Desde sus orígenes, las bibliotecas han estado vinculadas al conocimiento y la cultura. Es harto conocido que su origen más concreto se remonta a las antiguas civilizaciones mesopotámicas y egipcias, en las cuales las bibliotecas estaban formadas por libros de papiro, de pergamino o de tablillas de arcilla. Su función se limitaba al uso exclusivo que se le daba en monasterios y entidades políticas, luego adquieren un carácter más abierto y pasan a estar a disposición de un público más amplio que las veía como fuentes de saberes diversos. Durante el apogeo grecorromano las bibliotecas privadas pertenecían casi exclusivamente a los nobles, los monjes y los sabios. Asimismo, en el medioevo estaban limitadas a un público escaso, que era la realeza, la nobleza, el clero y la burguesía. Con el correr de los años su uso se ha expandido y diversificado, tanto es así que, a día de hoy, todo amante del conocimiento y la cultura es propenso a formar una biblioteca personal (grande o pequeña, pero biblioteca, al fin y al cabo). Tal ha sido el caso del notable artista dominicano Danilo de los Santos (1943-2018), quien fue —además de artista visual, curador, crítico de arte, historiador y educador— un gran amante de los libros y, por consiguiente, poseía una biblioteca formidable. No en vano fue, para su generación, uno de los dominicanos con mayor cultura y saber artístico. 

Su magnífica biblioteca llamó mi atención desde que, un sábado en la tarde, la visité junto al escritor Carlos Rodolfo Cruz y su compañera de vida, quien es hermana del fenecido artista. Está situada en dos espacios de la casa: en el primer nivel, están mayormente los libros de historia, de arte y de cultura; en el segundo, los clásicos de la literatura universal y los autores contemporáneos de la literatura dominicana. Es, por supuesto, una biblioteca de buen gusto y sabia elección. El ambiente de los libros está cubierto de cuadros con la respectiva firma del artista y otros renombrados artistas dominicanos. En los anaqueles posan pequeñas colecciones de objetos diminutos, algunas fotografías antiguas que fungen como reliquias familiares, pequeñas manualidades y recortes de curiosidades artísticas.

La biblioteca de Danilo de los Santos

Que Danilo de los Santos haya llegado a tener una buena biblioteca personal es desde luego algo completamente natural en un hombre de sólida formación cultural, como sin duda lo fue él. Se nota que básicamente fueron libros adquiridos de forma gradual, algo por lo demás común en los lectores, pues quien ama la lectura obtiene libros generalmente desde la mocedad, a veces de uno en uno, y otras veces en pequeñas cantidades, hasta que llega el momento en que el lector ya ha formado una buena biblioteca enteramente a su gusto. Semejante proceder ha sido desde antaño una costumbre inherente a los artistas, los hombres de sapiencia y los demás amantes del arte y el conocimiento. Asimismo, al leer el libro de memorias de Danilo de los Santos, Danicel: Anotaciones de un joven pintor, he confirmado que en su temprana adolescencia era ya un lector fervoroso de los libros de Shakespeare, Stefan Zweig, Hemingway, Dumas padre, Víctor Hugo, Molière y Vargas Vila. De modo que su amor a los libros se remonta a sus años mozos. 

No es casualidad que tuviera una biblioteca digna de un artista de su dimensión. Una biblioteca es el cerebro del artista y el pulmón de la casa. Sin las bibliotecas el aire del mundo estaría viciado y en consecuencia el arte no respiraría. Por ejemplo, artistas como Paul Cézanne, Van Gogh, Picasso, Kandinski y tantos otros, marcaron grandemente el arte moderno, pero todos, sin excepción, tenían bibliotecas notables y desde temprana edad eran lectores empedernidos. Hasta en los casos de mayor precocidad artística ha sido visible la presencia del hábito de la lectura: Rimbaud y Keats escribieron poemas geniales antes de los veinte años de edad, pero crecieron entre libros y leían vorazmente; Ana Frank escribió cuentos y un diario singular a los trece; a los quince, Valérie Valère escribió El pabellón de los niños locos; y a los dieciocho, Mary Shelley Frankenstein. Pero las tres crecieron entre libros. A los veinticuatro Juan Bosch publicó Camino real y a los veintisiete La mañosa, pero fue un lector portentoso y para entonces ya había leído el Quijote veintitantas veces. Pushkin, el padre de la literatura rusa, a los quince años había escrito un poema que sorprendió a los mayores y a los veintiuno ya era un poeta consolidado, pero en la pubertad ya había heredado la biblioteca de su abuelo, que leyó con fervor. A los veinticinco Thomas Mann concluyó la escritura de Los Buddenbrook y Vargas Llosa La ciudad y los perros, pero a esa edad ya contaban con sus respectivas bibliotecas de clásicos. A los veintisiete Alain-Fournier escribió la obra maestra El gran Meaulnes, pero se sabe que desde la adolescencia poseía una inmensa biblioteca y que su cultura libresca era amplia. Pero, ¿cuál gran artista no ha sido un amante de los libros y la lectura? ¿Cuál no ha tenido propensión a formar una biblioteca personal?

