Los dominicanos hemos trascendido en el mundo en diversas disciplinas artísticas. En la música, el cine y las artes visuales, la media isla ha proyectado a algunos de sus vástagos creadores hacia los confines del planeta. (Fui feliz cuando visité el Museo de Arte Moderno de Toledo y una obra pictórica del dominicano Darío Suro (1917-1997) relampagueó en la sala de paredes blancas).

No hemos tenido la misma fortuna en el reconocimiento internacional de nuestra literatura. Sí, hay algunos nombres de escritores que han gozado de cierto prestigio fuera del país. Sí, hay escritores dominicanos que han ganado premios literarios internacionales y han publicado sus libros con editoriales extranjeras. Pero ese puñado de logros se queda en el «dato curioso», en materia deliciosa para los investigadores y las enciclopedias. No son hechos que hayan marcado la literatura dominicana y la hayan removido de su ancestral aislamiento.

Los gustos literarios pertenecen el ámbito de la subjetividad más íntima del lector. Si se me preguntara por mi escritor favorito de todos los tiempos y yo respondiera con el nombre de uno dominicano, nadie tendría legitimidad para discutírmelo. Sí tendría derecho a mostrarme sus argumentos —con arreglo a la tradición crítica más seria— en torno a la ausencia de autores de la República Dominicana entre las grandes luminarias de la literatura global.

La insularidad

La circunstancia geográfica de la República Dominicana —su insularidad— podría considerarse un motivo de peso para su aislamiento literario. Al compararnos con Cuba, una isla cercana, este argumento pierde fortaleza. La literatura cubana goza de un reconocimiento mucho mayor en el mundo. Desde ganadores del Premio Cervantes como Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz y Guillermo Cabrera Infante, desde clásicos como José Martí, Nicolás Guillén, José Lezama Lima y Reinaldo Arenas hasta contemporáneos como Leonardo Padura, no es difícil hallar en las librerías del mundo y en cualquier ámbito académico estos nombres omnipresentes.

El caso de Lezama Lima es importante porque pese a la abrumadora fama de su novela Paradiso (1966) no pudo salir de Cuba, aunque recibía invitaciones de todo el mundo. El régimen de la Revolución Cubana se lo impidió. Se podría alegar que la importancia de esa Revolución en el contexto de la Guerra Fría puso la atención global en Cuba, y eso benefició sus productos culturales. Lo mismo podría decirse de la República Dominicana a propósito de la Guerra de Abril de 1965. El mundo entero estaba pendiente de lo que ocurría aquí. Nuestras creaciones literarias de la época, sin embargo, no solo no concitaron interés internacional, sino que, en plena efervescencia del Boom literario latinoamericano, ningún novelista dominicano aportó alguna obra que hoy sea considerada ni siquiera en los márgenes de aquel estallido literario y editorial. Marcio Veloz Maggiolo, quizás nuestro mayor novelista, empezó su andadura en aquella época y empleó técnicas literarias en sus novelas que fueron novedosas en la República Dominicana, como es el caso de Los ángeles de hueso (1967), una especie de monologo faulkneriano. No logró integrarse al Boom, aunque hoy su obra es valorada en círculos internacionales, no tanto como lo merece.

El nacionalismo

Más que nuestra condición de isla, el implacable discurso nacionalista que permea todos los estratos de la vida cultural y política de la República Dominicana se ha convertido en un Talón de Aquiles para nuestra literatura. En primer lugar, porque el nacionalismo toxico glorifica todo lo dominicano sin pasarlo por el cedazo de la crítica. Ya muchos estudiosos han explicado que la novela dominicana tuvo trabas para insertarse en las tendencias del siglo XX, que todavía a finales de ese siglo nuestro corpus novelístico estaba en pañales y abrevando en estilos petrificados. Eso en lo referente a aspectos estructurales y estilísticos. En lo tocante a los temas de la narrativa, un mal que pervive es que el novelista dominicano, que ambienta casi siempre sus obras en nuestro país —eso está genial—, se ciñe mayormente a la historia oficial cuando trata episodios públicos, respetando la ortodoxia política y aristocrática, inhibiéndose de invocar situaciones y personajes que puedan resultar muy sensibles o polémicos ante el conservadurismo dominicano.

En todas partes del mundo, el creador debe ser un sujeto que confronte los convencionalismos para destacarse. Los novelistas del Boom —para quedarnos con ellos nuevamente— fueron «nacionalistas» porque escribían sobre sus países, pero fueron cosmopolitas en su dominio de la prosa y en la virulencia con que describieron, desde la ficción, la realidad latinoamericana.

En la poesía, donde desde la primera mitad del siglo XX tuvimos nombres con cierta impronta internacional, también nos quedamos en el camino. Tuvimos una oportunidad de oro cuando parecía que los bardos de la Poesía Sorprendida entrarían en el circuito histórico del Surrealismo. No sucedió. Otro dato curioso: la visita de Andre Breton a la isla en los años cuarenta, las conversaciones, lo que pudo ser y no fue.

Manuel Rueda, 1952.

