526) Hay tanta belleza derramada a nuestro alrededor. Belleza que tiene el mudo encanto de no pedir aprobación ni alabanza; belleza que nos hechiza con su indiferente pero elocuente silencio.

527) Cuando vuelvo a Séneca, a Montaigne, a Epicteto y a Marco Aurelio, no vuelve a encenderse en mí la luz que alguna vez ellos encendieron, sin embargo su relectura aviva mis pocas fuerzas cuando a veces siento que mi poca luz languidece.

528) Es noble el intento de instruir y hasta de intentar guiar a los otros por el camino que crees correcto, ¿pero acaso hay algo más necio que insistir en ello cuando esas personas no muestran el más mínimo interés en actuar según tu noble empeño.

529) Quien se toma el tiempo de invitarte a leer se está tomando el tiempo de enseñarte a ser libre, o por lo menos, si le haces caso, te pone en el camino que conduce a ello. A mi tío Augusto, que nunca tuvo la paciencia suficiente para ser lector, le agradezco mucho la insistencia en que yo lo fuera.

530) En cada amanecer tomo mi equipaje y emprendo el viaje hacia mí mismo. Aunque me mueva, permanezca sentado o de pie, sea que lea o medite, sólo estoy avanzando hacia mí mismo. No conozco del todo el camino, no conozco la medida exacta de su distancia, pero sólo de algo estoy seguro: puedo tardar mucho en llegar, puedo llegar mañana, pero también puedo ascender a la cumbre en este mismo instante. El final del trayecto debe ser la disolución de la conciencia de tiempo y espacio. El final del recorrido es lograr ser uno con la ilusión del camino y ambos fundirnos en el abismo/sombra, o quizás en el abismo/luz.

531) No hay que apenarse por todo lo que no podemos cambiar a nuestro alrededor. De lo que quizás deberíamos sentir vergüenza es de la incapacidad de mejorarnos a nosotros mismos.

532) Por más recomendaciones que hagan los sabios, es imposible abolir del todo pasiones y deseos; es imposible que el dolor vivido o presentido no esté tirando de uno de manera casi permanente. Sin embargo, agradezco a los sabios sus consejos, porque sé que sin la interiorización de cierta sabiduría sería mucho más difícil para mí soportar la tortura del dolor presente y la angustia anticipada de la inminente fatalidad.

533) Aquí el patio se despliega en maravillas. La flores me regalan su piel desnuda. Las aves celebran el paisaje con su música. Danzan y hacen cabriolas desde el árbol del mango al cocotero, y de éste al mango. El dolor está ahí, permanece en su fiereza artera, pero las aves, las flores y los frutos suavizan su terrible realidad. El granadillo es todo un discurso de color, olor, textura, y promesa deleitosa al paladar. ¿Acaso no importa esto más que el soy, el fui y el seré? ¿Acaso puede haber algo de más valor que este instante sucesivo?

534) Si constantemente te lamentas del oficio de vida que has tomado, probablemente no seas digno de él. Y esas quejas permanentes son las pruebas más palpables de que no pones el debido esfuerzo que exige tal oficio, por el que mucho hasta te envidian, y a quienes les gustaría tener tu capacidad para ejercerlo.

535) Que la erudición, si es que la posees, fluya de manera natural, como algo urgido de una búsqueda sincera de perfeccionamiento a través de los saberes. Que la erudición no sea un simple cúmulo de conocimientos recolectados con el único propósito de impresionar a los otros, de llamar la atención sobre cuánto has aprendido; esto último no es más que un pobre ejercicio de pedantería que en muy poco puede ayudar a tu obra y  tu persona.

536) Cuando el objetivo espiritual está bien definido, y, por tanto, bien arraigado en uno, es mucho más fácil sobrellevar las amarguras del presente, porque en medio de las brumas y las adversidades, la alta y resplandeciente meta brilla allá, a los lejos, y  nuestras fuerzas son suficientes para seguir avanzando, en medio de fatigas y desengaños, hacia el gran abrazo con el objetivo anhelado.

537) Si bien es verdad que no tengo el derecho de arrebatarle su dios a nadie, tampoco nadie tiene el derecho de quitarme el derecho de decirle que su dios no funciona, excepto como esperanza e ilusión; pero entiendo que esto es muy violento para la gente de fe religiosa.

538) Las únicas razones que tal vez yo tenga para moverme en la vida social y virtual, son las de documentar mis ficciones y desengaños.

539) Hay que salvar el alma en vida; lo demás es anhelo, esperanza, miedo. El Evangelio dice que de nada sirve conquistar el mundo si pierdes tu alma. Y yo digo: si bien es verdad que no vale la pena dedicarte a la conquista del mundo, mucho menos vale la pena echar a perder el alma en vida en procura de que ésta viva para siempre después de la muerte. Para mí esto no es otra cosa que chantaje propio de gente de fe.

540) Nunca me he propuesto alcanzar la felicidad. Siempre tuve conciencia de ese imposible. Si yo fuera un hombre feliz, viviría sonriendo en medio del dolor de muchos; si fuera un hombre feliz, probablemente viviera hablando de cuánto Dios me ama a mí y a los míos; si mi vida discurriera en estado de felicidad, es casi seguro que estuviera predicándole a otros que ser feliz es una opción, una decisión. En fin, tonterías de esas. Muchos de los que se declaran felices son personas religiosas, generalmente ignorantes; algunas muy egoístas, despistadas y hasta sinvergüenzas. Sí, ya escucho a los “felices” insultándome, enrostrándome lo malo que soy, que el hecho de que yo no sea feliz no debe llevarme a declarar la infelicidad de los otros, que toda mi infelicidad es la consecuencia de mi ateísmo, que si yo fuera creyente, si confiara en Dios, mi vida cambiara, me daría cuenta que el Señor es una fuente inagotable de felicidad. Y todo un reguero de estupideces más.