La biblioteca de Danilo de los Santos

El mérito de una biblioteca en la casa es insoslayable. Si el mundo fuera un inmenso desierto, las bibliotecas serían los pequeños oasis de semejante desierto. Y si el pez habita en el agua, y la lombriz en la tierra y el león en la selva, entonces el lector habita en la biblioteca, pues el lector propiamente dicho es una especie singular cuyo hábitat natural lo constituye la biblioteca particular que ha formado, la cual, con el correr de los años, se convierte en su autobiografía cultural. Así ha sido casi siempre, en especial desde la época inmediatamente posterior al Renacimiento, pues, gracias al florecimiento sin ambages de la cultura y de la creación de la imprenta, tenían ya bibliotecas propias no solamente los nobles, los burgueses, los monjes y los eruditos, sino que, además, se popularizó la idea de que en toda casa era indispensable la inclusión de una biblioteca particular. Por ejemplo, la historia de la arquitectura evidencia que, para entonces, no se concebía la construcción de una vivienda sin incluir un cuarto de estudio que fungiera como biblioteca. 

Y sin embargo, en este siglo XXI los planos de construcción omiten el espacio de la biblioteca. Al parecer, ni los arquitectos ni los propietarios de las viviendas piensan en ello. Así pues, las bibliotecas han sido desplazadas por los vehículos. Es decir, en aquella época se incluía la biblioteca en el diseño de construcción de la vivienda (aunque no hubiese lectores en la casa), del mismo modo que hoy día se incluye el garaje o la marquesina (aunque en la vivienda no haya vehículos). La gente suele incluir la marquesina o el garaje porque piensa en el vehículo, pero no incluye el cuarto de estudio porque en realidad no piensa en la biblioteca. Incluso hoy día hay cientos y cientos de viviendas en las que es difícil encontrar no ya una biblioteca personal como la de Danilo de los Santos —que sería mucho exigir, por supuesto—, sino que ni siquiera tienen uno o dos libros. 

La biblioteca de Danilo de los Santos

Ciertamente, en esta época cibernética, superficial, extraña y veloz, el saber humanístico es a menudo visto como una bagatela. No pocos profesores y catedráticos universitarios son ajenos a la lectura. Y hay profesionales que desde hace más de diez o quince años no han vuelto a leer un libro. De hecho, nunca como ahora se había visto que los pintores, los músicos, los escultores y los escritores hagan "arte" sin tener el hábito de la lectura. A lo sumo, leen uno que otro libro de cuando en cuando. Ello es lamentable, incluso imperdonable (al menos desde el punto de vista artístico). El artista que no lee podrá en lo inmediato tener acogida popular, o ganar concursos de arte o de literatura y ser efímeramente festejado (como a menudo sucede, en especial debido a la charlatanería y la deficiencia cultural de algunos jurados modernos), pero, a la larga, sin la lectura el artista estará caracterizado por la estrechez de miras y no podrá, por lo tanto, desarrollar una amplitud de miras ni una aguda cosmovisión sobre la condición humana. 

Pero, en suma, semejante dejadez lectora ha sido tal vez únicamente en los artistas dominicanos de las últimas tres o cuatro décadas, puesto que los más importantes artistas nuestros de la segunda mitad del siglo xx han demostrado tener una clara conciencia sobre este punto y, en consecuencia, las más de las veces han sido lectores portentosos y dueños de magníficas bibliotecas, como en el caso de Danilo de los Santos. Todo artista tiene, pues, el deber de formar su biblioteca. De lo contrario, la creación "artística" de un artista que no lea está condenada a ser precaria y pedestre, porque no hay duda de que la lectura es al artista lo que el aire es a los pulmones, o sea, la lectura constituye para él una necesidad inherente y vital, pues un artista que no lee, es como un ave sin alas. 

José Agustín Grullón

Abogado y escritor

José Agustín Grullón Nació en La Vega, República Dominicana, pero reside en Santiago de los Caballeros desde hace más de una década. Es licenciado en Derecho por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) y agrimensor por la Universidad Abierta para Adultos (UAPA). Cursa además un postgrado en Legislación de Tierras. Ha cursado algunos diplomados sobre Derecho Inmobiliario, Bienes Raíces, Topografía y Derecho Sucesoral. Como escritor ha publicado el libro de cuentos Las ironías del destino (2010).

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