651) Puede haber tanto infierno en una sonrisa, en una alegría que no nos pertenece, en una esperanza que puede inundarnos de desesperación.
652) A las cuatro de la madrugada me encuentro con esta expresión de Cioran que quiero hacer mía, que me gustaría pudiera ser una realidad en mí: “El acto supremo de la vida espiritual es la renuncia”.
653) Escribir no sólo debe constituirse en una forma de catarsis como pensaban los griegos; también debería constituirse en una forma de necesario ascetismo. La escritura nos ejercita en ese estado de elevación que es el silencio. Pienso que escribir nos mejora, aunque la mayoría de las páginas que escribimos son más dignas del fuego y del olvido que de la luz pública.
654) Pascal lamenta la indolencia de los ateos; yo, a veces, la de los creyentes. El ateo tiene poco consuelo, excepto tal vez en ciertos goces intelectuales. El creyente encuentra consuelo en Dios, en Éste halla justificación a los horrores propios y ajenos. Y, precisamente, lo que el creyente no le perdona al ateo es que éste no le encuentre acomodo, a la luz de lo divino, a tanto dolor derramado sobre el mundo. Lo que el creyente no le perdona al ateo es que éste no justifique al dios de los caprichos, de los miedos, de la ignorancia, el egoísmo, las debilidades, la impotencia e inoperancia del dios de aquél. Lo que el creyente no le perdona al ateo es la honestidad de no estar conforme, de cuestionarlo casi todo.
655) Si hay algo que debo agradecer al sufrimiento y a las carencias, es mi capacidad de auto marginarme. Si alguna vez cesan ciertos dolores que ahora me aprisionan, no quiero que ello me lleve a abrazar una estúpida sociabilidad, como en la que estuve envuelto alguna vez y en la que gasté bastante energía y tiempo que pude aprovechar en asuntos que en verdad me importan, pero que la pereza, la torpeza y la inseguridad en mí mismo mermaban mi voluntad para hacerlo.
656) Nada basta. No bastan la música y la poesía. No bastan las flores y el amor (esa cosa que casi siempre tiende a devenir en veneno). No bastan el lujo y la abundancia económica. Definitivamente, nada basta. Y si alguien tiene alguna duda de lo que afirmo, que sólo se detenga a observar el hastío de Dios.
657) Que me perdonen los que tienen alguna fe distinta a la mía. Que me perdonen los fanáticos de algo, los extremistas, los radicales; que me perdonen los de izquierda y los de derecha, los que tienen una religión o una iglesia. En fin: que me perdonen los que profesan alguna causa diferente a mi causa. Yo sólo poseo unos cuantos intereses que no tengo por qué consignar aquí, que incluyen una causa esencial: la palabra como instrumento de verdad y belleza, como ejercicio de libertad; y por qué no: como instrumento de venganza.
658) Escucho cantos y oraciones que más que consuelo, alegría o resignación, me producen una honda tristeza, me hacen sentir más solo en mi negación. Sé que quienes me quieren no me perdonan el que yo haya dicho NO donde ellos siguen diciendo el sí de la gran mentira que nos enseñaron. He renegado de la fe de mis mayores, he renegado de la fe en mí mismo, si es que alguna vez la tuve; he renegado de toda fe, pero no de la capacidad de amar a quienes realmente me importan. Sin embargo, esto no los salva a ellos ni a mí. Y es muy triste.
659) En este momento de mi vida, todo contacto con el mundo exterior, lo ejerzo de manera casi forzosa, llevado sólo por la responsabilidad de cumplir con los deberes indispensables que me garantizan parte de la paz que necesito a lo interno de mi refugio, donde hallo el consuelo de perderme entre los libros, entre la tinta y papel, en el empeño de dar forma a mi escritura.
660) Diferente a lo que antes creía, aspirar a la santidad es algo admirable. Más que al encuentro con su dios, quienes buscaban la santidad aspiraban a derrotarse a ellos mismos, a vencer sus vicios. Uno mira hoy por todas partes y no encuentra a nadie que esté dispuesto a pelear esa guerra contra sí mismo. Mostradme un santo, o a alguien que luche por tal propósito, que de inmediato abandono todo y lo sigo. Pero es imposible: la época de la búsqueda o de posibilidad de alcanzar la santidad hace mucho terminó.
661) A veces me parece mortificante, asombroso y hasta aterrador el auge que ha tomado el negocio del sufrimiento humano. Todo un despliegue de oportunidades para la política, la fe religiosa y los medios “informativos”.
662) Mirad cómo Pascal define al que luego será el dios de nuestro buen hermano Spinoza: “La naturaleza tiene perfecciones para mostrar que ella es la imagen de Dios; y tiene defectos para mostrar que ella no es sino la imagen”. De ser así, sostengo que dios es sólo una falsa imagen; una falsa imaginación.
