“Los museos se constituyen en un gran juego para los sentidos”. Así escribí en 2020 en el libro El juego: reflexiones dialogadas de un artista neuroeducador. Y así lo reafirmo hoy, cinco años después, tras una breve pero inspiradora conversación con un funcionario de un importante museo dominicano. De ese diálogo nace esta reflexión que comparto con ustedes.

Los museos, lejos de ser espacios rígidos y aburridos, son organismos vivos, vibrantes, profundamente sensoriales. Son, o deberían ser, un juego fascinante para la imaginación, la emoción y el pensamiento. Por eso, las áreas educativas dentro de las estructuras museales deben ocupar un rol mucho más protagónico en nuestro país. El museo no puede limitarse a mostrar: tiene que provocar, dialogar, transformar.

En países con una larga tradición museística, como Francia, Reino Unido, España o Estados Unidos, existen áreas educativas sólidas que diseñan experiencias significativas para públicos diversos. El Louvre, el British Museum, el Prado o el MET son referentes ineludibles. Nuestras autoridades culturales y museográficas deberían acercarse a esos modelos, conocer sus programas, entender sus estrategias, y discernir qué elementos podemos adaptar a nuestra realidad.

Y es que en República Dominicana aún hay adultos que nunca han pisado un museo. Eso no es solo un asunto de “preferencias”; es un problema estructural, un tema de Estado. Como recordaba García Lorca: “No solo de pan vive el hombre”. El acceso al arte, al patrimonio, a la belleza, debe ser un derecho garantizado. Ir a un museo debería estar tan naturalizado como ir a la escuela.

Sé que para algunos esto parecerá utópico, pero si queremos hablar seriamente de desarrollo, la Oficina Nacional de Estadística (ONE) debería producir indicadores periódicos sobre la frecuencia con que la población visita museos, teatros, bibliotecas. Nos urge construir una cultura de datos en torno a la participación cultural.

En este panorama, el sistema educativo tiene un papel crucial. El Ministerio de Educación, las regionales, los centros y docentes deben ver a los museos como aliados pedagógicos, como espacios que pueden potenciar aprendizajes en historia, ciencias, matemáticas y arte. Un museo no es solo una vitrina de objetos: es una plataforma lúdica y emocional para fijar conceptos, despertar preguntas y, sobre todo, formar sujetos críticos y sensibles. Algo que, tristemente, parece cada vez más escaso y menos valorado.

Desde mi lugar como educador infantil y formador de formadores, insisto en que la infancia es el terreno más fértil para sembrar amor por el arte. A los niños les habita una imaginación poderosa, una mirada libre de prejuicios. Educar sus sentidos es también educar su pensamiento. Y ahí, el museo se vuelve un recurso insustituible.

En mis clases universitarias siempre propongo un ejercicio: diseñar actividades lúdicas alineadas al currículo oficial, tomando como punto de partida una visita a un museo o galería. La mayoría de mis estudiantes confiesan que jamás habían considerado estos espacios como una fuente pedagógica. Ese desconocimiento no es casual. También los museos, salvo contadas excepciones, han mantenido una relación tímida con el sistema educativo, muchas veces por falta de estructura, liderazgo o visión.

Niños apreciando El Guernica de Pablo Picasso (Fuente: Google).

Además, las desigualdades son palpables: los estudiantes del sector privado acceden con mayor frecuencia a estos espacios que los del sector público, aun tratándose de museos estatales. También las comunidades rurales o empobrecidas suelen quedar fuera del mapa. ¿No debería esto ser motivo de atención por parte de quienes diseñan las políticas culturales y educativas del país?

Por razones de espacio no puedo desarrollar todos estos puntos, pero quisiera cerrar con una impresión personal: en muchos museos del país, aún dirigidos por artistas de trayectoria respetable, no siempre se percibe una apuesta decidida por el vínculo con la educación. Y eso es una pérdida enorme.

Ojalá llegue el día en que esa relación sea más fuerte, más estrecha, más sistemática. Porque, como escribí al inicio y reitero ahora, sin miedo a repetirlo: los museos educan la mirada, educan los sentidos y forman sujetos críticos. Y esa es, también, una forma de justicia social.

Patricio León

Educador y artista multidisciplinario

Patricio León. Educador y artista multidisciplinario. Educador, actor, escritor y músico. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad Anáhuac (México), con experiencia en formación docente, educación infantil, gestión curricular y literatura infantil. Ha publicado ensayos, ficción, poesía y teatro. En escena, ha interpretado personajes clásicos y contemporáneos en obras de autores como Beckett, Lorca y Sábato. Su trabajo integra arte y pedagogía, fomentando la formación integral a través de la palabra y el escenario. patricioleoncruz@gmail.com

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