Sombras chinescas y metáfora visual
Uno de los momentos más impactantes de El Foso es el uso de sombras chinescas, un homenaje explícito al cine que, en este contexto, adquiere un carácter espectral y profundamente simbólico. Las proyecciones de las manos, creando señales, subrayan la idea de presencia y ausencia, de aquello que existe solo como eco o reflejo. Esta técnica, que conecta lo teatral con lo cinematográfico, expande el espacio escénico y refuerza la noción de múltiples realidades coexistiendo en un mismo plano.
Haffe Serulle rinde tributo al lenguaje visual del séptimo arte, evocando los orígenes del cine, cuando las imágenes en movimiento no eran más que juegos de luces y sombras proyectados en superficies planas. El uso de sombras chinescas en El Foso recuerda esas primeras proyecciones experimentales, donde la magia del cine consistía en capturar lo efímero y proyectarlo ante los ojos del espectador.
En esta obra, las sombras se transforman en narradoras de lo oculto, en sombras de manos que emergen desde el foso para contar historias fragmentadas y simbólicas.
Este homenaje al cine también tiene un propósito estético: integrar el lenguaje cinematográfico a la experiencia teatral, difuminando las fronteras entre ambos y generando una atmósfera onírica y envolvente. Las sombras, replican el efecto del celuloide proyectado, creando un diálogo visual entre lo teatral y lo fílmico. Serulle, con este recurso, recupera esa magia primitiva del cine, cuando bastaba un haz de luz y una pantalla para capturar la imaginación del público. Esa magia que buscan los niños en los copos de nubes y en las sombras para descubrir objetos y personajes no visibles a los ojos de muchos adultos, pero que desafían su temprana inteligencia para su propio beneficio de creadores. Ese teatro de sombras son los copos de nubes que emplea Haffe para que el público conecte con su propia creatividad.
De esta manera, El Foso no solo es un experimento teatral, sino una carta de amor al cine, un reconocimiento a su capacidad de narrar desde las sombras y proyectar en la memoria colectiva aquellas imágenes que nunca desaparecen del todo.
El foso: Un inframundo de voces silenciadas y un viaje hacia sí mismas
Los primeros sonidos que emergen en salón pequeño son tonos de celular, imitados por las actrices, en un juego de comunicación truncada y fallos de señal. Este inicio aparentemente simple es un preludio del viaje hacia el foso, un espacio cargado de simbolismo y resignificación escénica.
El concepto del foso en esta obra se convierte en una poderosa metáfora del olvido y lo oculto. En contraposición a la sala principal del teatro, que simboliza el poder y las ideas dominantes, el foso representa un espacio soterrado donde emergen las voces silenciadas y los discursos reprimidos. En este sentido, El Foso se convierte en una especie de inframundo teatral, un lugar en el que la marginación y el dolor encuentran un eco potente a través del lenguaje visual y simbólico.
Sin embargo, ese descenso hacia el foso no es solo un tránsito físico; es, además, un viaje introspectivo para las actrices, una confrontación simbólica con sus propios miedos, silencioso s y realidades invisibilizadas. Cada paso en esa escalera y cada interacción con los elementos escénicos (las cuerdas, la jaula metálica) reflejan un descenso hacia lo más profundo de sí mismas, donde emergen las voces reprimidas y los ecos de un pasado no resuelto. Es un viaje al abismo, no solo del espacio físico, sino también del ser.
La decisión de situar toda la acción en ese espacio es un acto subversivo en sí mismo. Serulle, retira al espectador de su zona de comodidad y lo obliga a descender, tanto física como emocionalmente, hacia ese espacio de sombras y ecos. Esta inmersión en el foso permite una reflexión sobre los espacios marginados y sobre aquellos que habitan en los márgenes de la sociedad, invisibilizados por las estructuras de poder.
