La cosmolingüística se plantea como una propuesta epistemológica que concibe el lenguaje como universo de universos comunicativos, un campo de estudio que trasciende la mirada reduccionista del positivismo lógico y las limitaciones del estructuralismo clásico. En lugar de fijar fronteras rígidas entre lo lingüístico y lo no lingüístico, este enfoque se sustenta en la idea de que todo lo que produce sentido —palabras, gestos, imágenes, músicas, silencios— forma parte de la trama comunicativa que constituye la experiencia humana. ¿Acaso no vivimos inmersos en un océano de signos que nos rodean incluso cuando callamos?

En el ámbito de las neurociencias se ha identificado que la capacidad de articular palabras se asocia con áreas específicas del cerebro, como la tercera circunvalación del lóbulo frontal izquierdo, vinculada al área de Broca. Sin embargo, esa dimensión pertenece a la medicina y no a las ciencias sociales. Desde el campo de los estudios culturales y lingüísticos, el objeto de análisis no es la localización neuronal, sino la expresión de significados y la producción de sentidos que circulan en la vida social. ¿No resulta más fecundo preguntarnos cómo los pueblos narran sus memorias y construyen sus identidades que quedarnos en la pura descripción anatómica? El lenguaje, desde esta perspectiva, no se limita a ser una función cerebral, sino que constituye el entramado simbólico donde las sociedades se reconocen, se narran y se proyectan.

Roman Jakobson.

El estructuralismo, en su vertiente saussureana, concibió la lengua como un sistema de signos que expresan ideas (Saussure, 1916/2005). Si bien esta definición inauguró la lingüística moderna, también condujo a enfoques que privilegiaron los aspectos internos del sistema, descuidando la amplitud de lo comunicativo. Jakobson (1960) amplió la perspectiva al señalar la multiplicidad de funciones que cumplen los mensajes, mientras que Bajtín (1982) avanzó hacia una noción translingüística que subrayaba el carácter dialógico de todo enunciado. En la tradición dominicana, Manuel Matos Moquete (2005), en su obra Estudios translingüísticos, recuperó esa intuición bajtiniana para pensar el cruce de discursos y sistemas de signos en contextos de hibridez cultural. La cosmolingüística recoge estos aportes y los proyecta hacia una visión más radicalmente incluyente: no solo lo verbal, sino cualquier manifestación significativa forma parte del cosmos comunicativo. ¿No es acaso un silencio compartido tan elocuente como un discurso pronunciado en voz alta?

En este sentido, resulta ilustrativo observar cómo las obras cinematográficas expresan discursos que van más allá del diálogo verbal. El filme dominicano La gunguna (Ernesto Alemany, 2015) constituye un ejemplo elocuente. La película narra, a través de un arma de fuego que cambia de dueño, una crítica social sobre la violencia, la marginalidad y el destino colectivo. El relato no se agota en el guion, sino que se expande en la composición visual, el manejo del ritmo narrativo y la construcción simbólica de los objetos. En esta película, el revólver no es un mero accesorio, sino un signo cargado de sentidos que atraviesan las escenas y generan un discurso sobre el poder y la fragilidad humana. ¿No revela esto que la cosmolingüística permite analizar una película como un texto tan significativo como una novela o un ensayo? Todo lo que comunica —desde la fotografía hasta la banda sonora— pertenece al cosmos de la significación.

Jacques Derrida (1967/1997) lo expresó de manera contundente cuando señaló que "no hay nada fuera del texto”, afirmación que no dejo de pensar por la carga semántica que contiene. Sin embargo, esta declaración, tantas veces malinterpretada, debe comprenderse como la constatación de que toda experiencia humana es mediada por signos, que todo lo que llega a nosotros lo hace bajo la forma de discurso. En esa línea, un mural callejero, una danza folclórica, un ritual religioso o una puesta en escena teatral no son exteriores a la comunicación: son expresiones discursivas que deben analizarse con el mismo rigor que un tratado escrito. ¿No es precisamente esta visión la que nos obliga a reconsiderar qué entendemos por “texto”?

Edgar Morin.

La teoría de la complejidad de Edgar Morin (2008) encuentra un paralelo evidente en esta propuesta. Para Morin, la realidad no puede comprenderse por medio de reducciones simplificadoras, sino como un entramado donde la parte está en el todo y el todo en la parte. La cosmolingüística comparte esa orientación: concibe los discursos como nodos interconectados de un sistema mayor en el que lo literario, lo visual, lo musical y lo gestual dialogan y se retroalimentan. Una poesía de Salomé Ureña, una fotografía de Wifredo García y una escena de La gunguna no son manifestaciones dispares, sino expresiones convergentes de un mismo universo comunicativo. ¿No es esta red de interacciones lo que, en última instancia, nos define como seres culturales?

El desarrollo de los modelos de inteligencia artificial generativa confirma empíricamente esta visión. Estas tecnologías no solo producen textos escritos, sino también imágenes, videos y composiciones sonoras a partir de un mismo principio: la articulación de signos en múltiples modalidades. De este modo, un relato puede presentarse en forma de narración literaria, de corto animado o de pieza musical, evidenciando que la producción de sentido trasciende las divisiones entre artes, ciencias y técnicas. La cosmolingüística encuentra aquí una validación inesperada: la complejidad comunicativa no es una metáfora, sino un fenómeno observable en la práctica cultural y tecnológica contemporánea. ¿No nos habla esto de un futuro en el que la noción de lenguaje será necesariamente más amplia de lo que imaginamos hoy?

Por lo tanto, la cosmolingüística constituye un horizonte epistemológico que busca superar las limitaciones dogmáticas de los enfoques tradicionales. Su objeto de estudio no es solo la lengua, sino la totalidad de las expresiones significantes que constituyen la vida humana. En ella convergen la herencia saussureana, la translingüística bajtiniana, los estudios de Matos Moquete y la teoría de la complejidad de Morin, configurando un campo abierto y dinámico. Concebir el lenguaje como universo de universos comunicativos significa, en última instancia, reconocer que todo lo humano —desde la poesía hasta la imagen cinematográfica, desde la música popular hasta la inteligencia artificial— es discurso. Y entonces, ¿no es cierto que el conocimiento más fecundo surge cuando nos atrevemos a pensarlo en su totalidad?

Gerardo Roa Ogando

Profesor universitario y escritor

Gerardo Roa Ogando es Decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es doctor en Filosofía del Lenguaje, con énfasis en Lingüística Hispánica. Magíster en Lingüística Aplicada; Máster en Filosofía en un Mundo Global y Magíster en Entornos Virtuales de Aprendizaje. Es Profesor/Investigador adjunto, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Director de la Escuela de Letras en la Facultad de Humanidades, y profesor de Análisis Crítico del Discurso (ACD) en el posgrado del área de lingüística en dicha universidad. Miembro de número del Claustro Menor Universitario de la UASD desde el año 2014. Algunas publicaciones: “Taxonomía del discurso” (libro, 2016); “La competencia morfosintáctica” (libro, 2016); Redacción Académica (2019, libro); Lingüística cosmológica (2013, libro); “Cuentos del sinsentido” (2019, libro);

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