Frente al destino del libro, Irene Vallejo (Zaragoza, España, 1979), se siente optimista y no ve ningún conflicto o riesgo ante el auge del libro digital, pese a que ve retos, provenientes de las redes sociales y las pantallas virtuales. Sí observa una manera diferente de leer, que distrae la atención y afecta la concentración, por los rasgos fragmentarios, volátiles y móviles, del libro virtual. Y esta realidad, insoslayable, crea una forma superficial de leer. Defiende una fórmula híbrida, en la que las dos dimensiones de lectura tienen ventajas y desventajas. En ese sentido, no es ni “apocalíptica” ni “integrada”, en palabras de Umberto Eco. Ella vislumbra en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación la ventaja de poder acceder a datos e informaciones, en el proceso de investigación; pero, también, percibe en el libro tradicional, la posibilidad de la lectura serena, crítica, profunda, reflexiva, en soledad, y sin distracciones. Incluso, admite que el éxito de lectores de El infinito en un junco se debe a la pandemia, al confinamiento de la cuarentena, cuando se convirtió en un ángel de la guarda, en tanto texto que nos habla del valor, el significado y la importancia del libro, y su rol de resistencia en el mundo antiguo. De suerte que este artefacto de conocimiento y depositario de la memoria escrita de la humanidad, se transformó en objeto de resiliencia, arma contra la ignorancia e instrumento de aprendizaje y transmisión de la cultura verbal. Como durante la pandemia el libro adquirió valor moral y social sin precedentes, también se volvió un guardián para combatir el miedo, la soledad y el aislamiento. He ahí su poder. Irene Vallejo demostró, sabiamente –sin buscarlo ni saberlo–, la potencialidad simbólica y real del libro como mecanismo de lectura y su lugar en la historia. Ahí radica, a mi juicio, el éxito y la trascendencia de esta obra de ensayo novelado, escrita en prosa de imaginación, y para todo público. Las redes sociales se convirtieron en vehículo para compartir comentarios favorables: se formó una cadena y una comunidad de lectores en el mundo, cuando las librerías y las bibliotecas tuvieron que cerrar, y esto fue capitalizado por este libro, que vino a llenar un vacío existencial. Se convirtió en la mejor compañía ante la aflicción, el tedio y la impotencia. Con su lectura, se creó una comunidad lectora, que se nutrió y amplió con las entrevistas por you tube a su autora, quien, con sus palabras sabias y de aliento, comentaba sus páginas y sus pasajes. Por consiguiente, el libro se volvió asequible y accesible por su amenidad, agilidad y claridad.

El infinito en un junco es pues un libro que cuenta, argumenta y poetiza. Una obra de interés filológico, filosófico, histórico y literario; una historia novelada sin ficción, pero de un insólito trasfondo mitológico. En síntesis, es una historia infanto-juvenil del libro y la lectura del hombre antiguo escrita para el lector del presente y del futuro. O sea, una historia apasionada y moral, del valor humano de la lectura, como proceso material y social, que permite el crecimiento espiritual de las personas y el progreso de la sociedad. Posee, además, un contexto filológico y antropológico, que nos permite situarnos, como lectores del presente, en la época antigua. Irene Vallejo, por su conocimiento de la historia greco-latina y sus actores políticos y culturales, ha logrado penetrar en recovecos, intersticios y anécdotas donde los historiadores no alcanzan. Y he ahí, creo, la importancia y la ventaja de sus aportes en la comprensión de la historia del libro en el mundo occidental antiguo. Su audacia narrativa y analítica se expresa, en su capacidad para desnudar aspectos históricos y detalles nimios, en un juego de la imaginación y la argumentación. Es así una obra que oscila entre el periodismo literario, el ensayo investigativo y la autobiografía de esta lectora y narradora. Se lee también como un libro de viaje imaginario por el mundo antiguo, al reconstruir el pasado histórico no solo político, social y cultural, sino, además, literario. Pero es, a la vez, un libro académico, pero con espíritu literario y alma periodística. Parece como si se fuera escribiendo por sí mismo, pues sus ideas fluyen, y el pensamiento se vuelve aventura de la imaginación y examen de la historia. En efecto, es un texto de experiencia de investigación y de talento individual, y de elogio al libro: es una oda al poder transformador de la lectura y un himno de admiración a la Biblioteca de Alejandría. Ahonda en el mundo clásico y reivindica el valor de las obras clásicas, que le han dado cimiento, sustrato y fundamento a la modernidad y a la contemporaneidad. El infinito en un junco es un libro heterodoxo. No es dogmático y ortodoxo. Por tanto, es una obra para todos los lectores, ya que se lee como ensayo y como novela, y de ahí su éxito. Y como hoy en día lo que más se lee son justamente el ensayo y la novela, ahí residen los públicos que ha conquistado, desde su edición en 2019, y que ha trascendido culturas y lenguas.
