En los últimos días se hicieron viral en las redes sociales videos con entrevistas a personas de distintas edades en la tradicional celebración del 29 de septiembre, Día de San Miguel Arcángel, en la iglesia, el parque y el sector que lleva el lleva el nombre del santo de la Ciudad Colonial de Santo Domingo. En videos e imágenes difundidas por los diferentes medios de comunicación, los creyentes y devotos expresaban su devoción, amor y fe por el arcángel guerrero, pero lo hacían desde la práctica del vudú dominicano, que muchos llaman religiosidad popular y 21 División, donde San Miguel como entidad se sincretiza con Belié Belcán Toné, protector y defensor del bien.
Lo interesante de los videos fue la naturalidad con la que los participantes, incluyendo miembros de la comunidad LGBTQ, hablaban de su vínculo con el misterio, expresando cómo le preparan su altar, le encienden velas, le cantas salves, le tocan los palos o atabales, le llevan bizcochos y dulces como promesas a la actividad para luego compartir entre los miles de creyentes y curiosos que asisten de todo el país y el extranjero cada año a esta celebración durante todo el día.
Las personas manifestaban cómo sienten a uno de los santos más querido y venerado en el país, diciendo que lo sienten cercano en su cotidianidad y este cumple con las peticiones que le hacen, por eso van cada año a cumplir o pagar promesas a la celebración. Es importante establecer, pero desde una mirada antropológica, que este enclave o sector se convierte este día en el centro más importante y multitudinario de la celebración al santo de toda la región latinoamericana.
Ese día, el pueblo dominicano vive su fe sin miedo, sin culpa, con alegría y libertad: se visten de rojo o verde desde temprano hasta para ir a los trabajos, se comparten cervezas, bizcochos, se suben estampas y oraciones del santo en las redes sociales, se escuchan salves y toques de atabales hasta en los carros cuando pasan con los vidrios bajitos por las calles, lo que hace que se transforme la ciudad en una fiesta popular incluyente de espiritualidad y resistencia.
A mi entender, el 29 de septiembre debería ser declarado día no laborable y fiesta nacional en el país, como ocurre en otros países, pues San Miguel o Belié Belcán, es además el patrón del Ejército Nacional, con la categoría de comandante y es venerado por su ejemplo de valentía, justicia y fortaleza, virtudes que inspiran a nuestros soldados.
Esta es una manifestación de la cultura dominicana que se remonta a la época colonial y simboliza la protección y guía espiritual para los militares en su misión de salvaguardar la soberanía y seguridad de la nación. Por eso se le rinden honores desde las primeras horas de la mañana del 29 de septiembre en una de las misas celebradas con la presencia de los soldados en la iglesia colonial construida por personas africanas en la época colonial.
Es tan importante San Miguel para las Fuerzas Armadas dominicanas, que existe una parroquia con su nombre ubicada en el Campamento Militar 16 de Agosto, sede de la Primera Brigada de Infantería del Ejército Nacional Dominicano, y ese día se celebra una misa especial, oficiada por el Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, que también tiene rango castrense, la que es encabezada por el Ministro de Defensa de turno, el Alto Mando Militar, Policial y los miembros de los diferentes Estados Mayores del país.
Orígenes y raíces de una espiritualidad present
Tomando en cuenta esta celebración que cada año toma más fuerza en la sociedad dominicana, sobre todo en las nuevas generaciones que van asumiendo su identidad negada, a pesar del imperante discurso de odio y de negación con estas practicas ancestrales, me he interesado en reflexionar sobre la misma, a sabiendas que los análisis e investigaciones que existen sobre el tema son muchos y desde diferentes enfoques, pero como todo va cambiando nos toca seguir reflexionando y sistematizando las transformaciones dadas para que queden el tiempo.
Como refiere Luis Peguero en ¿Vudú dominicano o vudú en Santo Domingo? (2000), a partir de la década de los setentas se advierte una proliferación de estudios especializados acerca del comportamiento religioso popular de nuestro pueblo (Patín, 1974; Rosernberg, 1973; Deive, 1975: Jiménez, 1981; Rodríguez, 1982, Davis, l987; entre otros) generando una importante tendencia que presenta al «vudú dominicano» como la expresión más generalizada y representativa de nuestra mágico-religiosidad.
Para comprender la presencia del vudú en la vida cotidiana dominicana hay que remontarse al proceso colonizador. Como explica el historiador Frank Moya Pons (2013), refiriéndose a sus investigaciones citando fuentes primarias como las de los cronistas de Indias, donde refiere, que cuando Colón llegó a la isla en el año 1492 existían unos 400,000 taínos, pero quince años después solo quedaban unos 60,000, la mayoría muertos de hambre o esclavizados en las minas. Este genocidio inicial fue seguido por otro más atroz: la trata de millones de africanos traídos por la fuerza para sustituir la mano de obra indígena.
Estos hombres y mujeres fueron despojados de todo: sus familias, lenguas, tierras y creencias. La colonización impuso la “civilización cristiana”, intentando borrar las religiones africanas. Pero la memoria espiritual resistió. Los esclavizados mezclaron símbolos y santos católicos en su cosmovisión y divinidades africanas, transformando la opresión en lo que hoy conocemos como el sincretismo religioso y cultural. Así nacieron los “misterios” del vudú dominicano, que sobrevivieron en los patios, en las montañas, en los montes, en las cuevas, en las habitaciones, en las oraciones populares, en los rezos, la salve, los toques del tambor, las botellas de hojas y raíces, en los saberes y los altares domésticos preparados a escondidas.
