Estreno en el exilio
Enrique Jiménez Moya nació en Santo Domingo, en agosto de 1913. Hijo de Gloria María de las Mercedes de Moya Cestero, por lo que debe corregirse su segundo apellido; y de Enrique Jiménez Álvarez, encargado de negocios de la República Dominicana en La Habana (1930-1934?). Descendiente, tanto del lado materno como del paterno, de figuras públicas del más alto nivel social y político. Como muestra, destaca su tatarabuelo Juan Jiménez, no el febrerista Juan Evangelista Jiménez, como afirman varios autores. Su pariente fue figura clave de la conspiración fallida de Los Alcarrizos organizada contra la dominación haitiana en 1824.
En 1959, su compañero de lucha Cecilio Grullón, declaró en La Habana que este había salido al exilio junto a su padre en 1936, otros dicen 1934. El primer destino fue Colombia, donde trabajaron en asuntos comerciales, luego pasó a Venezuela, la que sería su patria por adopción. Allí vivió la confrontación de los remanentes de la dictadura de Juan Vicente Gómez con el partido Acción Democrática, que lideraba Rómulo Betancourt.
Como enunciado general, se afirma que asumió en 1947 la tarea de formar en Santo Domingo un frente de apoyo a la expedición de Cayo Confites, pero que debió salir forzosamente del país; y de que dos años después participó en la invasión de Luperón, organizada contra Trujillo en Guatemala con el apoyo del presidente Juan José Arévalo.
Tareas en Venezuela
En su libro: En busca de la libertad…, Pou Saleta afirma que Jiménez Moya estuvo en el ataque a la base aérea La Carlota, acción que aceleró el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, sustituido en enero de 1958 por una Junta de Gobierno Cívico Militar presidida por el almirante Wolfang Larrazábal. Este era sobrino de Carlos Larrazábal Blanco, intelectual dominicano de padres venezolanos, y llevaba el nombre de su abuelo.
Tras la caída de Pérez Jiménez, por iniciativa de Luis Bonnelly, hermano de Rafael Filiberto Bonnelly, los líderes del exilio dominicano, reunidos en la sede de la Asociación de Periodistas de Venezuela, formaron la primera junta directiva de la Unión Patriótica Dominicana (UPA en adelante). En esta participaron Francisco Castellanos Ortega, secretario general, Rafael Moore Garrido, Francisco Canto, Francisco Grullón, Eduardo Vicioso, Reinaldo Sintjago Pou, Nicanor Saleta Arias y Miguel Ángel Gómez Rodríguez.
Gracias al avance del proceso revolucionario liderado por Fidel Castro contra el dictador Fulgencio Batista, la dirección de la UPA reforzó el apoyo que desde el asalto al Cuartel Moncada prestaban los dominicanos a los cubanos en Venezuela. Por eso promovieron una campaña pro armas para la Sierra Maestra, en la que Jiménez Moya trabajó durante meses hasta lograr, con donaciones como la del hacendado ´lareño´ Marcelino Madriz, y según informe del Servicio de Armamento del Ejército venezolana:
“11 cajas contentivas de 150 fusiles Garand M-1, con portafusiles y tres cargadores cada uno, tres cajas con 20 fusiles de asalto Browning, calibre 30, con tres cargadores llenos; 5 cajas con 10 ametralladoras con soporte, 35 cajas con 99,950 balas calibre 30, y una caja con 100 granadas”.
Para la entrega de estos recursos bélicos, Jiménez Moya viajó a Cuba enviado por la UPA en calidad de coordinador de la delegación de jóvenes que recibirían entrenamiento militar para combatir a Trujillo. Esto no fue posible, apunta Delio Gómez Ochoa, porque la revolución concluyó en pocos días. La operación de transporte se llevó a cabo el 7 de diciembre de 1958 bajo su estricta supervisión, y acompañado, entre otros, de Luis Eduardo Rodríguez y Manuel Urrutia, presidente del Gobierno de Cuba en Armas.
En calidad de teniente del Ejército Rebelde, las primeras tareas asignadas por Fidel Castro a Jiménez Moya fueron de inspección, y la compra de provisiones para el Ejército Rebelde; las que cumplió en compañía de Luis Eduardo Ramírez, periodista cubano y capitán de los rebeldes. A estas siguió su petición, ajena a su condición de emisario de la UPA, de que se le permitiera combatir contra las tropas de Batista. Por su aura de hombre valiente y sereno, y contra el protocolo de los asuntos militares, Fidel aceptó su petición, pero el resultado casi llegó a lo irremediable. Un fragmento de granada le atravesó un riñón en el combate de Maffo, cerca de Santiago de Cuba, salvando la vida milagrosamente, al ser atendido por especialistas unas diez horas después del impacto. En plena recuperación, fue ascendido a capitán por Fidel.
