Este texto nació como parte de un ejercicio del Doctorado en Ciencias de la Educación que curso en México. En una de las clases, el profesor nos propuso releer Casa tomada, de Julio Cortázar, y reflexionar sobre qué nos decía la obra. Aquella lectura, aparentemente simple, me condujo a una idea que me acompaña desde entonces: así como los personajes de Cortázar fueron dejando que les tomaran la casa, nosotros, como sociedad, hemos ido dejando que nos tomen la escuela.

Cortázar fascina. Tiene la habilidad de convertir lo cotidiano en misterio. En Casa tomada, los hermanos Irene y el narrador viven una rutina apacible en una casa heredada. De pronto, comienzan a oír ruidos, pasos, presencias invisibles. Nadie sabe quién invade la casa, pero ellos se van retirando, primero del saguán, luego del comedor, más tarde de la biblioteca… hasta que abandonan la casa por completo. Y el narrador dice una frase que resume el despojo: “…Poco a poco dejamos de pensar. Se puede vivir sin pensar”.

Esa línea resuena en el contexto educativo dominicano. ¿No hemos dejado también de pensar? ¿No hemos permitido que la rutina, el papeleo y la resignación ocupen el lugar de la reflexión, la curiosidad y la creatividad? Nos aferramos a los ritos, llenar planificaciones, registrar asistencia, cumplir con fechas y programa, pero a veces, olvidamos el propósito más esencial, que es formar seres humanos capaces de pensar por sí mismos.

Como Irene, seguimos tejiendo; como su hermano, seguimos ordenando muebles. Son gestos que nos dan calma, pero que esconden un peligro: el tedio puede volverse hábito, y el hábito, renuncia. Así se pierde una casa; así se pierde un sistema educativo.

Cortázar nunca revela quién tomó la casa. Tal vez porque no se trata de un enemigo visible, sino de un proceso silencioso: el miedo a innovar, la falta de confianza en la imaginación, la indiferencia institucional. Lo mismo ocurre con nuestra educación: los invasores son la rutina, la prisa, la burocracia que ahoga la creatividad de docentes y estudiantes.

Recuperar la casa significa volver a pensar, volver a crear, devolverle al aula su poder transformador. Se trata de reavivar la mente y la sensibilidad, de encender en los estudiantes y docentes la chispa del pensamiento creativo. Porque una escuela sin pensamiento es una casa vacía: muerta.

Casa tomada además de ser un cuento fantástico sirve como una advertencia. Nos recuerda que el pensamiento no se abandona sin consecuencias. Si dejamos que el tedio nos tome la escuela, pronto perderemos algo más que un espacio físico, perderemos la capacidad de imaginar y filosofar un futuro mejor.

Patricio León

Educador y artista multidisciplinario

Patricio León. Educador y artista multidisciplinario. Educador, actor, escritor y músico. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad Anáhuac (México), con experiencia en formación docente, educación infantil, gestión curricular y literatura infantil. Ha publicado ensayos, ficción, poesía y teatro. En escena, ha interpretado personajes clásicos y contemporáneos en obras de autores como Beckett, Lorca y Sábato. Su trabajo integra arte y pedagogía, fomentando la formación integral a través de la palabra y el escenario. patricioleoncruz@gmail.com

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