Cuando hablamos de Marivell Contreras, no estamos frente a una simple autora: nos enfrentamos a un alma que ha sabido hacer de la palabra un instrumento de exorcismo y revelación. Su escritura es una travesía hacia los rincones más ocultos de la experiencia humana, y hoy, con la publicación de Hilos del Caribe, celebramos un nuevo puerto en esa travesía.

En Hija de la tormenta, Marivell nos ofrece una poética que se mueve entre la ternura y la desolación, entre el apego y el miedo. Una obra que rompe el velo de la maternidad sagrada y la muestra, no como mandato biológico, sino como una experiencia existencial de luces y sombras. Aquí, Marivell se desprende de la tierra firme de las convenciones para internarse en los abismos interiores del ser. Como Siddharta, despojado de las doctrinas, ella opta por una poesía que no busca definir el amor con adjetivos, sino que lo encarna, lo revive y lo expone con una intensidad que solo puede ser sentida.

En estos versos, la madre, la hija y la mujer se entretejen en una tríada esencial que sostiene el edificio entero del poemario. Cada poema es un umbral hacia una metamorfosis lírica, un registro de la transmutación de su voz poética en una danza perpetua entre el dolor y la revelación. Su obra respira aquí con una sustancialidad que no cede ante la prisa ni la superficialidad, porque en ella, poesía y vida son una misma corriente subterránea.

Más adelante, en La chica de la Sarasota, Marivell decide trasladar su mirada al asfalto, a la ciudad que gime y respira entre el ruido y la indiferencia. La literatura que construye aquí es una que surge del subsuelo humano, de esos minúsculos espacios de libertad que deja la rutina. La calle se convierte en su taller, y Santo Domingo, en su gran personaje. En estos relatos, no hay juicio ni condescendencia: hay aceptación total. Como una madre prolífica, Marivell acoge a todos sus personajes —con sus vicios, sus heridas y su belleza decadente— sin pedirles cuentas, sin exigirles redención. En cada historia se percibe no solo la pluma de la escritora, sino también su respiración contenida de poeta y su olfato agudo de periodista.

En La flotadora, nos ofrece un gesto de mutación. ¿Qué sucede cuando una poeta escribe cuentos? ¿Renuncia a su lirismo? ¿Se desprende de su naturaleza? No, en Marivell, esta transición es más bien un desplazamiento fluido, un desbordamiento controlado. Cada relato es un instante suspendido, una flotación en el tiempo narrativo que permite mirar el dolor, la belleza y la ruina sin ser arrastrados por la corriente. La flotadora no solo es metáfora de resiliencia: es también espejo de nuestra contemporaneidad. Sus cuentos nos recuerdan que flotar no es huir, sino resistir con delicadeza el peso de lo inexorable.

Luego llega No me regales perlas, obra en la que encontramos a una autora madura, asentada en su visión poética. Aquí, Marivell ha destilado su arte. No escribe desde la urgencia, sino desde la sabiduría que concede haber enfrentado —y aceptado— los fantasmas que rondan la vida. En estos versos, la imagen cede paso al símbolo. No hay ya necesidad de ornamentos: solo queda la esencia. La nostalgia, el dolor y la memoria son trabajados con una sutileza que desarma. No hay temor ante los errores, porque el tiempo —como un viejo alquimista— ha convertido el miedo en respeto y el recuerdo en materia de poesía.

Marivell Contreras.

Cada libro de Marivell es, en sí mismo, un estadio de su evolución creadora. En cada uno, ha despojado su palabra de toda falsedad, ha dejado caer las máscaras, y nos ha entregado, sin retórica ni artilugios, su verdad más íntima.

Y hoy, en Hilos del Caribe, la poeta vuelve a tender un puente entre sus obsesiones y sus conquistas. Este libro es un viaje lírico que celebra la diversidad, la memoria y la identidad de nuestra región, pero también es un tributo a la poesía misma como espacio de reconciliación. Aquí, Marivell no procura artificios. No los necesita. El poema fluye con la misma naturalidad con la que el mar besa las costas del Caribe: sin esfuerzo, sin estridencia, pero con una fuerza insoslayable.

En Hilos del Caribe resuenan ecos de sus primeros libros, Mujer ante el espejo e Hija de la tormenta, pero la voz que escuchamos ahora es más diáfana, más segura de sí. La poeta juega nuevamente con la narrativa del quiebre, del giro inesperado que no busca deslumbrar, sino revelar. Sus poemas parecen sencillos, pero guardan, bajo su aparente transparencia, una riqueza de sentidos que solo se deja entrever al lector atento.

Marivell logra en este libro una alquimia rara: la de la poesía que no abruma ni intimida, sino que invita y envuelve. Sus figuras literarias no son ornamento, sino esencia transfigurada. Son palabras que han aprendido a ser y a decir sin más ambición que la de existir plenamente en quien las lea.

En Hilos del Caribe encontramos la memoria colectiva, pero también la personal. Encontramos la nostalgia, pero también la celebración de lo que somos: un archipiélago de voces, de historias, de resistencias. Es un libro que se siente cercano, como el rumor de las olas, como la brisa que trae consigo el olor a sal y a tierra húmeda.

'Hilos del Caribe', tejido de identidad

Este poemario es también un testimonio de madurez. Marivell ha transitado por los caminos de la poesía y la narrativa con paso firme, y hoy, nos entrega una obra que recoge todas esas travesías. Hilos del Caribe no es un regreso: es un punto de llegada, una afirmación de que la poesía, cuando es verdadera, no necesita artificios, solo necesita verdad.

Leer a Marivell Contreras en este libro es reencontrarse con esa palabra desnuda que toca lo esencial. Es reencontrarse con una poeta que ha aprendido que en el arte, como en la vida, menos es más. Que la belleza está en la transparencia, en la voz que no necesita gritar para ser escuchada.

Hilos del Caribe es, en definitiva, un canto a nuestra memoria y nuestra identidad, pero también un canto a la poesía misma, esa que fluye como un río subterráneo y nos alimenta sin que apenas nos demos cuenta.

Marivell nos recuerda que escribir es tender hilos. Y en este Caribe nuestro, que tanto sabe de naufragios y travesías, ella ha tejido, con paciencia y belleza, un puente que une nuestras orillas.

Ibeth Guzmán

Escritora y educadora

Ibeth Guzmán estudió Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo UASD. Ostenta una Maestría en la Enseñanza del Español en la Universidad de Alcalá de Henares y un doctorado en Estudios del Español, Lingüística y Literatura por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Ha dedicado su vida a la escritura y el estudio de la literatura, se desempeña como profesora-investigadora del Instituto de Lingüística de la Escuela de Letras en la facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y es catedrática en la Escuela de Lenguas de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Ha publicado los libros de microrrelatos: Tierra de cocodrilos (Isla Negra, 2012), Yerba mala (Hojarasca, 2015) y “Tiempo de pecar” (Isla Negra, 2017. Coautora de la antología Voces del valle (Ediciones Ferilibro, 2005) y autora de la antología de mujeres microrrelatistas: Mujer en pocas palabras (Letra Negra/Ferilibro, 2013).

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