La decisión del Ministerio de Relaciones Exteriores de nuestro país de levantar un monumento a los cocolos, se constituye en un hecho trascendente. Junto a primeros ministros, cancilleres y otros funcionarios de las colonias de Inglaterra en el Caribe que formaron parte de la oleada que se integró a lo que se denominó danza de los millones, es decir, el auge de la industria del azúcar en el Este del país. Que tuvo como centro a San Pedro.

El acto rendía homenaje a quienes con su laboriosidad, educación y disciplina contribuyeron a la consolidación económica y cultural de nuestro país. Ahí están los guloyas como patrimonio intangible de la humanidad declarado por la UNESCO. En el acto formal las palabras centrales del canciller Dr. Roberto Álvarez, le dieron una dimensión oficial a dicho acto. Las palabras del escritor Andrés L. Mateo leyendo la biografía de Norberto, quien fuera un entrañable amigo, dieron paso a las palabras del Dr. Guido Gómez Mazara, quien leyó el poema Los inmigrantes, de Norberto James.

Acto de inauguración.

El corte de cinta para dejar inaugurado el monumento, nos permitió valorar la calidad del trabajo que dos jóvenes arquitectos convirtieron en una plaza cargada de arte y el poema Los inmigrantes en dos de los espacios de la plaza fue la nota lírica que queda permanente para deleite y estudio de las actuales y nuevas generaciones.

El espectáculo danzario del teatro cocolo fue un motivo para integrar a todos los asistentes en un espectáculo, donde la diversidad dentro de la identidad cultural dominicana hacía carta de presentación en forma espléndida. El viceministro de Relaciones Exteriores Rubén Silié y el presidente del Comité organizador, el escritor Avelino Stanley, quienes junto a un comité que demostró eficiencia, se integraron con entusiasmo al momento lúdico.

No pude en ese momento dejar de pensar en mi querido amigo y compañero de luchas culturales, sociales, políticas y sobre todo, poéticas, Norberto James.

Quisiera compartir con ustedes algunos momentos que tuve con él:

Cuando decidimos formar el grupo literario La antorcha, ya existían El puño, La máscara y La isla; con este último me sentía más identificado, quizás porque, prácticamente, todos sus integrantes eran miembros orgánicos de la izquierda revolucionaria igual que yo. Estos eran: Antonio Lockward, Fernando Sánchez Martínez, José Ulises Rutinel, Andrés L. Mateo, Wilfredo Lozano y Norberto James.

Norberto, como fraterno guardián de la expresión poética, decía: «cuiden la forma». Preocupado porque el entusiasmo y la improvisación nos condujeran al panfletarismo. La consigna era hacer una obra literaria avanzada en el fondo y rica en la forma; expresión que estaba en el núcleo del manifiesto del grupo literario del cual formaban parte.

Al publicarse su primer libro Sobre la marcha, que fue también el primero de nuestra promoción, nos colocaba en el exigente mapa literario de la época. En la puesta en circulación, el escritor Antonio Lockward, con cierta ironía, trazaba la línea de Pizarro entre ellos: los de apellidos tradicionales y la emergencia de algo nuevo con un autor apellidado James Rawlings.

En el año 1974, Dagoberto Tejeda editó una agenda auspiciada por CEPAE, con circulación nacional e internacional, donde estaban los poemas de Norberto y los míos. A partir de ahí, nos invitaron a leer juntos en la tertulia del «Rincón mexicano» que regenteaba el intelectual Marcio Mejía Ricart, donde ambos sometimos nuestros textos al disfrute de un público exigente.

Un día de esos (pues era algo frecuente), me trasladé desde la Zona Oriental a la Arzobispo Nouel, Ciudad Nueva, donde Andrés y Norberto compartían hábitat, que era un centro de diálogos y tertulias frecuentes entre los miembros de nuestra generación. Norberto nos invitó al Roxy Bar, había recibido quizás su primer sueldo en la Compañía Dominicana de Teléfonos y ya en el lugar, dos jóvenes preguntaron que cuál de nosotros era Norberto, pues era un centro de reunión de casi todos los escritores de la época. Al presentarse, expresaron que eran estudiantes de la UNPHU y había un importante evento. Le pedían a él que, sin duda, era el poeta más conocido de posguerra, fuera expositor de un seminario con el tema: poesía y arquitectura en la posmodernidad.

Él anotó el teléfono y prometió que los llamaría. Luego, nos dijo: «hay que salir del país a estudiar, pues después de que nos han comenzado a publicar, consideran que somos sólidos intelectuales», y lo repitió más de una vez: «oye ese tema, la poesía, la posmodernidad y la arquitectura, tenemos que prepararnos. Hay que salir del país a estudiar».

Monumento a los cocolos en San Pedro de Macorís

La popularidad de nuestra generación crecía más rápido que nuestra obra. Marianne de Tolentino nos bautizó como la «joven poesía». En un agasajo que nos hizo en su casa, nos invitó a publicar en el suplemento Auditórium del Listín Diario que inauguraban ella y doña Carmen Quidiello de Bosch.

Eso se extendió a otros suplementos literarios. Luego nos enteramos de que Norberto había publicado, por lo menos, dos o tres poemas en la revista Testimonio, que lo hacía, sin duda, el primer poeta de todo nuestro grupo en aparecer en una revista literaria, que dirigían miembros de la Generación del 48.

