
México tiene, otra vez, un partido hegemónico.
Las elecciones de jueces y magistrados celebradas el 1 de junio terminaron de atestiguar algo que, desde 2018, se comenta cada vez más: el Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, controla todo.
El partido fundado por Andrés Manuel López Obrador, AMLO, tiene la presidencia con Claudia Sheinbaum, controla el Congreso con mayorías absolutas en ambas cámaras, tiene 24 de las 32 gobernaciones y, ahora también, domina la Justicia, tras unas elecciones en las que participó solo un 13% del electorado, o lo que muchos ven como la mera militancia partidista del oficialismo.
A esto se añade una serie de leyes de telecomunicaciones y seguridad aprobadas esta semana que dan al Estado amplios poderes de acceso a sistemas públicos y privados de comunicación y financieros.
Mucho de esto suena familiar para muchos mexicanos: la última vez que un movimiento tuvo semejante poder fue el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, que de distintas maneras gobernó al país entre 1917 y 2000 bajo los principios de la Revolución Mexicana (1910-1917).
Por eso es que la expresión "partido hegemónico" es de fácil recordación en México, y para muchos, más que una descripción, es una alusión despectiva a las facetas autoritarias, corruptas y clientelares del partido famosamente calificado por Mario Vargas Llosa como "la dictadura perfecta".
Los líderes y simpatizantes de Morena, sin embargo, no aceptan esta comparación, en parte porque el PRI aún existe, y es pieza de una cada vez más débil oposición; y en parte, también, porque contrario a "autoritarios" se ven a sí mismos como un "movimiento popular humanista".
Uno que, en efecto, goza de enorme aceptación entre los mexicanos, como se demostró en las elecciones de 2024, cuando Sheinbaum le ganó por 30 puntos porcentuales a su contrincante; y como se demuestra todavía, con ese 80% de apoyo que registra la presidenta en las encuestas y la hace una de las mandatarias más populares del mundo.
"No hay nada que se parezca de Morena a aquello", dijo Sheinbaum en mayo. "Porque el PRI era un partido corporativo; las organizaciones obreras, empresariales, campesinas participaban en el partido de Estado; y en este caso no, Morena tiene una afiliación individual".
Luego agregó: "De todas maneras, es importante decir que no caigamos en una historia que no fue buena".
En esa declaración, la presidenta hablaba en el contexto de una carta que le envió a la dirigencia de Morena, la cual fue interpretada como un llamado de atención ante la posibilidad de que Morena se parezca al PRI.
En ella, Sheinbaum pidió evitar "el partido de Estado, nuestro partido debe fortalecerse sin caer en corporativismos"; exigió "garantizar la austeridad republicana y la cercanía con el pueblo"; y dijo que "no puede haber colusión con la delincuencia, ni organizada ni de cuello blanco".
Tres facetas, entre otras, que muchos adjudican al PRI. Y que, al parecer, Sheinbaum advierte ante el cada día más poderoso movimiento que lidera.
¿Qué tanto, entonces, se parecen, y cuánto se diferencian?

Diferencias de fondo
Como en toda comparación, vale pena partir de los elementos estructuralmente diferentes: el PRI gobernó por más de 70 años, mientras que Morena lleva apenas 7 en el poder.
Luego está el contexto internacional: el gobierno del PRI, con una política económica principalmente proteccionista, estuvo marcado por la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, mientras que Morena, al menos hasta ahora, se proyecta al mundo desde la estrecha integración económica con Norteamérica.
México, además, es un país muy distinto: hoy tiene 130 millones de habitantes, cifras de pobreza del 35% y analfabetismo del 4%; hace 100 años, en cambio, la población era una décima parte de eso, la pobreza rondaba el 80% y la mitad de la población no sabía leer ni escribir.
Pero, además, lo que hoy se conoce como PRI es en realidad tres cosas: el Partido Nacional Revolucionario, fundado en 1929, el Partido de la Revolución Mexicana, de 1938, y el PRI, que surgió en 1946.
Y aunque entre ellos son distintos, en general el PRI se puede definir como un movimiento basado en el nacionalismo y la justicia social que se convirtió en un sistema político con características concretas: presencia de muchas corrientes, prohibición de la reelección, poco o nulo espacio para la oposición y una aceitada red clientelar, a veces vinculada al crimen organizado, a lo largo del país.
Todo esto les suena a muchos como una descripción, al menos general, del actual partido de gobierno. Pero vamos por partes.

