
Incertidumbre, rabia, tristeza o impotencia.
Desde el momento en que se conocieron las nuevas medidas migratorias anunciadas por el presidente de Estados Unidos Donald Trump, mis redes sociales y grupos de WhatsApp, que comparto con muchos venezolanos tras una década trabajando como corresponsal en Caracas, se llenaron de indignación por la medida, junto con miles de preguntas.
En la nueva normativa, que entrará en vigor a partir del 9 de junio, se prohíbe o restringe la entrada a ciudadanos de varios países, entre ellos, Cuba y Venezuela.
Esto cayó como una losa, otra más, sobre la comunidad venezolana.
Muchos creen que las autoridades migratorias pueden actuar "de modo discrecional" y "no dejar entrar a venezolanos".
El gobierno de Venezuela respondió rápidamente a la medida.
El ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Diosdado Cabello, aseguró que "estar en EE.UU. es un gran riesgo para cualquier persona, no solo para los venezolanos".
"Quienes gobiernan EE.UU. es gente mala, es el fascismo, son los supremacistas, los que se creen dueños del mundo. Y persiguen a nuestra gente, y persiguen a nuestro pueblo sin ninguna razón", aseguró.
La medida ha generado enormes dudas y una mayor sensación de inseguridad para los venezolanos que esperaban ir a Estados Unidos, la mayoría para reencontrarse con amigos y familiares, pero también a los que viven dentro.
"Esto nos estigmatiza más"
"Te juro que leo y leo y no me queda claro si esto es para todo el mundo, solo los que no tienen visa de turismo o qué", me cuenta una amiga cuya familia ya se ha visto afectada con las restricciones anteriores de Trump para los venezolanos con TPS dentro de Estados Unidos.
Un sentimiento común es que creen que esta medida los estigmatiza aún más.
"Hemos pasado de ser un país poderoso a ser lo más bajo de lo más bajo. No somos delincuentes. Qué golpe es esta medida. Es horrible. Nada me sorprende, pero cada día se cruza una nueva línea", me dice un amigo venezolano que abandonó su país hace ocho años.

"La medida me duele en el alma. El país me duele. Estoy destrozada", me escribe otra amiga venezolana que vive en España.
ACNUR, la agencia de la ONU para los Refugiados, estima que unas 7,89 millones de personas emigraron de Venezuela durante la última década, el mayor éxodo en la historia de la región, fruto de una combinación de factores políticos, económicos y sociales.
La Administración Trump alegó que Venezuela "carece de una autoridad central competente o cooperativa para la emisión de pasaportes o documentos civiles, y no cuenta con medidas adecuadas de selección e investigación (de solicitantes de visados)", además de que "se ha negado históricamente a aceptar el regreso de sus nacionales sujetos a deportación".
Son muchos los venezolanos que creen que la medida no afecta en nada al presidente venezolano Nicolás Maduro y sí a los ciudadanos.
"Que el gobierno de Estados Unidos prohíba el ingreso de venezolanos con visas legales, no solo es injusto, es profundamente incoherente (…) muchos venezolanos han debido emigrar precisamente porque sus derechos y libertades fueron arrebatados por el régimen que este mismo gobierno dice combatir. Castigar a las víctimas mientras se condena a sus victimarios es una contradicción moral", escribía la periodista venezolana Alejandra Oraá, residente en Estados Unidos, en su cuenta de X.
"Muchos de los afectados son jóvenes con becas, familias que visitan a sus seres queridos o personas que solo quieren estudiar, trabajar o conocer otro país. Es indignante que se utilice la narrativa de la seguridad nacional y aún más doloroso que se haga bajo la excusa de "corregir fallas del sistema", proseguía.
"Atrapada y sin real"
Caque Armas vive en México hace años y tiene nacionalidad mexicana desde 2018. Al entrar en ese supuesto de doble nacionalidad puede ingresar a Estados Unidos, por ahora, sin problemas.
Pero esto le afecta tangencialmente, me dice.
"Mis padres, que viven en Venezuela, no podrán ir a visitar a mi hermana que vive en Miami", me cuenta.

Conseguir una visa para Estados Unidos viviendo en Venezuela no solo es una inversión económica grande, también de tiempo. Porque desde marzo de 2019 el país norteamericano anunció el cese temporal de sus operaciones en Caracas, así como el retiro de su personal diplomático. Por lo que, para tener una visa los venezolanos debían desplazarse a un tercer país.
Es el caso de varios familiares de Armas.
"Tengo tres tíos que viven en Venezuela que este año hicieron el gasto y el malabar de ir a Uruguay a sacar sus visas para poder ir a Estados Unidos a visitar a sus familiares. Ahora se quedaron con una visa carísima e inútil estampada", relata.
Más que el costo monetario, es el emocional el que todos a los que pregunto me dicen sentir más pesado.
Otra tía, me dice Caque, sí pudo sacar su visa y llegar a Miami de visita tras siete años sin ver a su hija y nietos. "Ya le toca regresarse con la sensación de no saber cuándo podrá volver a verlos", añade.
Desde París, Nagui Correa, que tiene visa aprobada desde 2023, me dice cómo le afectó el saber la medida esta mañana al despertar: "Para mí ha sido horrible, he llorado muchísimo porque me costó muchísimo dinero y tiempo poder acceder a la visa para poder reencontrarme con mi familia y que ya no sirva de nada".
Correa vio a su sobrina cuando tenía 8 años y pudo volver a verla con17. A su sobrino no lo conoció hasta que tuvo 4 años.
"Mi plan era volver de visita este año, pero nunca quedarme. A quienes le afecta esta medida es a gente como nosotros. Tenemos más de 25 años pagando las consecuencias de una política exterior y una diplomacia pobre, indolente y cómplice", me explica.
Ana (nombre ficticio) estaba a las puertas de viajar a Estados Unidos desde Venezuela para reencontrarse con un grupo de amigos. Pensaba viajar la semana que viene.
"Estoy atrapada en mi propio país y sin real", contó en el chat grupal.

El resto del grupo decidió no reunirse. "Teníamos mucha ilusión por esta reunión. Pero ahora no nos juntaremos. Nadie tiene alma para hacer este reencuentro", me explica por nota de voz, desde Estados Unidos, Ciro, uno de los integrantes.
Otra de las sensaciones que se repite es la de que, con esta medida, "pagan justos por pecadores" y el sentimiento de que no importa quién seas, qué hayas hecho, qué visa tengas, porque nadie está salvo.
"Mi perfil está muy lejos de ser alguien que va a ir a dañar su país", dice Correa, para a continuación detallar su extenso currículo: ingeniera de producción de la Universidad Simón Bolívar, trabaja en desarrollo de software desde hace años, acaba de terminar una diplomatura en lengua francesa en París y está en gestiones para hacer un Master en Big Data en España.
"Nadie puede pensar que está a salvo porque es diferente. En algún momento te va a caer el golpe", dice Ciro, que tiene pasaporte estadounidense pero, remarca, "ahí pone que nací en Caracas, Venezuela. Y los que estamos así, entramos y salimos del país con temor".
Desde dentro de Estados Unidos hay quienes me dicen que se plantean no salir por si no les dejan volver a entrar, a pesar de tener visas en orden. Otros me cuentan que lo peor es que familiares y amigos ya nos los podrán ver. Al menos no en suelo estadounidense.
Caque lo resume: "Duele pensar en la cantidad de familias y vidas que esta medida está jodiendo".

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