Ritos, muerte y continuidad: influencia del vudú entre la muerte y la vida
En “Voces del Purgatorio, estudio de la salve dominicana” (1981), la antropóloga Martha Ellen Davis sostiene que los ritos funerarios dominicanos conservan elementos de la cosmovisión africana. En ellos, la muerte no es ruptura, sino continuidad; los muertos permanecen presentes, acompañando a los vivos. Davis observa que prácticas como “darle comida al muerto”, los rezos con velas y ron, y los cantos de salve son manifestaciones de una espiritualidad ancestral que fusiona lo católico y lo africano.
El vudú, por tanto, no está aislado: se expresa en la música, en la medicina popular, en los rezos, en las promesas, en la cultura oral y los sueños. Como bien afirmaba Enrique Patín Veloz (1981) en “El vudú y sus misterios”, “el vudú es un componente de la identidad cultural dominicana, no una religión marginal ni ajena, sino una forma de asumir el mundo y lo sagrado desde las raíces africanas del pueblo donde existe una presencia entre la vida y la muerte”.
De igual modo, Carlos Esteban Deive, en “Vudú y magia en Santo Domingo” (1979), documenta con rigor cómo las prácticas del vudú que incluyen el uso de hierbas, amuletos, rezos y altares fueron criminalizadas por las élites coloniales y republicanas, pese a constituir un sistema complejo de creencias que integraba medicina, arte, música y cosmovisión. Deive afirma que “las creencias afrodominicanas son parte indisoluble de la vida del pueblo, un lenguaje religioso que el dominicano usa sin saberlo para comunicarse con su mundo espiritual”.
El vudú como práctica cotidiana dominicana
En República Dominicana, el vudú no es solo una religión; es una manera de habitar el mundo. Está en los remedios caseros, en las “botellas” que preparan los curanderos, en los rezos de las parteras, en los altares familiares, en los colores y los símbolos de hierros que decoran las casas, en los sueños que anuncian cambios o desgracias, en el toque del tambor y el canto de las salves.
No es casual que tantos dominicanos lleven nombres como Candelaria, Miguela o Miguel, Isa, Martha, Tata, Liborio o Elías, Carlos, etc, en honor a santos, metresas y loas que protegen el hogar. Esos nombres son más que tradición: son pactos de fe, promesas y herencias espirituales que vinculan a las familias con sus ancestros. Como señaló Carlos Esteban Deive (1985), el vudú fue y ha sido “la forma más silenciosa de resistencia cultural del pueblo negro dominicano”, un lenguaje de la memoria que permitió mantener viva la conexión con África en medio del colonialismo y la exclusión.
La práctica del vudú es una espiritualidad viva que atraviesa la vida social, económica y afectiva del pueblo. En la cotidianidad dominicana, el vudú se confunde con el día a día: el dominicano puede negar ser “de eso”, pero cuando prende una vela, cuando le habla al muerto, cuando pone una copa de agua en el altar, o cuando le pide a San Miguel o Anaisa que le “abra los caminos”, está reproduciendo una memoria espiritual africana de la cosmovisión vuduista que se resiste a morir.
Respeto y libertad espiritual
En una sociedad donde aún persisten prejuicios religiosos, es urgente reconocer que el vudú no es malo ni diabólico, como se nos ha enseñado y muchas veces se ha dicho desde la ignorancia, la intolerancia, la negación o simplemente la violación a las prácticas religiosas. Es una práctica espiritual que busca equilibrio, protección y bienestar. Es parte del patrimonio cultural inmaterial dominicano y de nuestra identidad afrodescendiente.
Ya lo hemos manifestado en muchas de nuestras reflexiones publicadas en esta columna y otros espacios de interacción, que el centro del vudú es Dios, llamado Bondye, creador supremo y trascendente del universo. Bondye (del francés: Bon Dieu, lit: Buen Dios), según la religión vudú, donde los practicantes interactúan con entidades intermediarias llamadas loa, espíritus que invoca para pedir ayuda en los asuntos cotidianos. Bondye es simplemente la "misericordia divina", el principio de la creación, y los loas son los intermediarios entre esa divinidad superior en el mundo terrenal. El vudú se encuentra entre las religiones más antiguas del mundo, refiere Alfred Metreux en su icónica obra Vudú (1979).
Por eso, debemos respetar las leyes que garantizan la libertad de culto, y dejar que cada persona celebre, en paz y sin miedo, su fe, ya sea en una iglesia o en un altar doméstico. El vudú, como expresión de resistencia y amor ancestral, ha acompañado al pueblo dominicano desde la esclavitud hasta hoy, transformándose como toda manifestación y sobreviviendo a la censura, al prejuicio y al olvido.
Podrán seguir negándolo las iglesias o los poderes, pero el vudú está presente en todo: en la música, en el lenguaje, en la medicina, en los sueños, en los altares y en el corazón del pueblo. Porque, como diría un viejo creyente de Belié Belcán: “El vudú vive en el alma del dominicano, aunque él no lo diga”. Hasta la próxima semana.
Referencias
Davis, M. E. (1981). Voces del purgatorio: estudio de la salve dominicana. Santo Domingo. Museo del Hombre Dominicano.
Deive, C. E. (1975). Vudú y magia en Santo Domingo. Santo Domingo: Museo del Hombre Dominicano.
Moya Pons, F. (2013). Manual de historia dominicana. Santo Domingo: Santo Domingo. Edicciones La Trinitaria.
Patín Veloz, E. (1981). El vudú y sus misterios. Santo Domingo: Editora Taller.
Metraux, Alfred. (1979). Vudú. Santo Domingo. Alfa y Omega.
Peguero, L. (2001). ¿Vudu Dominicano o vudu en Santo Domingo?. Ciencia y Sociedad. file:///C:/Users/Lenovo/Downloads/Dialnet-VuduDominicanoOVuduEnSantoDomingo-7467696.pdf.
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