Un grito desde El foso: La subversión como camino hacia la luz
El Foso no concluye con un cierre convencional; su estructura circular es, en realidad, una espiral abierta que invita a la reflexión y a la acción. Cuando los cuerpos emergen del inframundo, incitando al público a salir, ese ascenso simbólico representa mucho más que un simple regreso al punto de partida. Es un acto de resistencia, un rechazo a permanecer en la oscuridad del olvido, por eso los aplausos que acompañan ese ascenso son un eco de solidaridad a la valentía de haber descendido al abismo para enfrentarse a las sombras y, a pesar de ello, volver a la luz.
Las voces que, al inicio, simulaban caos y desconexión en un salón donde los tonos de celular saturaban el espacio, ahora resurgen como un eco poderoso. Las actrices, transformadas en cuerpos simbólicos, no solo atraviesan el foso; lo desafían, lo recorren y lo resignifican. La opresión que se experimenta en ese inframundo teatral no es solo representación: es una llamada a la empatía y al despertar colectivo. En ese tránsito, la luz se convierte en una posibilidad tangible, un destello de esperanza que surge de lo más profundo, de esa zona que parecía destinada al olvido.
La última escena, con los cuerpos iluminando sus rostros con los celulares y riendo, es una metáfora poderosa de esa dualidad entre conexión y aislamiento, entre presencia y ausencia. Sin embargo, esa risa representa una esperanza latente: la capacidad del ser humano para encontrar luz en medio de la oscuridad, para desafiar los límites del foso y, en última instancia, trascenderlos.
El Foso, entonces, no es solo un descenso; es una invitación a resurgir. Es un recordatorio de que incluso en los espacios más sombríos, la resistencia colectiva y el arte pueden ser antorchas encendidas. Como en un ritual de purificación, quienes han atravesado el foso salen distintos, con una conciencia renovada sobre la importancia de romper los silencios, de alzar la voz y de confrontar los muros invisibles que nos aíslan.
Cuando el público sube las escaleras y vuelve al salón pequeño donde todo comenzó, el ciclo parece completarse, pero no es así. El viaje por el foso transforma, empuja a cuestionar y reconfigurar la percepción de la realidad. Los cuerpos vuelven a sus posiciones iniciales, pero ahora no son los mismos. En ese retorno, hay una apertura, una luz de posibilidad y cambio que no existía al inicio.
Porque al final, el teatro —como la vida— es una construcción colectiva, y El Foso nos demuestra que no todo está perdido; que siempre habrá caminos de retorno, escaleras hacia la luz y manos extendidas para salir del abismo. Haffe Serulle, con esta obra, ilumina esos caminos con una poética subversiva que, lejos de hundirse en la desesperanza, se alza como un grito de resistencia y transformación.
Un proyecto colectivo y vanguardista
El montaje de El Foso no sería posible sin el talento y el compromiso de las cinco jóvenes actrices: Natalie Santos, Dilianny Tamariz, Mabel Jiménez, Michelle Cruz y Erika Martinez, quienes en un ejercicio de creación colectiva, encarnan esta propuesta subversiva con una entrega inquebrantable y estremecedora. Su actuación no solo sostiene la narrativa fragmentada, sino que potencia el simbolismo del espacio, convirtiéndose en agentes de cambio y denuncia en un escenario soterrado que desafía el orden establecido.
Con esta obra, Haffe Serulle y el Grupo Teatral METAMORPHO no solo reafirman su apuesta por un teatro comprometido, sino que trazan un camino hacia la descentralización cultural en la República Dominicana, un proyecto que cuenta con el respaldo de la Dirección General de Bellas Artes y que vislumbra un horizonte donde el arte escénico llegue a comunidades históricamente marginadas.
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Hago un llamado al público para que asistan a ver esta extraordinaria puesta en escena.
Calendario – Mayo 10:00 a. m.:
* Viernes 16 • sábado 17 • jueves 29 • viernes 30 • Sábado 31
* Función abierta al público: Domingo 18 de mayo a las 6:00 p. m.
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