En algún momento lo dijimos —o tal vez lo recordamos sin saberlo—: “el poema crea sobre la marcha sus propios instrumentos y, también sobre la marcha, los destruye”. Más que una afirmación concluyente, esta idea —vinculada a la poética del lingüista, poeta y filósofo francés Henri Meschonnic— funciona como una clave de lectura del quehacer poético contemporáneo. Lejos de concebir al poema como un objeto cerrado, construido a partir de normas heredadas o estructuras fijas, esta idea remite a un proceso creativo que se genera a sí mismo en el acto mismo de escribirse, pero que, al mismo tiempo, se niega, se cuestiona y se transforma. Este texto se propone analizar cómo dicha frase se articula con la tradición crítica y poética del siglo XX y XXI, y cómo expresa una forma particular de comprender la poesía contemporánea: como un campo de constante invención ,crisis y renovación.

El gesto de crear sobre la marcha los propios instrumentos tiene una resonancia inmediata con el espíritu de las vanguardias históricas del siglo XX,, movimientos que desafiaron las convenciones estéticas, formales y temáticas de la poesía tradicional. Corrientes como el futurismo, el dadaísmo o el surrealismo no sólo proponían nuevas formas de expresión, sino que cuestionaban el lenguaje mismo como medio de representación. En este sentido, la frase remite a la idea de una poesía que no parte de estructuras previas, sino que construye sus propias reglas conforme avanza, rompiendo con cualquier sistema estable o forma codificada.

Tristan Tzara, figura central del dadaísmo, proponía escribir poemas recortando palabras de un periódico y sacándolas al azar de un sombrero. Este método no solo destruía las herramientas convencionales de la poesía —como la métrica, la coherencia semántica o la autoría individual— sino que instauraba la aleatoriedad como instrumento poético. Así, el poema se construía desde una lógica de improvisación y simultánea subversión. De modo similar, los manifiestos futuristas proclamaban la destrucción del pasado para que el arte pudiera fundarse desde cero, en sincronía con el ritmo de la modernidad.

Más allá de las vanguardias, la frase también se vincula con una concepción de la poesía como acto de devenir, como proceso más que como producto final. En esta línea, el poema no es un objeto cerrado, acabado o perfeccionado, sino una experiencia de escritura abierta, donde los medios formales son creados y descartados en función de una necesidad expresiva cambiante. Esta visión ha sido compartida por muchos poetas del siglo XX que ven el poema como un lugar de exploración más que de afirmación.

Octavio Paz.

Octavio Paz, tanto en su ensayo "El arco y la lira" como en "La otra voz", sostiene que la poesía moderna ha asumido, como parte de su naturaleza, la búsqueda constante, incluso la negación de sí misma. "La tradición de la modernidad es la ruptura", afirma, lo cual implica que cada poema — cada intento de capturar el mundo o el yo— está destinado a fracturarse, a ser superado por la siguiente tentativa. Desde esta perspectiva, el poema crea sus herramientas en función del momento, pero no se apega a ellas: las abandona cuando dejan de servirle o cuando amenazan con volverse normas. Esto implica que el poema no solo dice algo nuevo, sino que crea una nueva forma de decir, un nuevo sistema que muchas veces solo existe en ese poema particular.

En esta línea se inscriben también poéticas como la de Paul Celan, quien concibe el poema como un "acto en camino", un lugar de encuentro con el otro, pero también de riesgo y discontinuidad. En sus textos ,el lenguaje parece deshacerse mientras intenta decir: crea sus propios recursos, pero inmediatamente los somete a la duda y a la fragmentación.

Desde una perspectiva crítica, esta noción de la poesía que crea y destruye sus instrumentos sobre la marcha puede también abordarse desde las teorías de la deconstrucción. Jacques Derrida propone que todo texto contiene en sí mismo las condiciones para su propia disolución: al tiempo que construye significado, lo cuestiona. En este contexto, el poema se entiende como un espacio inestable, donde los signos se escapan de sus significados, y donde la forma no puede permanecer fija sin caer en contradicción.

Así, el poema contemporáneo aparece como auto-reflexivo, consciente de sus propios límites y de su fragilidad estructural. Se trata de una poesía que no solo se escribe, sino que se piensa escribiéndose, mostrando sus fisuras, sus fracasos, sus dudas. Esta conciencia crítica lleva a que muchos poemas actuales no solo articulen un sentido, sino que pongan en escena el acto mismo de escribir, con todas sus tensiones y quiebres.

Autores como Henri Meschonnic, desde una crítica del signo y una reivindicación del ritmo como lugar de subjetivación, sostienen que el lenguaje poético no se basa en códigos estables, sino que reinventa su propio sistema de sentido en cada poema. El lenguaje deja de ser un medio transparente para volverse un territorio inestable de invención permanente; la marca de la subjetividad, el sentido, se reinventa en cada discurso.

En la práctica poética contemporánea, esta concepción del poema como construcción y destrucción simultánea se manifiesta de múltiples formas. Los poetas actuales trabajan con una hibridación de lenguajes y soportes, incorporando elementos visuales, digitales, performáticos, sonoros o interactivos, donde incluso las fronteras entre los géneros se disuelven. La escritura poética ya no se limita a la palabra impresa, y muchas veces desecha las herramientas tradicionales —métrica, rima, estrofa— para generar sus propios códigos expresivos en el acto mismo de la creación.

Esta poesía es también políticamente consciente de sus herramientas, y desconfía de los instrumentos heredados: cuestiona la gramática normativa, los discursos oficiales, las estructuras de poder inscritas en el lenguaje. En muchos casos, el poema destruye sus propias herramientas como gesto de resistencia, como forma de abrir espacios para lo excluido, lo fragmentario, lo marginal.

Jacques Derrida.

La frase "El poema crea sobre la marcha sus propios instrumentos y también sobre la marcha los destruye" sintetiza de manera precisa la lógica de la poesía contemporánea : una escritura que se inventa y se desarma simultáneamente, que no se apoya en estructuras fijas ni en verdades estéticas cerradas. Esta visión del poema como proceso, como devenir, como crisis, se nutre tanto de las rupturas vanguardistas como de las teorías posmodernas de la textualidad. En la poesía actual, este impulso se traduce en una búsqueda constante de nuevos modos de expresión, muchas veces fragmentarios, híbridos, efímeros o auto-reflexivos. Así, la poesía no se define por lo que preserva o resguarda, sino por su capacidad de reinventarse a cada paso, creando y destruyendo sus herramientas en el mismo gesto.

Julio Adames

Escritor

Julio Adames, nacido en Constanza, provincia La Vega, República Dominicana, es escritor y abogado. Realizó estudios en Letras Modernas, Psicología y Derecho, con posgrado y maestría en áreas jurídicas, en las universidades UTESA, UASD y PUCMM. Ha publicado una decena de libros, entre los que destacan Huéspedes en la noche, Cuerpo de baile, Infame turba, Parábolas para muñecas, El treno fatigado, Cuerpo en una burbuja, Monedas al aire y Tempo alcohólico. Su obra ha sido reconocida con el Premio de Cuento de Casa de Teatro (1990), el Premio Nacional de Poesía Infantil Aurora Tavárez Belliard (2005-2006) y el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez (2012). También incursiona en la pintura, dentro del estilo impresionista abstracto, y ha participado en diversas exposiciones colectivas. Contacto: xjulioadames@hotmail.com | xjulioadames@gmail.com

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