Es una empresa vieja asumida por los filósofos encontrar una salida a la mirada maniquea, al dualismo del bien y el mal.  Críticas psicológicas, desde Aristóteles hasta Nietzsche, sin haber logrado en el psiquismo colectivo borrar el pensar desde las oposiciones. De tal suerte, y a pesar del deterioro de la moral cristiana, evidente en la proliferación de falsos profetas y profecías, permanece el binarismo conceptual cada vez que unos pocos enfrentamos preguntas.

Lo que ha logrado la historia de la desarticulación de la moral ha sido la instauración de lo inmoral, de una ética del deterioro, que no ha conducido a un hombre nuevo sino a una vaca rumiante detrás de cuyo estiércol permanece un poder todavía más  sucio que los reinados, que lanzaban detritus y esclavos muertos a los caminos. Ni el más puro marxismo pudo imaginar al lumpen dirigiendo.

Ya no suenan las doce campanadas para hacernos preguntas. Estamos en la época en que pensarse no importa para nadie. Celebramos los días y las festividades sin saber por qué, como si celebráramos un acontecimiento sin historia. Festejamos forajidos como héroes, y mochileros como soldados de la patria.  Nunca como ahora la palabra inversión había encontrado su justificación.

El filósofo perdió primero su lugar, si alguna vez lo tuvo. Luego le siguió el psicólogo. Hoy le toca el turno al historiador. A causa del recelo con lo amoral surge la sospecha de la genealogía de los hechos impúdicos, más allá de los imperativos categóricos.  Ya no hay espacio para la filosofía de lo amoral, tampoco para una crítica a la religión occidental. A la prolongada muerte de Dios le ha seguido una rápida dislocación de lo humano.

Sería interesante especular sobre el origen de lo inmoral. No son los aforismos de Nietzsche que se quedaron tal vez en la filosofía pura y la poesía.  Tampoco pienso que lo inmoral estaba en la enfermedad de la filosofía del pesimismo. En esos espíritus hay otra forma de compasión.  El nihilismo como crítica a la moral burguesa, a la máscara, a la hipocresía, devino ética del superhombre, pero no una oposición que pudiera llamarse inmoral.

 La utilidad es propiedad del individuo sin importarle al portador si todavía opera algún decir que justifique al otro.  De lo que se trata aquí es de la putrefacción de los valores.

La moral peligrosa (a decir de Pablo Malo) como obstáculo a la emergencia del hombre real, empezó a pudrirse por almacenamiento. Lo que era elaborar preguntas nuevas y, quizá respuestas nuevas. redireccionó, en fin, en la otra moral hipócrita.  Esta genealogía de lo inmoral comienza con la critica de Foucault. Arqueologizar en el cuerpo la política fue una brillante ceremonia de sepulturero de lo que hasta entonces llamábamos valores.

Pasamos en un espasmo, del surgimiento de la moral como forma de dominación, a la crítica nihilista, y de allí a la caída en lo inmoral como nueva historia de las costumbres. Es la coronación del hombre instintivo que se había mantenido sepultado en una ergástula que solo dejaba expeler su hedor, según exclamaba sabiamente Jung.

Hemos entrado a esa pocilga ahistórica. La chapucería de lo bueno y lo malo —términos autoritarios destronados ahora por el dicho inmoral. Nos enfrentamos a la crueldad sin culpa propia del animal instintivo. No hemos marchado al superhombre. Zaratustra ha sido derrotado. El problema no es ni apolíneo ni dionisiaco, arribamos a nada me importa, algo como una filosofía sociopática. El radical sentido antitético de la palabra ya no es el lenguaje del poder (bueno/malo), ahora es la obscenidad como poder.

El contrato social no puede enarbolarse hoy como el inconsciente del grupo, porque no hay consciencia ni grupo.  La utilidad es propiedad del individuo sin importarle al portador si todavía opera algún decir que justifique al otro.  De lo que se trata aquí es de la putrefacción de los valores.

Las preguntas básicas relativas a nuestra historia derivan en banalización de la vida.  El individuo con capacidad reflexiva, que todavía apuesta a un cierto bien común, no tiene espacio donde la cuestión apela al deseo.  Una pluralización apuntaba al estallido de la estructura social donde la oposición transformadora se desarrollaba entre la culpa y el perdón como categorías jurídico/social.

Lo vulgar, plebeyo, lo inmoral es poder. El sujeto “sencillo” hace erupción sin saber que su lava se fue fraguando por cierta filosofía. Poco le importa ahora a este nuevo mediocre  quién o qué lo ha empoderado hasta convertir en discurso su maledicencia.  Ya no es él quien agencia el mal, más bien es el que agencia el vacío, la muerte del asombro, el embotamiento, la aceptación de la putrefacción.

El trauma social desemboca en una amnesia selectiva que explica el ciclo de repetición. Círculo vicioso y vicio por el circulo. No hay posibilidad de emergencia de lo nuevo en la democracia de lo mismo.  Sin pesimismo alguno, hay una puerta abierta para que entre y se entronice el insultante, limpie con nuestros símbolos su  costra, anule remanentes de  moral con palabrotas y abra la distopía de su mandato.

¿De la muerte del Gran Hermano pasaremos a la vacuidad del Gran Miserable?

czapata58@gmail.com

César Augusto Zapata

Psicólogo, poeta y educador

Piscólogo, escritor, poeta. Premio Internacional de Poesía Casa de Teatro 1994. Director de la Cátedra de la Edgar Morin, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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