Uno de los grandes novelistas vivos de la lengua española, Mario Vargas Llosa, acaba de fallecer el domingo pasado, 13 de abril, en su pueblo natal de Arequipa, Perú. A la edad de 89 años, recién cumplidos, se nacionalizó en España y República Dominicana, dejando una de sus obras cumbres, según la crítica internacional: la novela sobre la historia de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, La fiesta del Chivo (2000).
Igual que el inmenso Gabriel García Márquez, también fallecido. Ambos, Premios Nobel de Literatura. Al primero le fue otorgado en el año 2010, según la Academia Sueca: «por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la derrota». Al segundo, en el año 1982: «por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente». Cien años de soledad es nuestro Quijote de la novela. No soy un lector de novelas —lo he dicho en otras ocasiones—; sin embargo, por formación y por un simple compromiso bibliográfico, he tenido que leer muchas de ellas.
Vargas Llosa es también un ensayista y articulista polémico por sus juicios y consideraciones intelectuales. En su libro, La civilización del espectáculo (2012), provocó un boom mediático a nivel internacional y nacional. Es un tema de mi interés personal y profesional; por eso decidí comprarlo para regalármelo, como parte de la estética del consumo del período de Navidad. Empecé a leerlo desenfrenadamente, viendo cómo el autor se interesa por los asuntos culturales y todo lo que viene detrás de ello. El libro está constituido por seis ensayos convertidos en capítulos: «La civilización del espectáculo», «Breve discurso de la cultura», «Prohibido prohibir», «La desaparición del erotismo», «Cultura, política y poder», «El opio del pueblo», antecedido por una «Metamorfosis de la palabra». Cada ensayo está precedido de algunos de los artículos publicados en su columna Piedra de Toque, del periódico El País. Titula «Antecedentes», porque fueron escritos antes del libro, con plena de que tienen un hilo conductor a nivel temático. El autor, antes de concluir su libro, hace una reflexión final sobre el tema, pero después incluye dos antecedentes finales y un párrafo de agradecimiento. La «Metamorfosis» de la palabra no es más que un rápido mapeo bibliográfico sobre los:
«(…) tratados, ensayos, teorías y análisis sobre la cultura como en nuestro tiempo. El hecho es tanto más sorprendente cuando que la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer. Y acaso haya desaparecido ya, discretamente vaciada de su contenido y éste reemplazado por otro, que desnaturaliza el que tuvo. Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una importante que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general […] La cultura atraviesa una crisis profunda y ha entrado en decadencia. El último de ellos, en cambio, habla de una nueva cultura edificada sobre las ruinas de la que ha venido a suplantar».
Históricamente, la palabra cultura tiene una multiplicidad de significados. Ezequiel Ander Egg, en su trascendental obra Metodología y práctica de la animación sociocultural, citada anteriormente en un pie de página de dicha obra, dice: «Krober y Kluchhohn, en 1951, hicieron una extensa recopilación crítica de los conceptos y definiciones de cultura, desde Pascal y Descartes hasta los autores contemporáneos. Transcribieron y comentaron más de 200 definiciones con el fin de caracterizar y precisar el sentido y alcance del término». Definir la cultura desde las perspectivas actuales es difícil, más aún si el trabajo no es una investigación.
Con lo que sí estamos de acuerdo con Vargas Llosa es que han querido convertir las artes también en un mero entretenimiento de mercado.
La cultura no es un proceso estático; más bien, es dinámica y diversa. Asimismo, lo es en sus definiciones; las mismas no han podido ser agotadas ni por los especialistas ni por los trabajadores culturales. Según Clifford Geertz: «La cultura es un patrón de significados transmitido históricamente, incorporado en símbolos; un sistema de concepciones heredadas y expresadas en formas simbólicas, por medio de los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actividades en relación con la vida».
Definir, plantear y conceptualizar sobre la cultura no es una tarea fácil para ningún escritor o intelectual, más aún si no es especialista en el tema, vocablo que Vargas Llosa también pone en duda, valiéndose de una actitud supuestamente humanística. De ninguna manera con esto pretendo invalidar el libro; aunque no estoy de acuerdo con algunas de sus conceptualizaciones, sí lo estoy con algunas de sus preocupaciones.
No creo que el término «cultura» esté a punto de desaparecer o haya desaparecido ya, como él sostiene, por la razón siguiente: por nuestra propia naturaleza somos entes eminentemente culturales; ninguna criatura viviente tiene esa posibilidad material, espiritual, creativa y pensante. No hay que ser un experto para darse cuenta de que la cultura es una manifestación exclusivamente humana; ningún otro ser viviente tiene la capacidad de concebir y producir fenómenos culturales. Nuestro Pedro Henríquez Ureña decía:
«Desde la aparición del Homo sapiens, cuando el hombre reconoció su propia identidad y comprobó que se distinguía de las demás criaturas, mediante el desarrollo de la conciencia generó el lenguaje y, con él, su propio saber, que empleó para dominar la naturaleza y usarla en su beneficio, haciendo acopio de cuanto le rodea. Ante el esplendor del mundo, expresó su estimación y asombro, dando cuenta de sueños y temores. La acumulación de creaciones y saberes conforma la sustancia de la cultura. Ha sido tan sorprendente el desarrollo del saber humano que la cultura se convirtió en la más cabal expresión del entendimiento y la sensibilidad de hombres y mujeres, siendo la cultura, como afirma Werner Jaeger, el más alto símbolo de la civilización».