663) Ya sé que mi retiro no debe ser hacia la luz sino hacia las sombras más espesas, porque pienso que es la única manera en que la luz podrá venir a mi encuentro, en que me cubrirá con su manto glorioso y pondrá en mí palabras que en verdad sean aliento para otros.
664) No tengo ciencia, no tengo ideas de nada ni sobre nada. Sólo tengo laceraciones y palabras. Sí, también tengo goces, “íntimos placeres compartidos”, como diría mi hermano poeta Orlando Morel. Ahora sé de la concupiscencia, de la tortura y de los goces íntimos de los que fingen que andan en persecución de santidad.
665) En estos momentos de silencios y palabras, en este punto de exploración y búsqueda de mí, sólo a algo aspiro: a que no me arrebaten el poco de paz que defiendo al costo de múltiples molestias. Y en el supuesto de que esta paz me sea arrebatada, más que temor, me aterroriza el pensamiento de ni siquiera poder huir. Y en el supuesto de que pueda, me angustia de antemano no saber hacia dónde, el pensar que tal vez no haya lugar alguno para mi reposo.
666) Bienaventurados aquéllos que no sufren la desdicha de padecer por anticipado por las cosas terribles que inevitablemente han de venir.
667) Entonces, si las piedras quieren hablar, que hablen. Yo guardaré silencio. Si hasta ahora, en este punto culminante de mi vida, nadie ha puesto oído a mis palabras, qué puede hacerme pensar que alguien lo hará. Sí, yo me recogeré en silencio, que es, como bien lo dice Pascal, “la búsqueda por excelencia”. Y quizás no deba yo callar, sino tan sólo hablar desde mi silencio; tal vez tan sólo hacerlo desde esta pulsión escritural.
668) Pascal no es sólo un pensador para escéptico, como decía Cioran, sino también para fomentar el escepticismo, y del escepticismo al agnosticismo y al ateísmo la distancia no es muy larga. Observen estas palabras del eminente pensador galo: “Si todo se somete a la razón, nuestra religión no tendría nada de misterioso ni de sobrenatural. Si se choca con los principios de la razón, nuestra religión es absurda y ridícula”.
669) El hombre ordinario, que busca diversión y bullicio, que no puede estarse solo en su rincón, jamás podrá entender al hombre solitario, al que prefiere estar en su casa con sus libros. El hombre necio imagina que éste otro, encerrado en su soledad, es tremendamente triste, infeliz, que lleva esta forma de vida porque una gran pena lo obliga a actuar de manera diferente a los hombres “normales”.
670) Traicionan los hombres, pero el amor no traiciona; traicionan los hombres por amor, pero jamás el amor. ¡Qué tiene que ver el amor con la moral!
671) Uno tiene tan poca cosa que lo poco que tiene no lo tiene. Pero tal vez esto poco que se tiene sin tenerse, sea la posesión más duradera y verdadera con que contamos.
672) Creo que uno de mis grandes errores ha sido pensar, durante demasiado tiempo, que algunos asuntos sobre los que tendría grandes dudas, alguna vez los entendería por medio de los libros. Craso error, pero ya no puedo echar atrás. A pesar de mis lecturas, a esas viejas dudas se han sumado otras, y quizás de mayor intensidad. Pienso que los libros me han ayudado con cierto método reflexivo, con cierta capacidad de análisis, con cierta sintaxis para, por medio de las palabras, dar forma a esas inquietudes con las que parece que tendré que descender a la tumba.
673) Antes escribí que no tengo ciencia ni idea de nada. Agrego que no tengo método ni sistema. Como todo diletante, a veces me da con hasta envidiar al “especialista”, aunque estoy seguro de que algunos “especialistas” deliran por ser diletantes, pero no pueden volar de su condición de expertos, y si lo hacen, su vuelo será corto y no tardarán en precipitarse al vacío.
674) Escribe Cioran: “La cosa más difícil es tener una experiencia filosófica profunda y formularla sin recurrir a la jerga de escuela, que representa una solución de facilidad, un escamoteo y casi una impostura”.
Conozco a muchos intelectuales del patio que, siguiendo alguna escuela de pensamiento extranjero, ponen su mayor empeño en escribir de una manera que ni ellos mismos se entienden.
675) Cioran escribe que no se vive en el horror por opción sino por fatalidad. Yo, sinceramente, trato de no vivir en el horror, pero comprendo que todo lo horroroso que me ha acontecido tampoco ha sido por opción mía, sino por pura fatalidad.
Compartir esta nota