Nos invitaban de todo el país, pero hubo una que fue muy especial. Los escritores Diógenes Valdez, Mirna Santana y Modesto del Rosario, habían creado un grupo literario en la provincia de San Cristóbal y querían que fuéramos a leer. No teníamos transporte y Norberto propuso que nos fuéramos a pie, naturalmente, él había ganado una competencia de campo y pista; nosotros lo seguimos. Éramos: Rafael Abreu Mejía, Andrés L. Mateo, Enrique Eusebio, Alexis Gómez y yo. Caminamos la primera parte a paso doble, hasta que conseguimos ser trasladados en un camión que nos dejó en el parque central. Así que llegamos a un sitio cercano, donde Domingo Moreno Jimenes había dirigido el Instituto de Poesía y Juan Sánchez Lamouth dedicó sus poemas a la gobernadora provincial. Entre ellos, aquel llamado «Doscientos versos a una sola rosa».

Ahí dimos nuestro recital en un salón repleto de estudiantes; pero uno de nosotros, al leer, señaló que esos poemas los había escrito mientras tomaba el café durante la mañana y que, por tanto, los recibirían calentitos, sacados del horno. Al terminar esa lectura, Norberto se puso de pie, tomó el micrófono con toda solemnidad y dirigiéndose en el acto al poeta, expresó con energía: «hay que dejar madurar los textos que uno escribe». De los presentes en ese momento, solo queda Andrés para confirmar o desmentir ese hecho de hace más de cincuenta años. Ese era Norberto: más que exigente; en medio de una amplia sonrisa y una auténtica fraternidad, te decía lo que pensaba.

Al igual que Aimé Cesaire, en Cuadernos de retorno al país natal o Derek Walcott en El reino del caimito, nuestro poeta, con Los inmigrantes, colocaba con las armas del lenguaje más exigente, aspectos de un Caribe compuesto, fundamentalmente, por descendientes de esclavos, provenientes de África. Se expresaron en tres idiomas: Depestre en francés, Walcott en inglés y James en español, exhibiendo su identidad en niveles artísticos plenos de belleza. Quizás, pueda terminar este homenaje siguiendo las reglas trazadas, diciéndoles que, mientras escribo, tengo en mis manos La urdimbre del silencio, uno de los siete libros de poesía que publicó Norberto.

En una lectura que realizó hace varios años en el acto de reconocimiento que le hiciera el Ayuntamiento de San pedro de Macorís y la Universidad Central del Este, comenzó leyendo textos de sus libros más recientes, pero el público, cuando ya iba por el tercero, comenzó a pedir a coro: «los inmigrantes, los inmigrantes», y él, exhibiendo una vez más su amplia sonrisa, dijo:

—Claro, lo voy a leer: mi buque insignia. Si hubiera sabido que gustaría tanto, los hubiera escrito todos así.

Ya me referiré sobre los domplines en el patio de mi casa y otros encuentros, si me lo permite el tiempo, antes de juntarme con la mayoría de los poetas de nuestra generación que han cruzado el umbral de la muerte, siempre dejando una quemante tristeza, pues, aunque es inevitable, es bueno recordar la expresión de Safo: «si la muerte fuera un bien, los dioses no serían inmortales».

En un invierno inédito, se nos fue.

Comparto con ustedes su poema «Invierno»:

Sumergidos en su jaula de humedad,

los grises árboles

por donde el invierno

transita los hielos de su luz,

esparcen clorofila y un polvillo invisible

sobre la melena del césped.

Sin mucha suerte,

recorremos calles de helados rostros

y nombres ilustres,

y se me antoja que el poema recién comienza,

que los muros de los cementerios

no tendrían razón de ser,

si respetáramos a nuestros muertos.

Mateo Morrison

Nació en Santo Domingo, el 14 de abril de 1947. Es hijo de Egbert Morrison, jamaiquino, y Efigenia Fortunato, dominicana. En la historia de la literatura dominicana corresponde a la Generación de Posguerra. Es el primer dominicano egresado en Administración Cultural. Estudió en el Centro Latinoamericano y del Caribe para el Desarrollo Cultural. Licenciado en Derecho, Magna Cum Laude, con un diplomado en Derecho de Autor y Propiedad Intelectual y otro en Negocios Jurídicos Internacionales. Posee un Máster en Filosofía del Mundo Global por la Universidad del País Vasco. Ha sido profesor en los grados secundario y universitario. Actualmente forma parte del equipo de jurados de la maestría Industrias Culturales y Creativas de la facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. En dicha facultad también impartió la catedra de Legislación y Derechos Culturales. Ha recibido la distinción Salomé Ureña de Henríquez, que otorga la Secretaría de Estado de Educación. Así como también, por la Cámara de Diputados por su labor cultural. Más de treinta consejos municipales y ayuntamientos tanto en el país como en el exterior lo han distinguido como visitante de honor y el ayuntamiento de Santo Domingo Este (donde nació) le otorgó en forma excepcional la distinción de hijo meritísimo de dicho municipio. Ha recorrido diversos lugares del mundo (América, Europa, Asia y África), exhibiendo los valores de la identidad cultural dominicana de las diversas vertientes. Más de 40 escritores nacionales e internacionales han escrito acerca de la valoración de su obra literaria y sus aportes a la cultura. Ha recibido reconocimiento de más de 10 ferias del libro nacionales e internacionales. Es presidente fundador de Espacios Culturales y fundador de la Unión de Escritores Dominicanos, donde ostentó la Secretaría General.

Ver más