En la noche del miércoles 10 de diciembre, cuando el Bar del Teatro Nacional parecía contener una respiración larga y compartida, el legado de Hamlet Bodden despertó con una fuerza casi palpable. Allí, bajo la penumbra cálida de las lámparas y el murmullo emocionado de sus compañeros, se abrió un espacio donde su voz, esa que el tiempo no alcanzó a silenciar y volvió a hacerse presente.
Honramos a Hamlet, actor, director, dramaturgo y maestro dominicano que partió demasiado pronto, pero que permanece suspendido en la memoria del teatro. Esa noche, más que un homenaje, fue una resurrección íntima: su arte regresó, vivo y tembloroso, a recordarnos que hay creadores que no mueren, sino que despiertan en cada gesto de quienes los amaron.
Se puso en circulación la colección de sus obras, coordinadas por Richardson Díaz, un proyecto que recupera la fuerza de su escritura y su espíritu indomable. El libro se abre con un prólogo de Reynaldo Disla, quien, con su habitual lucidez, coloca a Hamlet en el centro de nuestro teatro contemporáneo, reconociéndolo como creador de riesgo, entrega y verdad.
Uno de los instantes más profundos de la noche fue ver a su madre y a su hermana recibir, de manos de Richardson Díaz, el primer ejemplar de la obra. Aquel gesto sencillo y solemne sostuvo una emoción que atravesó a todo el público: era como si Hamlet regresara a casa convertido en páginas, en memoria, en abrazo.
Sus compañeros, Canek Denis, Patricia Muñóz, Yanela Hernández, Paloma Palacios y Wendy Alba, quien condujo la ceremonia con sensible delicadeza, compartieron recuerdos que revelaban la intensidad de sus ensayos, su disciplina apasionada, la ferocidad creativa con que defendía cada proyecto.
Se escucharon también fragmentos de radio teatro producidos por Yanela Hernández junto a Olga Bucarelli y Vicente Santos, recordándonos la amplitud de su talento.
Fue una noche humana, cálida y desgarradora. Familiares, amigos, teatristas y público abarrotaron el Bar del Teatro Nacional para abrazar su nombre. Hamlet, tenía el don de transformar la escena en emoción pura, de volver tangible lo invisible. Su vida fue breve, pero su arte es una herida luminosa que nos sigue alumbrando.
Y cuando los aplausos se apagaron y quedaron las últimas miradas suspendidas en el aire, sentimos la verdad más punzante: Hamlet no vuelve, pero tampoco se va.
Su ausencia duele, sí…pero su presencia arde.
Su teatro —ese que brotaba feroz de su alma— seguirá respirando por nosotros. Porque mientras exista un actor, una actriz, un público dispuesto a creer, Hamlet Bodden seguirá despertando, noche tras noche, en el corazón vivo del teatro.
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