Que hallándonos sujetos al preciso sitio a fuerza de la gravedad entre lonjas de materia, y el entusiasmo de los logros acumulativos de la tecnología y la ciencia “para crecer íntegramente”, nunca habíamos sospechado de nuestros propios topes perceptivos, la “extensión del ojo / la mirada”, no más allá del “natural transcurrir” en el tajante y “necesario aire / el horizonte”, para circunvolar alguno que “otro mundo” que tan sólo “concebi[mos] en sueño.”

Y es que, conforme al poeta José Enrique García, en su poema En el espacio exacto, ciertamente, “pormenorizábamos” encajados, igualmente, a los límites prescritos por “cada palmo…conocido…tocando los misterios” que, durante nuestra cotidianidad “circular… / en línea recta,  rectángulo”, habíamos intuido en convivio con la “tierra, árboles, animales, en casas…” Arraigo imperioso, “cada cosa en su sitio…”, para lo que fuimos fundados.

Así, “después de la demarcación” que fue trazada, el poeta nos arrastra al espectro innegable, “imaginación real”, de los acaecimientos avizorados, “soñado[s] y entrevisto[s], presentido[s]”, aun en ajenos techos, “otros sitios”, acarreados por “la palabra y el asombro” de gente común y ordinaria: “voces de viajero / vendedores, transeúntes”  en su estado primigenio.

Precisamente, como a cada especie se le había asignado su forma y esencia  para que germinara y viviera plenamente, el poeta de la imagen, Enrique García, cuestionando el culto o el despunte del éxito banal y desechable, obliga a preguntarse: ¿quién olvida los juegos naturales: / deslizarse por una cuesta con un yaguacil / saltar…de una rama a otra rama / y entretejerse en su follaje, blando, / casi vegetal larva, / y en cabriolas, el cuerpo / sostenido en el aire…? De ahí que,  tal le pareciera prescindible al poeta “saltar la línea presentida” que separa “al niño, al hombre” de su inmanente discurrir y en el que “la inocencia protegíase a sí misma” en constante riesgo de malogro,  ignorando, quizás, “lo que existía ahí, no tan distante”: los límites temporales, finitos, para lo cual fuimos creados. Si no, “¿era tal vez…su desconocimiento…propio de una madurez no apresurada?”

Asistimos, pues, a un complejo juego alegórico vinculado a la ansiedad del progreso como propósito de la ascensión del hombre, soslayando, en consecuencia, el intrincado genio de la plenitud o experiencia vital entroncada a los aspectos deslumbrantes de los sentidos, las imágenes, “este inventario”, primordiales del poeta: “pájaros y hierbas, insectos y reptiles, árboles y sombras, laguna…peces…caminos, trillos, yerbas buenas, cadillos, malvas silvestres, pajonales, matojos…bosque…hojas y ramas, trinos y chillidos…humedades…casas de uno y otro…cálidas viviendas, corrales, cobertizos, graneros”. Asimismo, “ella o él”, nosotros, los humanos, sobre este antedicho suceder de fundamentos, sobrellevando la finitud y los afanes de SER por el “amor que se presiente”. Replegados, en absoluto, de este utilitario, civilatorio y miserable empeño en “el ejercicio de los otros”, poshumanos. Un mundo donde ya no pertenecemos.

Luis Ernesto Mejía y José Enrique García.

En el exacto espacio

En el exacto espacio

para crecer íntegramente

nadie creyó o previó otras extensiones

el límite procedía de la extensión del ojo

la mirada alcanzaba únicamente

el necesario aire

el horizonte

trascender el territorio

saltar al otro mundo

apenas concebido en sueño.

Circular andar,

en línea, rectángulo,

cada palmo de tierra, conocido,

pormenorizábamos,

y cada vez tocado los misterios

que habitaban en tierra, árboles, animales,

en casas…

Retener en la memoria los detalles

y tejíamos en la imaginación, y el corazón a la vez,

siendo cada cosa en su sitio…

y después de la demarcación

habita en nosotros la imaginación real

lo soñado y entrevisto

aquello presentido, lo que sentíamos en otros sitios

lo que llegaba en voces de viajero

vendedores,  transeúntes,

y en la palabra y en el asombro…

Y así, natural transcurrir,

¿quién olvida los juegos naturales:

deslizarse por una cuesta con un yaguacil

saltar –era una mata de calabozo–

de una rama a otra rama

y entretejerse en su follaje, blando,

casi vegetal larva,

y en cabriolas, el cuerpo

sostenido en el aire…?

Arbusto, terreno igualmente del vivir,

de la niñez de tantos…

Y nunca, necesario fue

saltar la línea presentida

ésa que ahí pervivía distanciando,

quizás sin que fuera proyecto,

al niño y al hombre.

Y pienso, ahora, a tanta distancia de aquel acontecer

la inocencia protegíase a sí misma

desconociendo lo que existía ahí,

no tan distante.

¿O era tal vez también, su desconocimieto

y la asunción misma

un ejercicio propio de una madurez no apresurada?

Mientras tanto,

todas las tierras se aventaban en esa tierra

y en ella, convivían, pájaros y hierbas,

insectos y reptiles,

árboles y sombras,

la luz de arriba

que descendiendo se vuelve menos luz

y en accidentes y torceduras que hacen sombras

que crecen en múltiples rincones…

Y esa laguna, de serenada inquieta agua

criando peces y misterios.

Caminos, triíllos,

yerbas buenas, cadillos, malvas

silvestres criaturas extensión y forma.

Y los pajonales, los matojos,

el bosque mínimo, mas inmenso en su tramado

de hojas y ramas

trinos y chillidos

y sombras y humedades…

Y las casas de uno y de otro

nuestras cálidas viviendas.

Y detrás, corrales, cobertizos, graneros.

Y encima de este inventario

ella y él

-quien recuerde o escriba que precise-

en la exacta ruta de un vivir que espera

ser pleno en un pleno amor que se presiente

no por la historia o el ejercicio de los otros

sino por unos pálpitos que no ceden en el corazón

y la palabra…