“Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”.
J.L.B. Buenos Aires, 17 de mayo de 1981 (La Cifra).
En Praga, a principios de junio 2003, embajador argentino, Juan Eduardo Fleming, me había extendido una invitación para asistir a una presentación de la ópera Nabucco de Giuseppe Verdi. Me había advertido que tendría una sorpresa para mí, y aunque había supuesto que se trataba de una presentación del conocido bajo-barítono ruso Jurij Gorbunov, quien para esos días actuaba en el Teatro Nacional de Praga, no estaba seguro de qué inadvertencia me esperaba.
Durante el intermedio de la ópera, noté a una mujer sola en el balcón principal cuyo rostro me parecía familiar, pero no lograba recordar de quién se trataba. Me acerqué a ella disimuladamente y comencé a observarla detenidamente. De repente, me di cuenta de que era alguien a quien nunca esperé ver allí: María Kodama. En una ocasión previa, había expresado mi admiración por la obra literaria de Jorge Luis Borges al embajador Fleming, y esto debía ser la sorpresa que me tenía preparada.
Mientras esperaba a que la función continuara, un camarero se acercó con una bandeja de copas de vino espumante y me ofreció una. Decidí tomar dos y me acerqué a ella para entablar una conversación. Sin embargo, en lugar de iniciar una charla, comencé a recitar versos de uno de mis poemas favoritos de Borges mientras me acercaba a ella:
“Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises……”
Una sonrisa perspicaz se dibujó en su rostro y sus ojos se iluminaron al instante al reconocer las palabras que habría escuchado innumerables veces de la voz de su autor. Al acercarme a ella, sutilmente le ofrecí una copa de vino espumante y le pedí la oportunidad de brindar no solo por su salud, sino también por el honor de conocerla. Quería explayarme y confesarle que desde muy joven había querido conocer a la mujer a quien Borges dedicaba esas fascinantes dedicatorias, pero decidí guardármelo para mí.
Desde ese día, nuestros encuentros se volvieron más frecuentes durante más de un año. Doña María Kodama de Borges, la viuda del famoso escritor argentino Jorge Luis Borges, solía visitar Praga con regularidad. El embajador argentino había iniciado un proyecto cultural en colaboración con la comunidad judía de Praga y la Fundación Borges, basado en la obra "El Golem" del escritor, inspirada en la mítica leyenda del folclore judío creada en el siglo XVI por el ilustre rabino talmúdico praguense Judah Loew ben Bezalel.
Otoño 2003. De la Sinagoga sefardí española al Café Louvre en Praga.
Nuestro segundo encuentro ya no fue casual, al igual que los siguientes. Me había comprometido con Doña María Kodama de Borges a mostrarle los lugares esotéricos de la ciudad de Praga. Mientras paseábamos por las angostas y sinuosas callejuelas adoquinadas, flanqueadas por torres renacentistas, iluminadas por la resplandeciente luz del otoño, nuestra conversación se centraba en Borges y su obra "El milagro secreto". El protagonista de la obra tiene un sueño singular en el que los bibliotecarios buscan a Dios entre los libros, y uno de ellos afirma que Dios se encuentra en una de las letras de una página de uno del millón seiscientos libros de la Biblioteca Clementinum de Praga. María Kodama me confesó que Borges nunca visitó Praga, lo que me sorprendió aún más, ya que describió los laberintos de la biblioteca como si hubiera explorado ese universo enigmático y masónico en persona.
El sonido de nuestros pasos resonaba en las paredes, rebotando de un lado a otro hasta que se desvanecían en la distancia. El aire era fresco y crujiente, con un toque de humo de leña que se desprendía de las chimeneas y flotaba entre los tejados. Las fachadas ornamentadas de las casas del barrio viejo con sus intrincados balcones de hierro forjado nos acompañaban en nuestro camino. Finalmente, llegamos al Café Louvre, como si el tiempo se hubiera detenido detrás del reloj.
Entramos en el Café Louvre y pedimos dos tazas de café vienés con panqueques de fresas y crema batida. Mientras saboreábamos el dulce aroma del café, le conté sobre la historia del lugar y los notables personajes que solían frecuentarlo en el siglo XX. El Café Louvre era un centro de reunión de círculos literarios e intelectuales, como Franz Kafka, Karel Capek, Sigmund Freud, Albert Einstein, Franz Werfel y Robert Musil.
María Kodama escuchaba atentamente, y me di cuenta de que quería impresionarla con mis conocimientos del lugar, sobre lo que quizás ya conocía. De repente, me sorprendió al preguntarme cuál era mi cuento favorito de Borges, y en un instante, me quedé en silencio, cautivo por la duda de defraudarla con mi respuesta, así que la miré con cierta timidez para evitar cometer algún exabrupto y finalmente le respondí que era "El inmortal". Ella me miró con una sonrisa en el rostro y comentó que ese también era el preferido de Borges, como si hubiera encontrado una conexión especial entre nosotros a través de nuestra admiración por la obra del escritor.
La experiencia de compartir varios encuentros con María Kodama en Praga dejó en mí un grato recuerdo para toda la vida. Me hizo reflexionar sobre cómo la simple intención de conectarnos con alguien a través de la literatura puede abrirnos la puerta a un mundo de descubrimientos que nos une más allá de la distancia y nos conecta con experiencias y emociones universales. Quiero expresar mi agradecimiento a María y desearle que Dios la tenga en el parnaso, ese hogar de las musas donde los poetas y artistas viven para siempre.