No es hasta la llegada de la Generación de los Ochenta, con José Mármol y sus coetáneos, de alguna forma vislumbrada en el Pluralismo, el movimiento de ruptura poética anunciado por Manuel Rueda en 1974, que la poesía dominicana cobra fuerza y se emparenta con los nuevos paradigmas estéticos de la creación poética en el mundo.

Desde entonces la poesía dominicana empezó a calar en la órbita internacional. Otra vez, debemos admitir, no con el impacto que merece o que quisiéramos los dominicanos.

El apoyo estatal, la diplomacia cultural

La llegada del siglo XXI encontró la literatura dominicana en una situación más favorable para su internacionalización.

Tres elementos son insoslayables

Primero, las facilidades que fue brindando el ecosistema digital para que los literatos se dieran a conocer fuera del país y establecer redes con otras comunidades literarias. Segundo, el crecimiento de las diásporas dominicanas en Estados Unidos y Europa. Los escritores dominicanos residentes allí empiezan a publicar fuera del país, a traducir a autores extranjeros, a participar en eventos y antologías de otros mares. Tercero, la expansión de la clase media dominicana posibilitó que un número más vasto de compatriotas pudiera gozar de la formación, el tiempo y el vivo interés en dedicarse a la literatura. Está bien documentado cómo ha incrementado el número de libros que se publica en nuestro país. De ese aumento cuantitativo inevitablemente surgirían diversos experimentos e innovaciones, y en toda la geografía nacional. Ya no teníamos una reducida élite letrada, sino todo un país donde en el rincón más inesperado había una persona con un libro publicado, fuera, excelente, bueno, regular o malo.

Al multiplicarse los talleres literarios y comunidades de lectores, y al tener acceso a Internet, ya la vida literaria no podía ser controlada por centros de poder cultural en las metrópolis, como ha sucedido en la mayor parte de la historia dominicana, en la que pocas personas decidían lo que se publicaba en las revistas e imprentas. Ahora todo el mundo podía publicar y darse a conocer.

Rey Andujar, escritor.

Esto ha posibilitado que personalidades que antes habrían sido rechazadas en las esferas literarias conservadoras, ahora sean algunas de las voces más reconocidas de la literatura dominicana en otros países —pensemos en Rita Indiana, Thaís Espaillat o Rey Andújar—.

Sin dudas, estamos en un mejor momento para proyectarnos en el extranjero. Ahora sí, es determinante el apoyo del Estado para promover a los escritores dominicanos a nivel internacional. Antes, este apoyo no habría surtido un gran efecto. La situación del país era ya en sí misma de aislamiento en los gobiernos de Balaguer, por ejemplo. Las debilidades de la democracia dominicana en otros tiempos también habrían impedido que pudiéramos tener una diplomacia cultural adecuada.

Rita Indiana.

El momento es ahora. La República Dominicana está bien integrada en la comunidad internacional y tiene embajadas por todo el mundo. Los escritores dominicanos van a eventos internacionales. Algunos por sus propios medios, otros mediante gestiones estatales que han empezado a florecer.

Necesitamos un Premio Cervantes

El poeta José Mármol

Pienso que hay un paso muy importante que dar. Necesitamos que un escritor o una escritora de nuestro país gane el Premio Cervantes. No podemos pensar en un Nobel todavía. No hemos ganado el Premio Alfaguara de Novela, ni el Premio Planeta, ni el Premio Herralde de Novela, ni el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, ni el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Junot Díaz ganó el Pulitzer. Ese es nuestro mayor logro, aunque él, nacido en República Dominicana y enteramente dominicano, escribe en inglés y calificó para ese premio como escritor con nacionalidad estadounidense.

Vamos por el Premio Cervantes, el más importante para un autor en la lengua española. Unámonos, desde el Estado, la academia, la comunidad literaria, el empresariado y la sociedad civil. Ese premio pondrá los ojos en la literatura dominicana, hoy más diversa y pujante que nunca, con todo el respeto a quienes nos han precedido. Yo propongo que nos unamos en la candidatura del poeta y ensayista José Mármol para el Premio Cervantes.

Juan Hernández Inirio

Escritor, profesor y gestor cultural

Juan Hernández Inirio es escritor, profesor y gestor cultural. Nació en La Romana, República Dominicana, en 1991. Ex director provincial de Cultura de La Romana, fundador de la Feria del Libro de esa ciudad y de la Fundación Modesto Hernández (MODHERNA). Es Licenciado en Educación mención Letras, Magna Cum Laude, por la Universidad Dominicana O&M. Tiene un máster en Cultura Contemporánea: Literatura, Instituciones Artísticas y Comunicación Cultural por la Universidad Complutense de Madrid y la Fundación Ortega-Marañón. Ha publicado los libros Cantar de hojas muertas, Musa de un suicida, El oráculo ardiendo, La insurgencia de la metáfora. Treinta poetas de los años sesenta y El nieto postizo. Textos de su autoría han aparecido en periódicos, revistas y antologías latinoamericanas. Ha dictado conferencias en República Dominicana, España e Italia. Su trayectoria le ha merecido diversos galardones, entre los que se destacan ser declarado como ¨Hijo distinguido de La Romana¨ en 2017 por el ayuntamiento de esa ciudad y ser reconocido por la Academia Dominicana de la Lengua en 2019. jhernandezinirio@gmail.com

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