Miguel Yarull nos tiene bien acostumbrados a una narrativa puntual, sin eufemismos ni ornamentos, con la poesía justa para marcar el ritmo y la conciencia del guionista que sabe que, como dijo Mamet, hay que entrar tarde y salir temprano de las escenas. Guapo, su novela publicada por Ediciones La Pereza y editada por Soraya Pina y Dagoberto Sásiga, es una historia de amor centrada en el paternalismo. No hablo de machismo ni toxicidad como etiquetas fáciles, sino del núcleo: la figura del padre como sombra que organiza la vida de los hijos y, por extensión, la historia de un país.
La trama se sitúa principalmente en el Gran Santo Domingo, antes de que fuera “Gran”, en la decada del neoliberalismo noventero. Arranca con la muerte del padre, un militar de la vieja guardia, símbolo de un poder que resiste. Sus dos hijos, Darío y David, parecen opuestos, pero están unidos por un vínculo fraternal que la inmadurez y la carencia confunden con odio. Ese desbalance encuentra su punto de fuga en la tercera generación: el nieto DJ, que, aunque alejado del abuelo por años luz, traza efectivamente esa línea social de nuestro medio. En pocas palabras, la distancia no destiñe los lazos de sangre. Ese salto me fascina porque confirma una regla esencial de la buena narrativa: los personajes cambian, aunque sea por vía vicaria.
Desde la primera escena, el velorio, Yarull nos mete en una historia difícil: la del hijo rebelde que regresa para desestabilizar la familia. El narrador dibuja personajes creíbles, complejos. Es fácil odiar al hermano menor, seductor en su peligrosidad, pero basta seguirlo por los pasillos de la casa y escuchar el violín que toca el niño que fue para entender que su rabia no es simple deseo de ser el más guapo, sino una herida abierta por la confusión del amor y la imposición de un modelo imposible.
Esta introspección da pie para que, entrando y saliendo de esos juegos atemporales, viajemos a la niñez de los hermanos y la relación en el entorno familiar, que va más allá del padre y la madre e incluye al cuerpo de personajes que complementa el cuadro de la historia. Aclaro aquí que, si bien hablo de un paternalismo averiado, esto está muy alejado de un asunto de género. En este sentido, nuestros problemas con el paternalismo tienen que ver tanto con el padre como con la madre, ya que la figura creada del “Dominicano Macho” tiene que ver menos con el género y más con una actitud histórico-social. Hay estudios sobre esto, pero sugiero que encuentres ejemplos en la ficción, que es más divertido. Lo verás en Rita Indiana, en los textos de Junot Díaz que enmascaran las contradicciones de nuestra masculinidad y muy recientemente en textos de Johan Mijaíl, por nombrar una muestra breve de esta bibliografía que se ocupa de las maneras en que nos relacionamos con la ruptura paternalista y la decepción que hemos causado a nuestros mayores por en ocasiones contrariar la metáfora de ser un macho seco, sacudío y medío por buen cajón.
En Guapo encontrarás también el retrato transversal de la sociedad dominicana en varios de sus niveles. Estas cosas pueden leerse muy bien en los cuentos y guiones anteriores de Miguel, con la particularidad de que el campo amplio de la novela le sirve para desarrollar algunos temas sociales más a fondo y presentar acercamientos y distancias de lo clasista y racial que puede ser la sociedad dominicana. Resalto aquí el certero uso del militar (guardia o policía) como un elemento estratégico para representar los distintos estratos de nuestra sociedad. Y es que, según el ejemplo de Wilfredo Matos Cintrón y Marta Aponte en Puerto Rico y Leonardo Padura en Cuba, el elemento militar sirve como vehículo social predilecto porque permite ver a los ricos, porque a ellos les sirve, o ver de cerca a los pobres, porque de ellos es el aliado o verdugo.
Para ir terminando, retomo la tesis de que uno de los aspectos fundamentales de toda ficción, tanto la narrada como la escénica, es que los personajes cambien a través del relato. Si este cambio es real, con un poco de suerte, un lector atento cambiará también. En mi caso, disfruté bastante ver el cambio del hermano “malo” al adentrarme en sus demonios. Pude también deleitarme con los bien delineados personajes del nieto y su novia japonesa, la novia argentina del niño malo y del monje, un personaje de balance que refuerza la trama.
En tiempos donde la literatura dominicana necesita voces que se atrevan a mirar sus demonios, Guapo es un golpe sobre la mesa. Yarull no escribe para agradar, sus palabras son el incendio. Y lo hace con la sobriedad de quien sabe que el amor verdadero es duro, canalla, y perdura a traves del tiempo.
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