¿Puede una máquina decir sin decir? Esta pregunta, que hasta hace poco parecía sólo filosófica, se torna urgente ante el despliegue de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG). Las máquinas hoy no solo escriben poemas o responden correos, sino que participan en conversaciones complejas, generan ironía y simulan argumentos. ¿Pero comprenden lo que dicen? Para responder, es clave volver a tres teorías fundamentales del lenguaje: la de Oswald Ducrot en Decir y no decir (1980), la de Paul Grice con sus máximas conversacionales (1975) y la del francés Henri Meschonnic, quien vincula inseparablemente lenguaje y sujeto. Juntas, estas perspectivas permiten evaluar lo que la IAG ha logrado —y lo que aún no comprende.
Oswald Ducrot sostiene que el lenguaje no transmite solamente información, sino también orientaciones argumentativas, juicios de valor, presuposiciones y posiciones subjetivas. El sentido de un enunciado no está únicamente en su contenido, sino en su función dentro de un intercambio. Para él, “hablar no es comunicar informaciones, sino organizar las condiciones en las cuales un interlocutor puede construir un sentido” (Ducrot, 1980, p. 11). Esta perspectiva permite entender que incluso frases aparentemente neutras pueden estar cargadas de intencionalidad. Por ejemplo, al decir “Afortunadamente, Merejo llegó temprano”, no solo se enuncia un hecho, sino una valoración implícita sobre la puntualidad.
Esta polifonía enunciativa —la presencia de varias voces dentro de una sola emisión discursiva— es uno de los elementos que la IAG aún no domina del todo. Si bien puede reproducir frases que imitan ironías o valoraciones, su producción no parte de una intencionalidad real, sino de asociaciones estadísticas. A diferencia del hablante humano, que construye sentidos desde su posición enunciativa, la IA no tiene un sujeto del decir. Aquí es donde su teoría converge con la de Henri Meschonnic, quien afirma que “no hay lenguaje sin sujeto, ni sujeto sin lenguaje” (Meschonnic, 1995, p. 24). Para Meschonnic, el sujeto no es un dato psicológico, sino una forma de ritmo, una singularidad del sentido que emerge en el acto de enunciar. Ni Grice ni Ducrot le niegan al lenguaje su dimensión subjetiva, pero es Meschonnic quien radicaliza esta idea: el sujeto no está en el lenguaje, sino que es el lenguaje cuando habla.
Paul Grice, por su parte, propone en Logic and Conversation que todo intercambio comunicativo racional se rige por un principio de cooperación y cuatro máximas: cantidad, calidad, relación y modo. En sus propias palabras, “haga su contribución tan informativa como se requiera; no más informativa de lo necesario” (Grice, 1975, p. 45). Estas máximas permiten interpretar los implícitos conversacionales: lo que se sugiere, más allá de lo que se dice literalmente. Por ejemplo, si alguien pregunta “¿Cómo te fue en el examen?” y otro responde “Bueno, por lo menos pude rellenar algunos temas”, se entiende que no le fue bien, sin que lo diga directamente.
La IAG enfrenta un doble desafío… a veces viola las máximas de Grice —siendo redundante, irrelevante o ambigua—, y otras veces las simula con sorprendente eficacia. Puede parecer cooperativa, pero no comprende el principio cooperativo.
La IAG enfrenta un doble desafío en este marco: a veces viola las máximas de Grice —siendo redundante, irrelevante o ambigua—, y otras veces las simula con sorprendente eficacia. Puede parecer cooperativa, pero no comprende el principio cooperativo. Además, su relación con el implícito es problemática: puede detectar patrones de ironía o sarcasmo, pero no construir implicaturas con plena conciencia del contexto comunicativo. Por supuesto, la calidad de las respuestas de la IAG dependen de la calidad de la pregunta del sujeto que la interroga.
Frente a la teoría de Ducrot, la IA muestra avances notables en la generación de texto, pero se queda corta en la dimensión argumentativa profunda. No organiza enunciados desde una posición subjetiva real, ni produce orientaciones intencionadas en el sentido fuerte de la enunciación. Tampoco maneja del todo la lógica de los presupuestos, como cuando alguien dice “Incluso Ramón Antonio entendió”, implicando que suele no entender.
Las teorías de Ducrot y Meschonnic coinciden en señalar que todo decir implica una posición: no hay neutralidad en el lenguaje. Donde Grice observa principios cooperativos, ellos ven subjetividades en lucha, intenciones que se entrecruzan en la materia sonora y semántica del discurso. Y es precisamente ahí donde la IAG, aunque poderosa, aún carece de lo esencial: un cuerpo, una historia, una voz que responda por lo que dice.
En definitiva, Grice nos da herramientas para analizar la lógica de lo implícito, Ducrot nos revela las estrategias del decir y Meschonnic nos recuerda que el lenguaje es inseparable del sujeto que lo encarna. La IAG puede reproducir signos, pero no vivirlos. Mientras eso no cambie, seguirá diciendo sin saber qué dice.
Referencias:
Ducrot, O. (1980). Decir y no decir: Principios de semántica lingüística. Madrid: Ediciones Ariel.
Grice, P. (1975). Logic and Conversation. En Cole, P. & Morgan, J. (Eds.), Syntax and Semantics (Vol. 3, pp. 41–58). New York: Academic Press.
Meschonnic, H. (1995). El sujeto del lenguaje. Buenos Aires: Biblos.
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