Tras lo sucedido en Maffo, el presidente Urrutia había expresado a Jiménez Moya que devolvería a Santo Domingo el gesto de Máximo Gómez en Cuba, al tiempo que reconoció sus méritos cuando afirmó:
“… Este dominicano a quien debemos eterna gratitud y que ya hoy es capitán de las fuerzas rebeldes se llama Enrique Jiménez Moya, llegó con nosotros a Cuba el 7 de diciembre de 1958 y ya fue herido en el ataque a Maffo cuando trataba de lanzar una granada de mano en las puertas mismas de la fortaleza de los soldados del tirano. Este dominicano estuvo en Cayo Confites. Este dominicano estuvo en Luperón. Este dominicano estuvo en la revolución de Costa Rica y este dominicano viene ahora a repetir a Cuba el gran servicio que nos prestó nuestro gran Máximo Gómez (sic).”
Sin ánimo de cuestionar el fervor combativo de Jiménez Moya, ni la afirmación del entonces presidente de Cuba en Armas, la explicación con profundidad de su participación en la expedición de Luperón organizada contra Trujillo en 1949, y en los hechos del 48, como llama la historiografía costarricense al ascenso en ese año de José Figueres a la presidencia de su país, es tarea pendiente.
El compromiso de Fidel
Después de la proclamación del triunfo de la Revolución, Fidel visitó Caracas como señal de su valoración a la solidaridad recibida de los venezolanos, y para cumplir con una deuda histórica. La coordinación de su viaje a La Habana, el pase a bordo de los delegados de la prensa que le acompañaron y la función de edecán al llegar a Caracas correspondieron a Luis Orlando Rodríguez y a Jiménez Moya. Vale destacar que este viaje no solo se realizó por gratitud a los venezolanos, ni por la solicitud de ayuda que le hiciera Jiménez Moya para liberar a Santo Domingo, sino para ratificar el compromiso contraído en ese sentido con el exilio dominicano liderado por la UPA y otras agrupaciones políticas.
Pou Saleta sostiene que la organización del nuevo plan contra Trujillo comenzó en enero de 1959, en una reunión sostenida en el Hotel Havana Hilton por Fidel Castro, Delio Gómez Ochoa y Jiménez Moya, quien, por exigencia de Fidel, tenía que ser su comandante en jefe y el único contacto para la coordinación de las tareas.
Los preparativos de las expediciones continuaron a finales de enero en el encuentro celebrado en la embajada cubana en Caracas presidido por Fidel. En este participaron Francisco Castellanos, Reinaldo Sintjago Pou, Francisco Canto, Nicanor Saleta Arias, Juan Isidro Jimenes Grullón, Miguel Ángel Gómez Rodríguez y Poncio Pou Saleta. El líder cubano recomendó que el movimiento fuera compuesto mayoritariamente por dominicanos para que no sucediera lo de Cayo Confites, cuyo fracaso, según él, se debió a que muchos de los expedicionarios eran cubanos. También recomendó que los políticos tradicionales no fueran parte de la dirección del movimiento, sin aclarar a quienes consideraba en esta categoría. A estas recomendaciones sumó un gesto simbólico importante, que consistió en el inicio de la captación de recursos para la causa dominicana invitando a una colecta en su visita a la Universidad Central de Venezuela. Como nota curiosa, sin demora, los cortesanos del trujillismo difundieron a ritmo de merengue la consigna: ´recogiendo limosnas no lo tumban´.
Hacia Constanza, Maimón y Estero Hondo
Desde finales de enero, Jiménez Moya se concentró en La Habana para recibir a los potenciales combatientes procedentes de Venezuela y otros destinos. Además, en marzo fue celebrado en La Habana el Congreso de Organizaciones Antitrujillistas con la participación de la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela; la Unión Patriótica Dominicana de Cuba; la Unión Patriótica Dominicana de los Estados Unidos; el Frente Independiente Democrático Dominicano de Venezuela; el Partido Socialista Popular Dominicano; el Frente Unido Dominicano de Nueva York y el Frente Unido Dominicano de Puerto Rico.
