Título original: La bachata de Biónico. Año: 2025. Género: Comedia. País: República Dominicana. Dirección: Yoel Morales. Guion: Yoel Morales, Cristian Mojica. Elenco: Manuel Raposo, María Tavárez, Ana Minier, Donis Taveras, Inés Fermín, Yasser Michelén. Duración: 1 hora 20 minutos
La bachata de Biónico, dirigida por Yoel Morales (Azul Magia, 2017), se erige como una pieza singular dentro del cine contemporáneo dominicano al conjugar elementos del melodrama urbano, la sátira social y la estética de cómic con una narrativa que oscila entre el realismo sucio y el relato hiperrealista.
Todo comienza con ese personaje de Biónico (Manuel Raposo) cayendo desde los cielos para aplastarse contra el suelo, suceso que marca inmediatamente la fábula. Cae como esa Alicia descendiendo a través de ese agujero hacia un mundo mágico y regido por otras leyes.
El mundo al cual se enfrenta Biónico es el urbano interpretativo, construido por esas mismas leyes que Yoel y Cristian Mojica, a través del guion, recurren a una estructura que remite a la lógica de las historietas populares, pero que se organiza en torno a un eje central: la odisea de su protagonista, un joven adicto al crack, que busca constantemente a su amor, -cristalizado en La Flaca-, una joven que se encuentra en rehabilitación y de la cual está perdidamente enamorado.
Esta “love story” evita la linealidad clásica, permite al filme jugar con distintos registros temporales y emocionales, ampliando así su potencial simbólico. El personaje de Biónico intenta abrirse paso dentro de un barrio marcado por sueños, violencia y desigualdad, encarnando una figura muy presente en cinematografías periféricas desarrollado a través de una especie de neorrealismo o cine marginal brasileño (por ejemplo, en Ciudad de Dios de Fernando Meirelles).
Sin embargo, Morales dota a su protagonista de una dimensión alegórica profundamente dominicana, lo reviste de esos códigos de “tiguere” apasionado de su entorno, un contexto que lo ha lustrado hasta ser lo que es. Lejos de ser un simple artificio para la pura narrativa, funciona como metáfora de la precariedad y la resistencia del cuerpo social.
La estructura de la película responde a una lógica coral que permite el desarrollo de múltiples personajes secundarios como el de Calvita (El Napo), La Flaca (Ana Minier), El Ingeniero (Donis Taveras), Andrés (Yasser Michelén) o El Águila (Héctor Sierra), una especie de Parca caribeño que se lleva los cuerpos de todos aquellos que sucumben al peso del destino.
Pero es el trabajo de Manuel Raposo que le imprime esa fuerza a la narrativa y a los embates de un personaje que acompaña a la audiencia a mostrar su vida y sin importar las consecuencias. Raposo, un actor camaleónico sin reservas, quien brilla siempre en pantalla, busca siempre la manera de que sus personajes tengan ese toque de humanidad, perfilando un carácter que lo lleva más allá de la pura interpretación.
En La bachata de Biónico todos los personajes no sólo funcionan como complementos dramáticos, sino como dispositivos narrativos que subrayan la imposibilidad de la individualidad en contextos de marginación extrema.
Desde el punto de vista visual, Morales apuesta por una estética híbrida que mezcla el hiperrealismo con elementos estilizados que bordean lo fantástico. La fotografía de Alexander Viola se caracteriza por una paleta cromática saturada con predominio de los rojos, azules y neones que evocan tanto el mundo del cómic como el cine de barrio.
Esta estilización visual remite a propuestas de cineastas como Nicolas Winding Refn (Drive, Only God Forgives) o incluso a la poética visual de Gaspar Noé (Enter the Void, Climax), pero adaptadas a un contexto caribeño donde los colores y la música de lo urbano es una forma de narrar el deseo, la frustración y la memoria como bien lo expresa el trabajo musical de Pablo Alcántara (Mediopicky) para esta película, integrando la banda sonora como una capa más del discurso cinematográfico.
Otro aspecto relevante del filme es su uso de esa heterogeneidad, esa mezcla de elementos de diversas naturalezas en un todo, esa mixtura de cine dentro del cine motivado por el periplo, a través del desarrollo de un documental sobre la figura de Biónico, de evidenciar esas andanzas del protagonista.
Morales explora el potencial narrativo hasta su máxima expresión tratando de vaciarlo todo en un solo frasco, inscribiéndose en una tradición de cine que podría llamarse de resistencia cultural. Su puesta en escena evita el didactismo o el naturalismo plano para construir una alegoría social donde todo queda encajado a un espacio de confrontación.
En el contexto del cine dominicano, la obra de este director representa una posible ruptura y una apuesta que se atreve a experimentar con formas narrativas y visuales menos convencionales, sumándose a una corriente emergente de cineastas dominicanos que apuestan por el riesgo estético y el comentario social, dejando establecido una nueva manera de mirar lo popular, lo urbano y lo marginal.
Este drama simbiótico es un retrato poético y doloroso de la marginalidad dominicana en lucha, un ejercicio desde lo estético y una muestra de que el cine caribeño puede dialogar con las grandes tendencias del cine global sin perder su identidad local.
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