Para quienes hemos crecido lejos de nuestra tierra natal, la experiencia de estar divididos entre dos mundos nos resulta muy familiar. Ver cómo uno de tus hogares se transforma en la distancia, sintiéndote desconectado de la familia y los amigos, e intentar llenar el vacío dejado por el susurro de tu isla puede ser doloroso. Para aquellos que hemos emigrado o somos los hijos de emigrantes, ese umbral, ese anhelo de la diáspora, es un sentimiento que te ves obligado a guardar en tu corazón.

Aun alguien tan ilustre como Oscar de la Renta debe haber tenido esos sentimientos. Aun cuando salió de Santo Domingo en su juventud, Oscar de la Renta personificó la sensibilidad del «ni de aquí, ni de allá» en sus 50 años de carrera. Ya fuera a través de sus lujosos y elegantes diseños, que en ocasiones hacían referencia a sus raíces isleñas, de sus inversiones económicas o sencillamente de los hogares que tuvo en Punta Cana y Casa de Campo, De la Renta ilustró el ser de aquí y de allá que acompaña a los miembros de la diáspora. La riqueza de Oscar de la Renta de ninguna manera hizo que su experiencia fuera universal; el hecho es que muchos de nosotros en la diáspora todavía luchamos con los problemas cotidianos financieros y psicológicos de la migración, especialmente aquellos que podrían ser mitigados por la riqueza. Pero por lo menos, Oscar de la Renta trazó un plano para ese tipo de relación de la diáspora a fines del siglo XX, una que abarcaba permanecer conectado a sus raíces y aprovechar su riqueza para hacer el bien.

La exposición Ser Oscar de la Renta se mantiene en las páginas de Internet del Centro León. Acento reproduce este ensayo con autorización del Centro León.

A la edad de 18 años, Oscar de la Renta salió de Santo Domingo para estudiar bellas artes en Madrid. Durante las siguientes cinco décadas, se codeó con algunos de los modistos más venerados de Europa y de los Estados Unidos. Viajó de los sagrados salones del taller de Balenciaga a las elevadas oficinas del Consejo de Diseñadores de Moda de los Estados Unidos en Manhattan, relacionándose con la alta sociedad, con las primeras damas de los Estados Unidos y las celebridades de la alfombra roja como el cerebro detrás de sus vistosas vestimentas. Pero al ascender en las filas de la élite de la moda, De la Renta nunca abandonó sus raíces dominicanas, inspirándose a menudo en la vegetación tropical y la vibrante paleta de colores de la República Dominicana para la creación de sus diseños. Según la World Investment News, en una entrevista en el 2002, Oscar de la Renta reflexionó sobre sus primeros años en Europa como un inmigrante dominicano, y el impacto emocional que le causó esta disonancia cultural. «Muchas personas ni siquiera sabían dónde estaba ubicado nuestro país», dijo él. «Es por eso por lo que me dije a mi mismo, voy a convertir lo negativo en positivo. Voy a convertirme en el primer diseñador internacionalmente famoso de América Latina».

En sociología, De la Renta es conocido como miembro de la generación 1.5, alguien que emigró a otra sociedad como un adulto joven, en lugar de adulto mayor. Y aunque dejó su hogar en 1950, antes de que los académicos buscaran los detalles de la teoría transnacional, de la Renta vivió una vida transnacional. Como describe Jorge Duany en su texto generativo Quisqueya en el Hudson: La identidad transnacional de los dominicanos en Washington Heights: «las comunidades transnacionales están caracterizadas por un constante flujo de personas en ambas direcciones, un sentido de doble identidad, vínculos ambivalentes con dos naciones y una red de vínculos de parentesco y amistad a lo largo de las fronteras estatales». Enfatiza que los migrantes transnacionales «pertenecen a comunidades múltiples con identidades fluidas e híbridas, no necesariamente basado en límites territoriales, sino en afiliaciones subjetivas».

