A pesar de vivir su muerte, la rosa es más que un extraño objeto del universo. Una mañana cualquiera, su imagen apareció en el bosque y se convirtió en el símbolo que alienta las pasiones humanas. Parecería inusual que quisiéramos acercarnos a los motivos de su muerte, pues ella seguirá siendo un misterio, como todas las muertes sin delito.

Así que la rosa es la miel de la sonrisa. Sabia eterna, desafío del Creador y resplandor que emana del universo. Es comunión extrasensorial, tiempo verbal y no verbal, símbolo y epidermis del sueño. Es la casa de la presencia, humus, piedra filosofal de los manantiales y episteme de los cuerpos celestes ardientes de deseo. En su diálogo con los pájaros, la rosa anuncia el principio del canto y aprovecha el sonido de la aurora para beber en las fuentes primigenias del rocío.

Sin embargo, nadie tiene noticia de su muerte, porque hasta los dioses ignoran la triste hora de su partida. Lo cierto es que aún no se ha ido. O tal vez ha salido a caminar por los túneles secretos del tiempo. La gente ignora que la rosa es tan eterna como el agua; que sigue aquí con sus flujos de colores rojos y blancos, de morados y amarillos, de nácar y sepia, pero también de muerte. Se coloca a la diestra de los alegres y a la siniestra de los tristes, por eso es canto y aurora del cielo en madrugadas otoñales.

Cada mañana, hombres y mujeres salen a su encuentro en las orillas de los mercados repletos de jardines improvisados, cuando acuden a ella para sellar los recuerdos de sus corazones rotos. Los poetas la aclaman y viven ocultos tras sus huellas como soldados orgullosos de su caparazón milenario. Recuerdo que Rilke murió aguijoneado por la espina de la rosa. Pues ella también es fuego que anuncia la muerte cuando menos se la espera y música que llega en la aurora de los amantes.

En su afán de purificación de las almas, Dios le asignó un lugar en el cielo. Su corazón es una sinfonía de la naturaleza y música para las aves. Es arrebato de los deseos y de los corazones enamorados. Es morada del insomnio e indagación del espíritu. Parece una fuerza extraña que conjuga regocijo y belleza. La rosa es indagación de los sentidos. Articulación viviente y engarce del universo. Con la rosa, la vida y su instante están concebidos en los sueños del poeta. Es plenitud de los sentimientos y morada que acuña la mirada del filósofo y la esperanza de los amantes.

Como organismo viviente, simplifica los amores en un solo beso, por eso es morada de los dioses y consumación teleológica del universo. Es un fenómeno que acuña la inteligencia arquetípica de la naturaleza.

Mejor, la rosa es lo que piensa Schopenhauer: metafísica del placer, dolor del juicio, alegría imperecedera de las aguas en fuga. Es lluvia y lágrima que convoca las pasiones de las auroras perdidas, que acaso no duermen. La rosa se burla de las teorías de la estética porque ella conforma un mundo pleno de belleza. Tanto así que tiene su casa en el cielo aunque duerma en el corazón de las almas en pena.

Rosas.

Acumula su sabiduría en la dialéctica del tiempo. No le teme a la noche, ni pliega su rostro ante la tormenta del rayo, ni siquiera ante el drama del moribundo; pero acontece que canta su amanecer en los atardeceres para adelantar el orden de su vida. Con mucha razón, el sabio de Heráclito, en vez de río, pensó que podemos llegar a tocar dos veces la misma rosa. Aunque violemos los postulados de aquella vieja ley física y los cauces de las aguas que fluyen, ella estará en nuestras manos y habitará por siempre en la memoria de los hombres.

La rosa es, entre otras cosas, efigie milenaria del universo y suprema condición de los sentidos. Su corazón es tan ancho como aquel antiguo templo de los dioses que la fundaron. En cada amanecer del hombre, la rosa levanta férreas catedrales de amor y hace rejuvenecer las aguas de los manantiales al florecer el alba.