541) A veces reducimos tanto la vida que la llevamos al tamaño de “hágase la voluntad de Dios”, o de “Dios proveerá”. Luego golpea la realidad y la mayoría de los golpeados siguen en aquello de que “Dios proveerá” y en que su “voluntad” impedirá que caigan al abismo, o Él los rescatará, en caso de que se encuentren en cualquier situación difícil.

542) Se entiende que no se sea del todo sincero cuando se hable, pero es despreciable el que no se lo sea cuando se escribe.

543) Si bien no creo en el amor y la bondad de Dios, a veces necesito creer en su capacidad de hundirnos, en su aterrador poder de traicionar toda buena esperanza. Ahora, en estos momentos, necesito creer en algún ángel bueno y poderoso que pueda defenderme de la implacable venganza de Dios. ¿Por qué tendría Dios que vengarse de mí? No lo tengo del todo claro. Tal vez por lo tanto que lo niego, y al mismo tiempo por la forma tan mordaz en que lo cuestiono, en que refuto su impostura, su fantasmal eficacia.

544) La verdadera sabiduría se aplica, no se explica. La sabiduría se vive, no se predica. Y cuando se deja sentir, lo hace de la manera más humilde. Ser sabio es ser tolerante, no tonto; es hacer valer tus razones con argumentaciones serenas, equilibradas, y con el mayor respeto y tolerancia hacia las razones de los otros. Ser sabio es saber defenderte con serenidad de falsas acusaciones y argumentaciones. Ser sabio es guardar silencio cuando sabes que es imposible hacer valer tu verdad contra la abusiva mentira del otro. La sabiduría no te quita la esperanza de que algún día, no importa el tiempo, tu adversario se de cuenta de que estaba equivocado respecto de lo que creía de ti. La misma sabiduría te hará entender que, aunque esto último pueda darse, ya cierto daño será irreversible. Ciertas nubes ondearán sobre el cielo azul de tu conciencia. Esa misma sabiduría también te prepara para descender al reino de los muertos sin el más mínimo pesar por no haber recuperado tu antigua reputación de hombre de bien.

545) Aunque no lo creo, a veces me gusta jugar, creo que de forma “intelectual”, a creer en los “golpes del odio de Dios”, en la impiedad de su olvido. Sí, a veces me gusta jugar con esto de que quizás Dios sea ese Diablo tan temido.

546) Muchos dirán que insisto demasiado con la cuestión de Dios, que es en mí como una fijación enfermiza. Quizás tengan razón, pero expreso que probablemente mientras mi conciencia me lo permita estaré rondando en torno a este tema, no porque me importe Dios como realidad, sino porque la idea de su existencia me parece forma parte de un sistema de mentiras que me siento en el deber de refutar. Tal vez no gane nada con ello, pero no me prestaré a mentirme a mí mismo.

547) La literatura nunca traiciona. Si pasas hambre, soledad, abandono o deshonra nunca será por culpa de la literatura. Si el poder y los bienes materiales te abandonan, o si la posesión de ellos te alejan de la creación literaria nunca será culpa de la literatura. La culpa siempre será tuya. La literatura, al contrario, siempre va en nuestro auxilio. Los artistas más malditos que se han dedicado a ella lo saben; saben que ella ha sido su mano salvadora, el socorro al borde de su abismo. Puedes traicionarte a ti mismo, pero la literatura nunca lo hará. Qué hubiera sido de ciertos grandes creadores sin el auxilio de la literatura en en esos momentos en que la vida parecía cerrarle todas las puertas.

547) En estos momentos, para mí poder leer es como echar algo de sombra y frescor sobre el fuego abrasador de este desierto presente. Poder leer y escribir, en este ahora, es sentir que aún puedo recuperar aunque sea un trocito de paz y libertad. Poder hacer arte de las miserias a las que me enfrento cada día no me salva del todo, pero es una de mis formas de consuelo. Necesito más tiempo para escaparme más seguido hacia los libros, para refugiarme en las palabras, en las que leo y escribo, en las que me permiten jugar mi propio juego.

548) Ahora comprendo por qué para muchos de los llamados cristianos es tan fácil pedirle perdón a Dios. No es nada fácil para muchos de ellos mirar el rostro de quien se ha ofendido sin justificación y disculparse con él. No sólo es más cómodo pedir perdón a Dios por las ofensas infringidas a otros, sino que es mucho más satisfactorio transferir la ofensa a Dios, y así poder seguir odiando y agrediendo, sin pedir disculpas al odiado y agredido, sino al bueno de Dios, es decir a esa Gran Nada, por las maldades a los otros.

549) Estoy convencido de que la idea de libertad necesita sus cárceles, como de que la alegría tiene necesidad vital de ciertos dolores.

550) Ahora anoto mi temporada en el infierno. Sí, sé que a nadie le importa. A mí sí. Pero, sinceramente, no me importa que a nadie importe. Con toda determinación digo que a nadie pido arroje sombra sobre mi desierto, que nadie derrame lluvia sobre mi fuego abrasador. No, que nadie emita ni siquiera chispas de luces sobre sobre estas tinieblas que me cubren. ¿Debo acaso agradecer a mi estadía en este valle del suplicio el que aún tenga yo mano, cabeza y corazón para consignar mis oprobios?

José Martín Paulino

Escritor

Abogado, escritor y crítico literario.

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