky Tejada escribe como si cada poema fuera un espejo que nos refleja sin mostrarnos. Como si el verdadero rostro del lector estuviera siempre a punto de aparecer en una fisura de la palabra. Y esa condición, la del poema como umbral del Ser, es uno de los pilares de la poética taocuántica… Podría decirse, entonces, que Yky Tejada es un hermano hermético de esa tradición: no discípulo, no seguidor, no miembro; pero sí resonancia; porque la poesía, cuando elige a alguien, no pregunta por escuelas, movimientos, estética, solo indaga la disponibilidad del poeta hacia ella como una necesidad intrínseca a su ser. Y la de Yky Tejada siempre ha estado dispuesta: es orfebre de la palabra que habita lo sin nombre. Y eso lo hace singular.
En tiempos donde las estéticas a veces se vuelven territorios, Yky Tejada habita un lugar más amplio: el de la poesía como fenómeno elemental. Lo que lo aproxima a la taocuántica no es la intención, sino su frecuencia en la encimada órbita de la espiral de su proceso espiritual. No es la técnica, sino la relación con el misterio. No es la pertenencia, sino la resonancia invisible entre quienes han sido elegidos por el mismo enigma. Su nombre puede pronunciarse al lado de los taocuánticos sin contradecir su independencia, pues el vínculo trasciende los contextos espaciales y temporales. Porque es la poesía, ese animal antiguo, ese eco sin origen, quien lo puso allí. Y cuando la poesía elige, ninguna frontera estética e interés puede impedir su designio.
Yky Tejada no es taocuántico por decisión; pero la taocuántica lo reconoce. Y la poesía lo reclama.
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