Sócrates y Aristóteles se estremecieron con su nacimiento y soñaron que su perfume era eterno. Así que los griegos la incorporaron a su filosofía, porque anuncia los gritos de los tiempos cada día. De ahí que la rosa sea sustancia del sueño y sensación de lo inefable. Es cuita del arroyo en los oídos de la mujer amada. Canto y poesía, la rosa es más que eso: ensoñación primigenia de los amores perdidos.

Para saciar su sed, transita el aura de lo sagrado. Por eso es composición eterna y magma de la vida. Pues no puede huir del mundo porque abraza en silencio a las multitudes. Desde su instancia quietista, muta cada día para bien del arte y la filosofía. De ahí que sea esperma fugaz que alimenta la esperanza de los amantes en su acelerada fuga milenaria.

Llegará el día en que la rosa no sea más que eso: madre del universo. Energía vital de las aguas. Cómplice secreto de la luz y espuma que baña los atardeceres. La rosa es especulación de los sentidos. Energía que renace en la imaginación del poeta y lluvia espectral de la luz. Es todo y nada, polvo milenario del tiempo y “mapa sentimental de la memoria”. Recuento inagotable de las almas que recorren iracundas los pasillos del cielo.

La rosa es ave que se congrega en las alturas. Águila en vuelo que sueña el mundo como una utopía. Se subleva contra los verdugos y eleva religiosamente una plegaria a favor de los humillados. Como no pretende disimular su poder, escarba en las fuentes de la esperanza. Aunque todos los días visita desde las madrugadas las plazas repletas de flores —a instancia del apetito de los mercaderes iracundos y de los viajeros insaciables—, vive en la cola de los sueños.

Cierto día, los vivos descubrieron en la rosa el placer y el poder de lo útil. Así que la plantaron en el patio del jardín para que las abejas alimentaran su paladar. La colocaron en el pelo de una niña triunfante de alegría, en la corona de la dama vestida de blanco hacia el altar. Sirvió de corpiño para el que iba camino del cielo y supo celebrar con vítores la fiesta de las quinceañeras en flor.

Rumbo al camino del cementerio, supo que su fin era perfumar el campo con la vitalidad de su aroma. Pintó de colores intensos los ojos de los fiesteros al amanecer y, junto al anciano enfermo, alejó con sus alas el ruido de sus males. Sabia como nunca, se retiró al atardecer, aliviando las penas y sobreponiendo las alegrías a los adoloridos de las tragedias de la vida.

A menudo, tan inexperta, habita en todas las constelaciones: desde el sol menos radiante, la luna más pálida, hasta el torrencial aguacero de mayo. Nace y muere invisible a la sombra de los flamboyanes. Y a veces la veo que va rumbo a la desembocadura del cielo junto a las golondrinas sin horizontes. Alguna vez sentí que su fino rostro era de seda y que la sal de su mirada me agitaba el corazón. Luego, la guardé en un viejo libro de poemas y se secó de amor. Entonces comprendí su eternidad.

Digo: ella es espejismo del tiempo y emanación de la carne. Acabo de soñar con la rosa y siento que su poder me sobrecoge. Me avasalla como nunca la savia de su color y parpadean en mis ojos un conjunto de estrellas relampagueantes como rayos. La rosa es bisagra del tiempo, aurora que no duerme: Día y noche. Amor y desamor. Logos de la conciencia y eje del universo. Es instantaneidad del espíritu, mater matuta: “garantía del ser de la vida y la razón”.

Eugenio Camacho

Escritor y educador

Eugenio Camacho. Estudió educación y derecho en UTESA, además realizó una maestría en Educación Superior en la UASD, es escritor, cuentista y ensayista. Profesor universitario. En varias ocasiones ha dictado conferencias en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo. Por su labor como cuentista ha obtenido diversos premios en los concursos de cuentos de Casa de Teatro, Radio Santa María y La Alianza Cibaeña. Actualmente se desempeña como técnico de educación en el Distrito Educativo 06 -06 de la ciudad de Moca. Sus trabajos han aparecido en diversas antologías. Ha publicado: Melodías del Cuerpo Presente (CUENTOS), en el año 2007, Antología de la Literatura Contemporánea en Moca (2012) y Bestiario Mínimo (Minifcciones) 2022. silverio.cultura@gmail.com

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