Además de haber sido una figura de primer orden dentro de la alta sociedad de Nueva York, Oscar de la Renta tuvo acceso directo a la Casa Blanca y lo utilizó para gestionar asuntos de interés a los dominicanos y lo hizo de una forma totalmente desinteresada, a diferencia de los costosos cabilderos profesionales que hoy tiene que pagar el gobierno dominicano.

Ese acceso lo logró porque durante 28 años seguidos (1981-2009) diseñó trajes para las esposas de los presidentes norteamericanos, incluyendo los trajes para los célebres bailes inaugurales: Nancy Reagan, Barbara Bush, Hillary Clinton y Laura Bush.

Tuve el privilegio de ser testigo de varias gestiones «diplomáticas» de Oscar durante mi paso como embajador en Washington. En mayo de 1998 el presidente Leonel Fernández fue a Nueva York a una reunión de Naciones Unidas. Le pedí a Oscar si podía conseguir que el presidente Clinton lo recibiese en la Casa Blanca una vez terminase esa reunión. Oscar llamó a Hillary y la reunión tuvo lugar. El Departamento de Estado se mortificó mucho pues los presidentes centroamericanos habían solicitado citas similares, sin conseguirlas, y los americanos no sabían qué decirles. Les sugerí que dijeran la verdad, que había sido el dominicano Oscar de la Renta quien la había conseguido. Cuando el terrible huracán Georges de 1998, Oscar logró que Hillary Clinton visitase el país, viajando con ella y la hospedó en su casa de Punta Cana, donde el presidente dominicano pasó varias horas hablando privadamente con ella.

Cuando la República Dominicana trató de acceder al Acuerdo de Libre Comercio con Centroamérica, que se llamaría el DR-CAFTA, encontró oposición de parte de un importante congresista de Nueva York. Oscar invitó a Hillary, en ese entonces ya senadora por Nueva York, a su apartamento en Park Avenue y allí se convenció al congresista de apoyar el acuerdo, para beneficio no solo de la República Dominicana sino de los países centroamericanos.

Cuando la visita del presidente Clinton a Centroamérica y el Caribe, se me informó que el presidente dominicano donde sería invitado sería a Barbados, no a Costa Rica. Mis esfuerzos por lograr cambiar el lugar de la reunión fueron exitosos, en gran parte gracias a que Oscar conversó con Hillary. Desde entonces la República Dominicana es invitada a las reuniones con presidentes norteamericanos y centroamericanos.

Fue Oscar quien en junio de 1996 logró organizar una exhibición de pintura dominicana en el Americas Society y el Spanish Institute en Park Avenue, la cual luego prosiguió hacia Miami. Le pregunté a Oscar si podría lograr que el New York Times comentase la exhibición. Su respuesta fue: «Te prometo que conseguiré el comentario, lo que no puedo garantizar es que el mismo sea sumamente elogioso». Y así fue.

Cuando Oscar decidió vender su casa en Casa de Campo, preocupado yo de que eso significaría que dejaría de viajar al país, por carecer de un hogar, logré que en una reunión en el Americas Society lo juntase con Ted Kheel, uno de los accionistas de Punta Cana. No solo construyó allí una mansión sino que allí llevaba a los Clinton, a Barbara Walters, a Henry Kissinger y muchas otras personalidades. Además, entusiasmó a su amigo Julio Iglesias para que también  construyese allí una mansión. El presidente dominicano de turno era invitado a reunirse con esas personalidades. Luego tuvo una segunda residencia en la Ciudad Colonial donde llevaba amigos que eran personalidades importantes.

Recuerdo que en el Mesón de Bari, donde nos juntábamos con sus amigos extranjeros, uno de ellos me preguntó por qué Oscar quería tanto a la República Dominicana y llevaba allí a sus amigos, cuando ya no tenía familia en el país. Y es que Oscar se sentía muy dominicano a pesar de no contar con esa familia. Lo vi llevar en avión y helicóptero a sus amigos a Punta Bonita en Las Terrenas y a Rancho Arriba. Quería enseñar el país del cual se sentía orgulloso.

Le pedí que organizara en la embajada dominicana en Washington una exhibición de sus modas y allí llegaron las esposas de las figuras claves de Washington, la de Greenspan, Vernon Jordan, etc. El Washington Post, cuya dueña Catherine («Kate») Graham era muy amiga de Oscar, describió el acto como: «Una noche de Óscares», que los dominicanos debían sentirse orgullosos de ese conciudadano y cómo el acto recordaba «al Washington de los viejos tiempos». Me citó, además, diciendo que Oscar era el verdadero embajador y que yo solo manejaba la burocracia.

En 1983 tuvo lugar la primera y hasta ahora única visita de Estado a Washington por parte de un presidente dominicano. A la cena en la Casa Blanca el único dominicano invitado y que no formaba parte de la delegación oficial lo fue Oscar. El presidente Jorge Blanco siguió hacia Nueva York donde Oscar le organizó una cena privada con Kissinger.

Las relaciones con Hillary Clinton fueron muy cercanas. Ella fue en Washington a un acto de pocas personas para recabar fondos para la escuela de pobres de La Romana que auspició Oscar, quien había adoptado un niño de esa zona. Cuando Hillary cumplió años Oscar fue de los pocos invitados al acto. En Nueva York, en más de una ocasión, Oscar codeó a presidentes dominicanos con los principales inversionistas de esa ciudad.

Y todo eso lo hizo para servir al país, sin ningún interés personal, simplemente porque consideraba que era su deber. Como dominicanos tuvimos un embajador y «lobbyist» productivo y carismático. Todos debemos de agradecerle esa labor.

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