En efecto, De la Renta ejemplifica esta realidad social, por lo menos a nivel de una élite. Ya fuera a través de su inimitable influencia como diseñador de los Estados Unidos, definidor de una generación o su legado de filantropía y emprendimiento en su hogar en Santo Domingo, De la Renta personificó lo que era vivir entre dos idiomas y dos culturas, construyendo una identidad híbrida que muestra el apego a sus raíces dominicanas. En la misma entrevista en el 2002, De la Renta expresó su compromiso de recordar su origen: «Quien soy y de dónde vengo me han dado la identificación que tengo con mi país y, hasta cierto punto, me ha dado la posibilidad de sentirme muy seguro de mí mismo, de ser quien soy y no tratar de ser otra cosa. Y aunque en mi juventud viví fuera de mi país, cuando finalmente regresé fue como si nunca lo hubiera dejado». Según Duany, esta «perspectiva persistente hacia la isla de origen» es algo esencial para los dominicanos transnacionales en Nueva York, junto con la dimensión cultural de la inmigración, tales como lenguaje, música, religión y formas de alimentación.

Para alguien como De la Renta, esas prácticas culturales cotidianas probablemente eran la manera más significativa de permanecer conectado a su dominicanidad. Como diseñador de renombre internacional, con raíces diplomáticas, es poco probable que De la Renta se identificara con la experiencia del día a día del dominicano promedio. Pero fue en los pequeños momentos de afirmación cultural al regresar a su hogar que De la Renta mantuvo su identificación con la comunidad. Después de su fallecimiento en el 2014, el historiador Bernardo Vega le dijo a Acento que su viejo amigo Oscar poseía un hogar en la Zona Colonial. Señaló que «él caminaba a pie desde la calle Padre Billini con sus amigos que traía de fuera y llegaban hasta El Mesón de Bari, donde comían comida típicamente dominicana». «En el camino les iba contando recuerdos de su juventud». Igualmente, en el 2014, El Caribe publicó nuevamente, después de su fallecimiento, una entrevista con Oscar, cuando le dijo al entrevistador: «El otro día fui en carro hasta Miches y disfruté mucho. Vas hasta a una chocita y te ofrecen una taza de café, aunque sea la última que tengan. Ese es el dominicano que me gusta a mí y así pienso que somos todos los dominicanos».

Está claro que este tipo de recuerdos sustentan la base de la relación de Oscar de la Renta con la República Dominicana; para él, cualquier experiencia que reproducía su estilo de vida en su hogar era transnacional. Y su visibilidad y su fama sirvieron como precedente para otras generaciones de celebridades dominicanas por venir, y que aun así se sintieran completos en toda la complejidad y estratificación de sus identidades.

Por supuesto, la conexión transnacional de De la Renta con la República Dominicana comprende más que solo la comida o las memorias de su juventud; tenía importantes inversiones financieras y de emprendimiento social en el país. En 1982 fundó La Casa del Niño, un orfelinato y una escuela en La Romana. La fundación cuida de 1,200 niños cada día, proporcionando recursos educativos y cuidados para los niños de la zona. Sus proyectos turísticos también le mantenían conectado con la isla; casi sin ayuda, transformó a Casa de Campo en un destino turístico de lujo en la década de 1980, y más tarde fijó sus miras en Punta Cana mientras se estaba convirtiendo en una ciudad turística, allí construyó un exclusivo hotel boutique conocido como Tortuga Bay.

Las inversiones económicas de Oscar de la Renta representan un valor atípico en la experiencia de los sujetos transnacionales dominicanos, dado que su realidad se parecía más a la relación de arriba hacia abajo que las grandes corporaciones multinacionales u organizaciones sin fines de lucro tienen con la isla. Pero el emprendimiento es uno de los aspectos fundamentales de una relación transnacional, una que va de la mano con los lazos culturales que mantuvo con la República Dominicana.

A finales del siglo XX, De la Renta fue una de las pocas celebridades dominicanas que ejemplificó esta subjetividad transnacional en la esfera mundial. A pesar de que hubo dominicanos de la alta sociedad, diplomáticos y académicos del calibre de Oscar de la Renta viviendo en los Estados Unidos desde principios de los años de 1900, muchos de ellos han sido olvidados en los libros de historia, y De la Renta representó a las celebridades dominicanas para otra generación. Como un ciudadano con un pie en ambos mundos, Oscar fue un ejemplo temprano de lo que el estilo de vida de un dominicano que asciende a la corriente principal puede llegar a ser, e influenció a las celebridades dominicanas de la segunda generación.

Habría sido fácil para Oscar olvidar sus raíces. En un momento en que los dominicanos son atraídos cada vez más por el canto de sirenas de la globalización, De la Renta demostró que es posible vivir entre dos mundos y dos idiomas, sin sacrificar ni diluir ninguna parte de su ser.

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