La artista multidisciplinaria Mónica Ferreras de la Maza expone por primera vez su obra individual en el Museo de Arte Moderno (MAM), donde permanecerá abierta al público desde el miércoles 30 de abril hasta el 2 de junio de 2025.
Con Tropicalcaribeastral, esta dominicana, radicada en Basilea, Suiza, nos recuerda que el espacio de la creación puede ser -desde la distancia- una oportunidad para enriquecer su universo espiritual mediante la integración de nuevas experiencias, que terminan por nutrir su imaginario, sin renunciar a esa esencia constitutiva originaria, que se ha dado en llamar identidad y sobre la que su obra nos va a interpelar constantemente.
Con una curaduría conceptualmente impecable, que evidencia estar respaldada por una investigación exhaustiva de la obra de Mónica Ferreras y un dominio preciso de las exigencias de su profesión, Orlando Isaac nos propone una narrativa que problematiza la noción de lo caribeño y sus múltiples interpretaciones, a través de una rigurosa selección que abarca las diversas disciplinas abordadas por la artista: Dibujo-acuarela, pintura, escultura, instalación, video y técnicas novedosas como el vidrio soplado.
En sintonía con el espacio y acompañada de la iluminación e información necesarias, como para poder establecer un diálogo enriquecedor con el público, el recorrido por esta exposición permite que cada obra respire y se deje apreciar en toda su riqueza individual y en conexión con el conjunto, lo que hace que en su unicidad productiva cada pieza logre comunicar mientras se integra de forma natural a un discurso totalizador, estéticamente coherente.
En este caso, aunque la obra de Mónica Ferreras aborda temas como la inmigración con sus implicaciones dramáticas, su perspectiva personal se inclina hacia la recuperación de experiencias profundamente vivenciales con relación a la nostalgia y al desarraigo, como reflejos de una realidad más atemporal y menos localizada, en tanto universal, como puede observarse en obras como “Yo sueño que estoy aquí II” o en las declaratorias de la propia artista:
Tropicalcaribeastral abarca una suerte de ADN caribeño-tropical teñido de nostalgia porque a los que migramos esto nos es ineludible. Sin embargo, la nostalgia no acompaña con su presencia el vasto y magnífico aporte que el migrar me ha regalado y que persiste y se manifiesta sutilmente en cada obra.
Llama la atención como el conjunto de la obra de Mónica Ferreras, a pesar de ser una producción en términos disciplinarios y de libertad creativa absolutamente contemporánea, se distancia de las estéticas extremas, donde la belleza como categoría no parece encontrar un espacio, para dar prioridad a lo grotesco, lo escatológico, lo abyecto, lo obsceno y otras derivas tan afines a las propuestas artísticas de estos tiempos, que ya rebasan la postmodernidad.
Cada pieza de Mónica Ferreras posee una carga poética ineludible donde el color, el dibujo, el gusto por los detalles sutiles y la belleza de los diversos materiales utilizados como la madera, el cemento, el vidrio soplado o el plástico reciclado son aprovechados para, junto a la simplicidad de las formas, presentar un tipo de creación que atrae por su sencillez o economía formal y por transmitir mensajes desde las emociones, con la marcada intención de dejar un espacio abierto al disfrute de los sentidos.
Su iconografía sobre la isla rescata el azul del mar y el cielo, el movimiento de las olas sobre el que flota nuestra insularidad y el verde de nuestra vegetación. Llaman la atención sus obras de vidrio soplado en pequeños formatos, que sugieren ser recreaciones de aquellos detalles que no deben ser distraídos en la amplitud de otras dimensiones. En algunas piezas, Mónica Ferreras mezcla con gran acierto materiales, técnicas y lenguajes diversos.
El lugar que posiciona la obra de Mónica Ferreras en los entrecruzamientos de una visión interior y la realidad exterior le ha permitido externalizar su propuesta con la criticidad propia de la mirada contemporánea, mientras intenta deconstruir los estereotipos que han ido permeando ciertas narrativas caribeñas, centradas en la pregunta acerca de quiénes somos, pero donde prevalece una mirada que se instaura desde aquellas instancias de poder, que reproducen un formato de dominio y autoridad, en última instancia, negadora de la diferencia.
Es precisamente la pregunta sobre la identidad la que ha tenido, en el ámbito de la filosofía, la historia y los estudios culturales, un carácter problemático, desenvolviéndose su interpretación dentro de una búsqueda esencial respecto a lo que somos como latinoamericanos o como caribeños, sacralizando en algunos casos una perspectiva de identidad que nos cosifica o nos paraliza en el tiempo o, en el peor de los casos, la que oculta su naturaleza cambiante, temporal y enriquecedora. Desde la filosofía, para algunos teóricos como Dario Stajnsryber, la identidad es un relato literario de nosotros mismos, una idea que no la explica ni la ciencia, ni la metafísica, sino el arte.
Y es a través de su obra artística que Mónica Ferreras cuestiona esa visión más mercantil y edulcorada de paraíso tropical, que reduce al Caribe y a nuestras islas a una imagen externa radiante y folclórica, que nada tiene que ver con la compleja, diversa y particular realidad geográfica y cultural de la que formamos parte.
Deconstruir esa imagen y replantear, a través de su obra y de la impronta espiritual que la traspasa, la idea de que “la identidad narrativa crece en la medida en que tiene un encuentro con el otro” y con nuestras propias creencias espirituales subyace en las obras de Mónica Ferreras, sobre todo en creaciones como “Jazz 65”, compuesta por una estructura reticulada de 565 piezas, que nos recuerda el universalismo constructivista de Joaquín Torres García en ese proceso de integrar fragmentos de imágenes simbólicas, que se suceden en un amplio mural rectangular donde el dibujo, el color y los textos aluden a la asunción de referentes culturales caribeñosy universales.
Esta obra de gran formato destaca por su laboriosidad artesanal, por la pericia con que se mezclan formas, colores y fragmentos de vida, pero, sobre todo, por la libertad e improvisación con las que se combinan todos sus elementos, tal como ocurre en una verdadera interpretación jazzística, cuya estructura indefinida, espontánea y compleja refuerza la idea que la artista pretende reafirmar en el conjunto de esta muestra respecto a la mutabilidad y la permanencia latente en todo lo que nos identifica como miembros de un colectivo, una cultura o una nación.
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