La cultura es la simiente de la existencia; la civilización no es más que un desarrollo de ella. Existimos porque somos conscientes de nuestra propia existencia y, por ende, porque somos capaces de generar nuestra propia cultura. El ser humano crea y acumula la cultura porque es su realidad más contundente. La cultura es la que les da significado a las palabras y las cosas.
La cultura está en extinción tal y como la conocíamos anteriormente, según dice Vargas Llosa, pero esto es imposible porque ella —la cultura— es la esencia de lo humano. Es decir, somos por naturaleza entes eminentemente culturales. La cultura no se extingue; se transforma, se desarrolla y se eterniza. Una visión elitista de la cultura se revela y a veces se esconde en la obra de Mario Vargas Llosa: de ahí que se ampare en autores como T. S. Eliot, George Steiner, Freud, Guy Debord, Gilles Lipovetsky, Jean Serroy, Frédéric Martel, entre otros.
La cultura no es estática, como sugiere el autor; es todo lo contrario: es dinámica y diversa. El mapeo biográfico que él realiza en su ensayo es sostenido y justificado a partir de sus propios intereses culturales burgueses, los cuales ampara en el concepto elitista de la «alta cultura» o las bellas artes. Aunque a veces trata, por lo menos, de admitir la cultura popular, su ego burgués vuelve a reiterar su prejuicio sobre ella; incluso niega la realización cultural de los países ideológicamente contrarios.
Otro de los temas resaltados e investigados es la vinculación que hace entre cultura y religión. Vargas Llosa realiza un rastreo importante sobre las luces y las sombras de las religiones; este trabajo debe ser leído con perspicacia e inteligencia para que cada quien se haga su propia opinión como lector. Algunos países fuimos víctimas de la explotación y extinción de nuestra raza aborigen, siendo esto amparado a través de la supuesta evangelización del Nuevo Mundo, cuando realmente lo que hacían era esclavizarla y explotarla por sus recursos materiales y naturales. El catolicismo, además de tener una concepción sobrenatural y elitista de la cultura, de la misma manera posee los museos más importantes del arte sacro.
El tema cultural no es nuevo; desde la misma evolución de la humanidad, la cultura ha sido utilizada como entretenimiento o como pasatiempo por alguna parte de la población, como es asimismo el deporte. En nuestro caso, por ejemplo, el baile danzante Areíto de los indígenas de Quisqueya era una expresión cultural que hacían para entretenerse. El entretenimiento es algo intrínseco y natural en los seres humanos, incluso en los animales cuando juegan entre sí.
Con lo que sí estamos de acuerdo con Vargas Llosa es que han querido convertir las artes también en un mero entretenimiento de mercado. No le interesa estudiar los fenómenos culturales, sino la comercialización de las artes como parte de su gran capital financiero. Incluso hay ricos que tienen obras maestras en sus residencias, no por su valor artístico, sino económico. La gente no tiene una significación cultural, sino comercial. En la actualidad, somos vistos y analizados simplemente como consumidores.
De todas maneras, hay algunos capítulos que debieron ser más sostenidos en términos bibliográficos, por la diversidad de especialistas que hay en cada uno de ellos. Me fue extraño no ver citados ni analizados autores tan trascendentales en la actualidad; nombraré solo dos de ellos. Néstor García Canclini y Martín Barbero, quienes son indispensables a la hora de escribir sobre comunicación y cultura. También hay una obra que revolucionó la visión de la cultura y el desarrollo en la década de los 90: Nuestra diversidad creativa. Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (1996), Javier Pérez de Cuéllar, la Unesco.
«La cultura desempeña igualmente un papel porque es un fin deseable en sí mismo, porque da un sentido a nuestra existencia. […] la cultura se debe entender de una manera más fundamental ̶ no como un instrumento al servicio de tales o cuales fines, sino como la base social de los fines mismos ̶ . […] A diferencia del ambiente, en el que no osaríamos tratar de perfeccionar la naturaleza, la cultura es una fuente de nuestro progreso y creatividad». (Págs. 31-33).
En el cuarto capítulo nos habla sobre la banalización del erotismo; sin embargo, nos extrañó que no citara los grandes tratados que hay sobre el tema, e incluso ni siquiera La llama doble de Octavio Paz. Lo que realmente está en crisis no es el término de cultura, es más bien la propia civilización como tal. Lo banal siempre ha existido en la civilización y en todas las culturas; esto puede ser rastreado a través de la historia de la humanidad. Hay que entender que el hombre, como ser histórico, también es una criatura que evoluciona, se transforma y crea nuevas realidades humanas, materiales, artísticas, espirituales y comunicacionales.
Es decir, funda nuevos modelos de vida, con sus propias diversidades y consumidores. Esto me recuerda el libro de Canclini, Consumidores y ciudadanos, o Imaginarios urbanos de Armando Silva. Sin lugar a dudas, el libro de Mario Vargas Llosa es un libro importante, pero está lleno de sueños, temores e incertidumbres. Aunque tiene algunas verdades que deben ser analizadas y compartidas por todos aquellos a quienes nos importa el tema.
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