Wittgenstein (1922, 5.6) también plantea en su emblemática proposición sobre "el lenguaje como límite del mundo" una conexión estrecha entre la expresión lingüística y la capacidad de comprender la realidad. Sin embargo, esta aseveración implícita resulta insuficiente cuando se confronta con la historia cultural y científica de la humanidad.

Cualquier lector medio pudiera comprender que el verdadero límite del mundo de las personas no ha sido nunca el lenguaje, sino, y no exclusivamente, los dogmas: sistemas cerrados de creencias que restringen el pensamiento, la exploración y la innovación. A diferencia del lenguaje, que se transforma, amplía y adapta a los avances científicos y tecnológicos, los dogmas niegan radicalmente la duda y castigan la diferencia, puesto que desde su visión cerrada no existen términos medios ni excesiones, sino supuestas verdades absolutas rayando, en muchos casos, en lo imprudente e impertinente para los fines de la comprensión y adaptación de los sujetos en los entornos existenciales actuales.

Durante la Edad Media europea, por ejemplo, el pensamiento dogmático dominado por la Iglesia sofocó el avance de la ciencia. La cosmovisión teocéntrica impuesta a través de la escolástica restringió el acceso a ideas certeras, pero contrarias a las doctrinas oficiales. Por ejemplo, la teoría heliocéntrica de Aristarco de Samos fue ignorada durante siglos por considerarse herética, hasta que Copérnico y, más tarde, Galileo la retomaron con consecuencias severas. En 1633, Galileo fue condenado por la Inquisición y obligado a retractarse de sus observaciones astronómicas, no por carencia de lenguaje para expresarlas, sino por el dogma que prohibía cuestionar lo que la élite dominante había establecido como "la verdad" (Finocchiaro, 1989).

Incluso en el ámbito médico, los dogmas religiosos impidieron avances significativos. La disección de cadáveres fue prohibida o severamente limitada por siglos, lo que estancó el conocimiento anatómico. Fue en el Renacimiento, con figuras como Andrés Vesalio, que la anatomía comenzó a desarrollarse con rigor científico, rompiendo con siglos de autoridad galénica impuesta sin revisión crítica porque los dogmas impedían cuestionar el conocimiento considerado científico para aquel entonces (Park, 1994).

Estos y otros ejemplos muestran que el estancamiento no se debió a ninguna falla en la capacidad únicamente humana del lenguaje, ni a una falta de términos o estructuras gramaticales, sino a la represión institucional del pensamiento divergente.

El lenguaje, al contrario, ha sido históricamente una capacidad humana de expresión del pensamiento que, una vez expresado, adquiere forma significante diversas (discurso/texto). Lenguaje es la capacidad que permite la formulación de nuevas ideas, la traducción de conocimientos entre culturas y la creación de paradigmas alternativos, como son los modelos de lenguaje artificial; dicho sea de paso, estos últimos deben ser estudiados por los docentes para que los incorporen como herramientas de enseñanza/aprendizaje, no solo de una lengua, sino de todo tipo de saberes.

Gracias a traducciones del árabe al latín Europa redescubrió obras de Aristóteles, Hipócrates y Euclides, lo que permitió superar las limitaciones dogmáticas de la Alta Edad Media (Gutas, 2001). En todos estos casos, el lenguaje no limitó el mundo. Todo lo contrario, lo expandió.

Por lo tanto, no es el lenguaje el que marca los límites del mundo humano, sino la imposición de dogmas que clausuran el pensamiento y censuran la curiosidad. Mientras el lenguaje permanece abierto al cambio, el dogma representa clausura. Liberar el pensamiento de sus ataduras dogmáticas es la condición indispensable para ampliar los horizontes del conocimiento humano.

Actualmente, las actitudes dogmáticas siguen limitando el mundo de algunas personas, sobre todo, de los cerebros no resilientes que entienden que solo existe un único y exclusivo camino para llegar a un resultado y que quienes no transiten esa única e impoluta vía están irremediablemente perdidos.(CONTINUARÁ)

Gerardo Roa Ogando

Profesor universitario y escritor

Gerardo Roa Ogando es Decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es doctor en Filosofía del Lenguaje, con énfasis en Lingüística Hispánica. Magíster en Lingüística Aplicada; Máster en Filosofía en un Mundo Global y Magíster en Entornos Virtuales de Aprendizaje. Es Profesor/Investigador adjunto, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Director de la Escuela de Letras en la Facultad de Humanidades, y profesor de Análisis Crítico del Discurso (ACD) en el posgrado del área de lingüística en dicha universidad. Miembro de número del Claustro Menor Universitario de la UASD desde el año 2014. Algunas publicaciones: “Taxonomía del discurso” (libro, 2016); “La competencia morfosintáctica” (libro, 2016); Redacción Académica (2019, libro); Lingüística cosmológica (2013, libro); “Cuentos del sinsentido” (2019, libro);

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