Irene Vallejo, con esta incursión en la historia apasionada del libro y la memoria lectora, se convierte en una jardinera cuidadora de los libros, a los que irriga y alimenta con su fervorosa defensa. Cuidadora del saber ancestral de nuestros antepasados y soñadora empedernida del valor trascendente de los clásicos, Vallejo deviene en quintaesencia de la esperanza. Optimista en un mundo sin fe, abatido y postrado ante los vértigos de una modernidad descarnada y voraz, en su tentativa por darnos luz ante la pérdida de los valores humanísticos, afianza su poder evocador y agudo en lo escrito. Con sus ideas ejerce una batalla cultural, en defensa de un futuro real, no utópico, dicho desde el oficio de su palabra encantada y rica, que encandila con su voz serena, matizando el provenir de la lectura. Vallejo nos ha dado lecciones de altruismo por la palabra y amor a las raíces greco-latinas de nuestro léxico. Detrás de su optimismo esperanzador, late una vocación literaria y pedagógica, pues parte de una herencia y una estirpe familiares de educadores, que forjaron su carácter y su personalidad intelectual. En sus palabras laten los ecos de una pasión interior por hacer del intelecto un manantial didáctico del conocimiento. En El infinito en un junco se oyen los tambores de los aedas y los cantos de Homero, Hesíodo, Píndaro, Aristófanes, Eurípides, Menandro o Safo. Pero también, el aliento épico de Virgilio, Calímaco, Catulo, Marcial, Tácito, Juvenal, Horacio, Ovidio, Plutarco y Dante, o la savia del saber de Séneca, Marco Aurelio, Sócrates, Platón, Aristóteles, Tucídides y Agustín de Hipona. Es decir, los presocráticos y los estoicos, los epicúreos y los escépticos, los neoplatónicos, y todo el sustrato de la clasicidad greco-latina y de la filosofía clásica griega.
Vallejo trae lo lejano a lo cercano, lo extraño y distante a la proximidad de lo sensible, donde encuentra el núcleo de la memoria histórica. Busca y penetra en la genealogía del saber clásico y en las etimologías de las palabras para hallar la esencia de lo primitivo y originario. Así pues, nos cuenta, a partir de la música de las palabras y del significado de los conceptos, el envés o revés de los signos. De sus páginas, que parecen dictadas por una diosa de la mitología, brota la sabiduría más secular y ancestral. La autora de El futuro recordado nos enseña y muestra el componente terapéutico de la lectura y de los libros como salvavidas de la memoria humana, y el factor de la escritura como huida, liberación o evasión del espíritu. Reivindica el papel lúdico y educativo de los recitadores, rapsodas, habladores y cuentacuentos (ella parece imitarlos en la oralidad). Apela al supremo recurso del arte de la memoria para ponerle orden a la sabiduría de los antepasados. Sus anécdotas, fábulas, poemas y episodios que recrea y trae al presente ella lo hace con misteriosa serenidad y mágica agudeza. El infinito en un junco es una alegoría y una metáfora de la infinitud, del arte de tejer historias a través de la memoria. Esta magna obra es una historia milyunanochesca del libro y la lectura. En ella, pasado, mito, historia y memoria se cruzan y entrecruzan, se superponen y abrazan, simbólicamente, en un viaje por los territorios de la fantasía y la imaginación. Viajes, peregrinaciones, migraciones, exilios, refugios y transmigraciones definen y matizan sus páginas con episodios, que son el origen de las civilizaciones, pues, en sus palabras, “somos hijos de las migraciones”. Estas aseveraciones dibujan la cartografía de sus historias y pintan el núcleo de sus anécdotas. El infinito en un junco es una epopeya del libro, una épica trágica de la evolución y transformación de la lectura, desde el punto de vista de sus soportes gráficos. Relata las vicisitudes vividas por el libro, resistiendo cambios y giros técnicos, incendios, guerras, censuras, destrucciones, naufragios (Los lusiadas, el clásico de Camoes y de la literatura portuguesa, sobrevivió a un naufragio). Por lo tanto, el libro ha resistido todas las pruebas y ha sido resiliente. Irene Vallejo nos deja como mensaje ético –durante su gira por Santo Domingo–, la necesidad de defender el valor social y humano del libro y la lectura como un aprendizaje cotidiano de toda moral personal. Leer nos ayuda a buscar y encontrar el sentido a la vida y a lo que hacemos, al tiempo que nos da razón de ser a nuestras experiencias diarias. Aboga por “humanizar los clásicos” y socializar la lectura.
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