En este Congreso se aprobó por consenso la integración del Movimiento de Liberación Dominicana (MLD), así nombrado por iniciativa de Delio Gómez Ochoa. Su órgano máximo era el Comité Central Ejecutivo, dirigido por Juan Isidro Jimenes Grullón, Francisco J. Castellanos, Luis Aquiles Mejía, Francisco Canto, Cecilio Grullón, y el comandante en jefe Enrique Jiménez Moya, quien también presidía el Ejército de Liberación Dominicana, brazo militar del MLD. Dicho Comité fue convertido en la Junta Revolucionaria del Gobierno en el Exilio, anunciada por Jiménez Moya el 10 de junio de 1959. Su objetivo era destruir la tiranía de Trujillo e instaurar en la República Dominicana un régimen de democracia social, política y económica, concebido en un plan de acción llamado Programa Mínimo del MLD.
Inspirados en Bolívar, Luperón y Martí, los primeros expedicionarios llegaron el 14 de junio por Constanza, 32 de ellos comandados por Jiménez Moya, y 22 por el guerrillero cubano Delio Gómez Ochoa. Seis días después, 96 combatientes desembarcaron por la bahía de Maimón al mando de José Horacio Rodríguez. Otros 48 expedicionarios llegaron ese día a Estero Hondo a las órdenes de José Antonio Campos Navarro.
Perdimos el miedo
La explicación de los resultados militares de estos desembarcos de la gloria, como los nombrara Juan Delancer en 1997; no ha sido tarea impuesta en esta ocasión, pues se conocen las versiones de los especialistas y las de Poncio Pou Saleta, Delio Gómez Ochoa, Francisco Medardo Germán y Mayobanex Vargas, sobrevivientes de esta gesta patriótica.
Sin embargo, no es posible ignorar que la designación de Jiménez Moya como jefe supremo del MLD, y el rechazo a la influencia de políticos tradicionales en el proceso, causaron un gran malestar entre diferentes figuras del exilio y sus organizaciones. Valga como ejemplo la reacción de Juan Bosch que, según confesión de Ángel Miolán a Rafa Gamundi Cordero, al enterarse que Fidel había impuesto la línea de mando de las expediciones, expresó que no sabía que este era dominicano. Su enojo le distanció por completo del proceso.
En El duro exilio, César Romero sostiene que el Partido Revolucionario Dominicano no contó en los planes del MLD, ya que no se le permitió formar ni comandar un frente de guerra, por lo que solo algunos de sus militantes se integraron al Movimiento de manera aislada. Por lo dicho, queda claro que Juan Bosch no rechazó ni retiró su apoyo al ambiente sedicioso que se creaba porque no fue parte del mismo. Su sorpresa y reacción al enterarse de cómo se había conformado la línea de mando lo confirma.
Del Movimiento de Liberación Dominicana podrá decirse que el mando supremo carecía del control absoluto, que le faltaba afinidad, que varios de sus comandantes nunca habían dirigido tropas, que eran mínimas sus horas de combate, que fue debilitado por el aislamiento de ciertos líderes, que Trujillo esperaba el ataque porque su organización era un secreto a voces y que la presión de los Estados Unidos influyó en su fracaso. Pero no es posible desconocer que los expedicionarios de junio estimularon los anhelos por la libertad que anidaban entre los dominicanos. Tan grande fue el efecto de aquellos desembarcos que, como afirma Tomasina Cabral, perdimos el miedo, y “en cada pueblo, en cada rincón del país, comenzaron a crearse núcleos familiares, amistosos y religiosos de personas dispuestas a la lucha”. Así, vimos más claro el porvenir y nos lanzamos a labrarlo seguros del éxito de la razón sobre el terror y la fuerza.
Como se ha dicho antes, en la intrepidez y el amor patrio de los expedicionarios de junio está la reedición de Cayo Confites y Luperón, junto a la inspiración del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, al coraje de los panfleteros de Santiago que afortunadamente todavía enaltece Negro Veras, y de la apertura de las complicidades contra el tirano sin que importaran las consecuencias. Desde entonces, la acción heroica, el ejemplo de los combatientes y de sus comandantes Enrique Jiménez Moya, Delio Gómez Ochoa, José Horacio Rodríguez y José Antonio Campos Navarro, ha dicho presente en todas las batallas libradas por la libertad y la dignidad del pueblo dominicano. Nuestra inclinación reverente ante la memoria de aquellos hombres y mujeres que, sin proponérselo, rompieron la barrera del tiempo para ser parte de la Raza Inmortal.
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