Todo el teatro era una gran cámara negra, un vacío expectante donde solo los actores y los múltiples personajes que encarnarían podían adueñarse del espacio. Una luz cenital, intensa y casi ritual, delimitaba el área de acción, mientras una suave periferia de luz enmarcaba el resto, creando un contraste que aislaba y a la vez expandía la mirada del espectador. No había proscenio ni marco que separara la actuación del público: la cercanía era inevitable. Esa exposición inicial no era un detalle menor, sino una declaración de intenciones. Los intérpretes, proyectados hacia nosotros desde el primer segundo, parecían mirarnos más allá del personaje, como si supieran que esta historia también nos pertenecía. Esas cuatro noches, el teatro no fue refugio: fue ágora, plaza encendida, territorio de palabra y confrontación. 

Escena de La guerra de los mundos II.

Sinopsis 

Sátira mordaz y divertida donde, a través de un programa radial, dos actores encarnan múltiples personajes para narrar cómo una invasión extraterrestre desata la histeria por el amor tóxico, la posesión y la dependencia emocional.  

Reparto y equipo artístico 

Dirección y dramaturgia: Rafael Morla 

Producción general: Otro Teatro 

Actriz invitada: Isabel Spencer 

Coordinación de producción: Karina Valdez 

Asistente de dirección: Glenis Valoy 

Diseño e iluminación: Issac Núñez 

Diseño de vestuarios: Palma Ruíz 

Maquillaje: Taína Peña 

Fotografía: Micael Pasco 

La guerra de los mundos II: Los monstruos románticos atacan 

A diferencia de lo que su título pudiera sugerir, aquí no hay “parte I” que anteceda esta historia. La supuesta secuela es, en realidad, un guiño irónico: un pretexto para construir un universo propio donde el humor satírico, la ciencia ficción y el melodrama sentimental se cruzan con la precisión de un reloj teatral. La obra toma distancia de la Guerra de los Mundos que Orson Welles inmortalizó en la radio en 1938, pero hereda de aquella la capacidad de usar la ficción para desnudar miedos muy reales.  

La dramaturgia de Rafael Morla se apoya en una estructura moderna, ágil y precisa. El inicio atrapa de inmediato; el desarrollo alterna tensión y respiro con maestría; y el cierre, lejos de clausurar, deja una resonancia que acompaña al espectador fuera de la sala. El conflicto central —cómo el amor mal entendido puede ser tan invasivo como un ejército alienígena— se presenta con nitidez y evoluciona sin fisuras. Los personajes están delineados con rigor: motivaciones claras, recorridos emocionales bien trazados y diálogos que revelan más que informan. Incluso los silencios, medidos y calculados, forman parte del discurso. 

En escena, Isabel Spencer y Rafael Morla despliegan un dominio absoluto de la voz, la proyección, la modulación emocional y el desplazamiento en un escenario sin barreras. Cada gesto y cada mirada responden a una intención dramática justificada. Sus cuerpos hablan tanto como sus palabras, y lo dicho y lo sentido se funden en un solo pulso. Su actuación, impregnada de humor satírico, mezcla lo trascendental con lo cotidiano, partiendo de lo íntimo y personal para hablar de los significados del amor. Spencer, además, aporta una mirada directorial afinada: no hay tiempos muertos, el ritmo es sostenido, y cada elemento técnico —luz, sonido, maquillaje y vestuario— dialoga en armonía con la interpretación.  

La guerra de los mundos II: Los monstruos románticos atacan 

Uno de los rasgos más difíciles de lograr en escena son las pausas dramáticas. Aquí no fueron simples intervalos para respirar o cambiar de personaje: fueron suspensiones cargadas de intención, momentos en los que el tiempo parecía detenerse para que el espectador sintiera el peso de lo dicho o anticipara lo que vendría. En manos de Spencer y Morla, estos silencios se transformaron en verdaderos instrumentos narrativos: un silencio podía ser más elocuente que una página de diálogo; una mirada fija, más tensa que cualquier exclamación. La dirección supo colocarlos en puntos clave, modulando así el ritmo del relato y permitiendo al público reflexionar, emocionarse o temer la próxima palabra.  

La puesta en escena aprovecha magistralmente la cercanía con la audiencia. Los actores no actúan “frente a” sino “con” el público. La iluminación de Issac Núñez crea atmósferas, acentúa momentos de alto voltaje y, a veces, con un solo haz de luz, revela subtextos que no se dicen. El vestuario de Palma Ruíz y el maquillaje de Taína Peña aportan identidad visual a cada personaje, mientras la fotografía de Micael Pasco registra y amplía la memoria del montaje. La producción de Otro Teatro, bajo la coordinación de Karina Valdez, garantiza un engranaje impecable.  

La obra funciona como espejo contemporáneo: nos habla de invasiones invisibles, esas que manipulan nuestras emociones, disfrazan de amor el control y colonizan nuestro pensamiento con relatos dulces que esconden verdades amargas. Es una advertencia disfrazada de comedia, una fábula de ciencia ficción que se atreve a hurgar en las relaciones humanas sin perder el filo crítico.  

El público respondió con risas cómplices, interrupciones con aplausos y silencios atentos. Esa combinación fue el mejor testimonio de que el montaje logró su propósito: provocar y emocionar a partes iguales, manteniendo a la audiencia conectada en todo momento. 

La Guerra de los Mundos II no es solo una obra bien hecha: es una prueba viva de que el teatro dominicano puede ser crítico, arriesgado y profundamente humano. Montajes así merecen apoyo, difusión y temporadas en todos los rincones del país, desde la ciudad capital hasta las salas más pequeñas de provincias y municipios. Porque este es el teatro que no se conforma con entretener: sacude, interpela, provoca conversación y nos devuelve el espejo roto de la sociedad para que lo miremos sin maquillaje. 

Es el mismo espíritu que en las décadas de 1970 y 1980 animó al Teatro Estudiantil, al Gayumba, al Gratey, a Texpo, a Chispa, al Teatro Popular TPC, teatro UASD y a tantos otros que, con pocos recursos y mucho coraje, hicieron del escenario una trinchera de ideas y resistencia. Ese legado no debe quedarse en la nostalgia: los jóvenes teatristas tienen en estas obras una escuela de libertad y de expresión contestataria, un ejemplo de cómo el teatro puede —y debe— ser un acto de conciencia y de cambio.  

Contar hoy con el Dr. Rafael Morla como director de la Escuela de Arte Dramático es un privilegio para nuestra escena. Su trayectoria como creador, investigador y docente garantiza que las nuevas generaciones reciban no solo técnica y disciplina, sino también el compromiso ético y la pasión que dan identidad al mejor teatro dominicano. 

Danilo Ginebra

Publicista y director de teatro

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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