En el panorama contemporáneo del relato breve dominicano, "Anatomía de un desmayo presentido tras dos besos que fueron felices", del escritor Manuel Libre Otero, destaca por su audacia estética y por su aproximación a un erotismo de tintes filosóficos, donde la violencia simbólica y la tensión psicológica se entrelazan para construir un texto que desafía al lector desde sus primeras líneas.
Esta obra, distinguida con mención honorífica en Casa de Teatro en 1988, se sitúa en un territorio complejo: la frontera entre la intimidad y la dominación, entre el deseo y la destrucción, entre el lenguaje poético y la confesión delirante. Su propuesta narrativa exige una lectura detenida, pues cada fragmento parece escrito desde una respiración fracturada, desde un pulso que desborda los límites formales del cuento tradicional.
El relato se articula a partir de un monólogo dirigido a una figura femenina referida como "Pretty Doll". La elección de este apodo simbólico no es un detalle menor, constituye el núcleo semántico en tomo al cual se organiza el discurso del narrador. "Muñeca", "objeto”, “posesión": la mujer es concebida desde el imaginario de protagonista como una entidad moldeable, desprovista de voz propia, cuya identidad se configura únicamente como reflejo del deseo masculino. Este procedimiento dialoga con una tradición literaria que se remonta a Sade y que reaparece en la narrativa de Bataille o Pierre Klossowski, donde el eros nunca es la simple celebración del cuerpo, sino un espacio de incertidumbre y de desbordamiento emocional.
La voz narrativa es quizá el mayor logro técnico del cuento. No asistimos a una reconstrucción objetiva de los hechos, sino a una descarga verbal que oscila entre la súplica, la recriminación, la autodefensa y la confesión. Cada párrafo se articula como parte de un flujo de conciencia que interrumpe, retoma, niega y afirma, generando un efecto de inestabilidad discursiva. Ese vaivén se corresponde con la psicología del narrador, cuya identidad se revela fragmentada y en permanente lucha consigo mismo. Así, la sintaxis quebrada, las repeticiones, las vacilaciones y los cambios abruptos de tono funcionan como dispositivos narrativos que reflejan un estado mental cercano al delirio, o al colapso.
Desde esta perspectiva, el cuento opera como un experimento estilístico: la materia narrativa no se deposita en la trama sino en el ritmo interior de la voz. Es importante subrayar este aspecto, puesto que la violencia que se menciona nunca aparece como puro acto físico, sino como el resultado de una estructura mental que el lector presencia desde dentro. Esa perspectiva interna intensifica el malestar del texto : no porque busque el escándalo, sino porque obliga a leer desde la médula del pensamiento del agresor, desde su lógica justificatoria, desde su incapacidad para distinguir deseo de destrucción. La literatura erótica extrema, cuando alcanza este nivel de complejidad psicológica, suele trascender la provocación para situarse en el terreno de lo filosófico, y este cuento lo logra de manera notoria.
Uno de los elementos más trabajados es la tensión entre posesión y autonomía, eje temático que vertebra la historia. Pretty Doll no es un personaje convencional: carece de desarrollo psicológico explícito y de una voz directa. Más que un sujeto, es un campo de representación simbólica, una superficie sobre la cual el narrador proyecta sus pulsiones, temores y contradicciones. Esta elección estética no debe interpretarse como una simple reducción de la figura femenina a objeto narrativo. Por el contrario, sitúa al cuento en una tradición crítica donde el erotismo sirve para explorar las formas extremas de dependencia emocional, los mecanismos de dominación y, sobre todo, la fractura de la identidad masculina contemporánea. El narrador es incapaz de apropiarse del objeto-pasión: fracasa en el intento y, en ese quiebre, en ese punto inestable, se articula el drama central del texto.
Escuchemos cómo el problema se hace evidente en la voz del narrador-protagonista:
"(…)Pero a pudrirte la existencia sí que no te obligué; tú sola lo hiciste, sí, tú sola, ¿me oyes? Hasta que quedaste como una calcomanía raída de falsa estrella que ya no alumbra. Y sí, qué me importó que todos mis amigos te cabalgaran a diario. No puedo mentirte; lo sabías. Estaba extasiado viéndote aplastada y manoseada, oyendo entre salvajadas y líquidos tórridos cómo gritabas, cómo gozabas hasta el clímax de desangrarse (sic) al no tener humanidad. Hasta que, de tanto fluir, el sexo no fuera más que una palabra sin sabor, olor ni color; hasta que hombres, aparatos y mujeres fueran lo mismo" (Serie de senos, 1997, p. 47).
La estructura del cuento se organiza de forma circular, con un inicio y un cierre que evocan una misma imagen: la mirada de la muñeca. Este gesto formal no solo aporta cohesión narrativa, sino que subraya la obsesión pendular del protagonista, quien retorna constantemente al origen de su delirio. El círculo funciona como metáfora de su imposibilidad de liberarse del vínculo que lo consume. Este procedimiento estructural —cerrar allí donde se inició remite a la técnica de ciertos relatos contemporáneos (véase Salinger, Ampuero, Tabucchi, entre otros), cuyo cierre no plantea una resolución, sino un retorno que acentúa la tragedia íntima del personaje.
En cuanto al lenguaje, pese a algunos deslices, el cuento despliega una prosa exuberante y sensorial. Las imágenes se precipitan con una intensidad casi barroca, entre metáforas corporales, comparaciones inesperadas y un léxico que transita de lo poético a lo visceral. Es precisamente esta carga lírica la que permite sostener un tema potencialmente abyecto y brutal, sin reducirlo a la simple provocación. La dimensión semiótica opera como un filtro que transforma la violencia en una exploración filosófica: no se expone el acto, sino la energía destructiva que lo sostiene; no se detalla el cuerpo, sino la pulsión que lo deshace. En este sentido, la obra se alinea con aquella narrativa erótica que entiende el deseo como una fuerza trágica antes que como un motivo celebratorio.
También es notable la manera en que el texto articula una reflexión sobre la imposibilidad del amor absoluto. La pulsión posesiva del narrador se revela como una tentativa desesperada de alcanzar una fusión que ,por su misma naturaleza, anula lo amado. En esta paradoja reside la tragedia filosófica del cuento : la tendencia humana a destruir aquello que se pretende preservar. En lugar de condenar explícitamente al protagonista, el relato muestra cómo esa lógica autodestructiva se despliega desde sus propias palabras, dejando al lector la tarea ética de interpretar, evaluar y juzgar.
En síntesis, "Anatomía de un desmayo presentido tras dos besos que fueron felices" es un relato que exige ser leído desde los márgenes del erotismo tradicional y del cuento psicológico; es decir, fuera de las normas hegemónicas, de "lo esperable". Su fuerza reside no en lo que narra, sino en cómo lo narra: desde un lenguaje que palpita, desde una mente que se rompe en pedazos, desde una poética que convierte la obsesión en forma literaria. Más que un cuento erótico, brutal y despiadado, es una meditación oscura sobre el poder, la identidad y la destrucción, una pieza que confronta al lector con los abismos del deseo llevado a su límite. Su audacia formal y temática lo sitúan como una contribución singular y necesaria dentro de la narrativa dominicana contemporánea.
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