La muerte es uno de los temas centrales, dentro de la literatura clásica o tradicional, a ni el mundial. La muerte es el enigma o misterio inseparable de la vida. No hay en la tierra un ser humano que no esté signado por la realidad muerte.

Tarde o temprano, a tiempo o a destiempo, la muerte nos espera sigilosa…tranquila o con ruidos, para marcar el punto final de nuestro ciclo vital.

Ella está ahí y nos aguarda, desde antes de nosotros nacer, con su indescriptible ritual de luz y de sombra, camino a la tumba, como marca de que fuimos actores de este pluriforme escenario existencial.

En la literatura dominicana contemporánea, ya no podemos decir que la narrativa está siendo poco trabajada, y, dentro de ella la novela. Ya eso es imposible, por la cantidad de títulos publicados en nuestro país, por autores nacionales.

Portada de la novela.

"El manotazo de la muerte", es una novela, del periodista y narrador y editor, Luesmil Castor. Esa obra fue impresa por Editorial Santuario, Santo Domingo, República Dominicana. 86 págs.

Contiene una dedicatoria, pág. 9; una presentación, hecha por el autor, págs. 11/12 y, además, tres (3) capítulos, algunos secuenciados, págs. 15/71; más una carta póstuma que el autor dirige a su padre, Luis Emilio Paniagua Perozo.

La novela inicia con la voz de un narrador-testigo que va signando el devenir en el ambiente de angustias de quien espera el final de su existencia, la muerte. Todo parece que le arrastra a un "infierno delirante" del que no llega a conocer los recodos del desamparo" (pág. 15).

Ese narrador-testigo, va pautando su devenir, hasta descifrar su pasado y recordar su vida de adolescente y retrotraer los sentires y el estado anímico de quien, aún se resiste a aceptar la muerte de su abuela.

En la novela se va envolviendo un ambiente de poetizar lo vivido, la memoria, por lo que, en un ir y venir al pasado, al recuerdo, es la pauta trazada, para justificar una ambientación del contexto, desde la melancolía del pensar en el ayer, desde un presente de tormentos.

Luesmil Castor Paniagua.

Con frecuencia, el narrador testigo, es sustituido por los personajes actuantes, quienes van contando en la novela, su desventura existencial, desde un discurso que, mezclado entre matices poéticos y melancolía, nos descifran el acontecer.

Más que una novela, me atrevo a decir que se trata de un poema en prosa, donde el sujeto-autor aprovecha para contarnos o para narrarnos su visión de la vida y de la muerte.

Hay momentos de la novela, donde se exponen las vivencias del sujeto-autor en sus tiempos juveniles de estudios universitarios, por lo que nombres y ambientes les son muy conocidos y vividos y los incorpora en su novela la vida, su vida.

Entonces, no es extraño leer aquí el panorama en sus días nuevos en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), aquel momento en que la explanada de la Facultad de Humanidades estaba repleta de gente y recordar el Movimiento Cultural Universitario, y exponernos a Cubilete y sus declamaciones dramatizadas qué hablaban de la Negra Fuló, y traernos al recuerdo a Mario Díaz y su guitarra cantora (Ver pág. 40).

Desde ese ambiente, podemos darnos cuenta que en ese narrar expuesto aquí, hay también el novelar de quien ha vivido lo expuesto en esta obra, y que son excusas escogidas para novelarnos su mirar el transcurrir y decirlo, desde el discurso ficcional poetizado.

Luesmil Castor Paniagua.

No se trata de un intercalar dialogías entre personajes, de ahí que el lector se vea precisado a poner atención a lo que en cada escena se cuenta, para no perder el hilo secuencia de la narrativa, porque fácilmente se puede perder y entender que está entre las madejas de un extenso poema en prosa.

Hay rápidos intercambios de diferentes ambientes, lo que conlleva al sujeto-lector, a poner su atención en lo descifrado o en lo contado, para or armando las piezas que, al final, nos dejarán la voz de este extenso poema en prosa, narrado como excusa, para un novelar el vivir, su vivir, nuestro vivir, desde la nostalgia del inapelable morir que nos aguarda y que llega a nosotros, sin avisar y sin pedir excusas.

Al, final de la obra, hay un cierre nostálgico,melancólico, con una carta que el sujeto-autor le escribe a su padre, don Luis Emilio Paniagua Perozo (Págs. 83/86).

En ese cierre del narrar, como si se tratase de un anexo, a lo contado, el lector puede percibir como la memoria se resiste a aceptar la despedida de este escenario existencial. Veamos:

(…)
"Te fuiste, con 87 años vividos y revolcados en gran sábana de satisfacciones, allí te fuiste, donde te esperaban tus progenitores Eva y Juanico, y allí sólo es posible acceder por la estrecha e indevolvible hendija de la muerte" .
(…) (Ver pág. 85).

Esta obra, cierra con la voz vallejiana de quien se sabe estar vivo, contando y cantando, desde ya, a la indetenible presencia del "manotazo de la muerte".