Principios similares, pero ejecución ¿distinta?
Y empecemos por aquello que no genera controversia: los principios.
Tanto Morena como el PRI se definen a sí mismos como movimientos mexicanistas que ponen en el primer renglón de sus prioridades a los más vulnerables.
No es en vano que Morena se considere a sí mismo la Cuarta Transformación de México, es decir, un proceso tan importante como —y en la línea de— la Independencia, las Reformas Liberales del siglo XIX y la Revolución Mexicana.
AMLO, de hecho, fue en sus primeros años militante del PRI, y luego lo fue del PRD (Partido de la Revolución Democrática), que surgió como disidencia del PRI y buscaba reivindicar sus principios originales en contraposición a la corrupción que, durante las últimas décadas del PRI, se extendió como maleza.
Morena, con su doctrina del "humanismo mexicano", de manera indirecta también busca reivindicar esos principios originales del PRI.
En solo 7 años, Morena logró bajar en casi 10 puntos porcentuales la cifra de pobreza, quizá el elemento que más explica su popularidad.
Y el PRI, sobre todo en los años 60 y 70, también se jactaba de reducir la pobreza.
Pero, en cualquier caso, los críticos alegan que ambos movimientos dicen priorizar a los pobres, y lanzan políticas parciales para atenderlos, pero que, en el fondo, la situación de la gente sigue siendo difícil, no solo por sus ingresos insuficientes, sino por la calidad de la salud pública y la seguridad.
"Salvo la dispersión de ayudas sociales directamente en efectivo, tanto el PRI como Morena se han quedado muy lejos de sus promesas igualadoras", dice Salvador Camarena, un veterano periodista y ensayista mexicano.
Y añade: "Lo que más me preocuparía del parecido con el PRI es que muy pronto terminen convirtiéndose en lo que sí era el PRI: un grupo ensimismado en donde el discurso es la justicia social, pero la realidad es la justicia para mis compadres y la pretensión de eternizarse en el poder".

El talante democrático
Otro de los principios que parecen igualar al PRI y a Morena es, en palabras de Camarena, "la manía de hacer de la cita electoral un factor de legitimación absoluto".
"El PRI solía escudarse en la puntualidad con que ocurrían las elecciones para negar que eran una dictadura. Había una fachada democrática en la convocatoria a las urnas, pero luego sucedía que ganaban solo ellos", sostiene.
La presidenta Sheinbaum usó las recientes elecciones de jueces —con participación del 13%, nula presencia de la oposición e impugnadas por casi 200 supuestas irregularidades— como evidencia de que "México es el país más democrático del mundo".
Para Lisandro Devoto, doctor en ciencia política, cuando se trata del talante democrático, una diferencia sustancial es que Morena surgió dentro del marco de la competencia, mientras que el PRI brota de la victoria en una guerra civil tras la Revolución.
"Morena, a diferencia del PRI, surge en un sistema de partidos competitivo, pero se hace grande en el momento menos competitivo de ese sistema", asegura.
"Es en el poder donde Morena se empieza a parecer al PRI —añade—, porque coincide con una crisis en la oposición que deja un vacío y le da suelo fértil para captar y cooptar espacios convirtiéndose en una coalición que lo abraza a todo".

"Se empieza a parecer"
Fidel Velázquez Sánchez, el famoso líder de la Confederación de Trabajadores de México durante 50 años, una pieza clave de la estructura de poder el PRI, solía afirmar que "el que se mueve no sale en la foto", aludiendo a que solo se podía ser del sistema político como parte del PRI.
Azul Aguiar, una politóloga experta en procesos de democratización, opina que "en Morena estamos empezando a ver esa cultura del transfuguismo que hace que todos, no solo políticos sino también universidades, centros de investigación, medios de comunicación, buscan ser parte del andamiaje del partido con tal de tener un espacio dentro de la esfera política".
Y añade: "El PRI tenía una Constitución, pero lo que importaba era la informalidad fundamentada en la ausencia de una oposición. Esto generó un escenario muy similar al que vamos a empezar a vivir ahora: el partido controla todas las instituciones del Estado, sin contrapesos, a pesar de las garantías que están escritas".
Devoto recuerda que antes de que Morena se acreditara como partido, en 2015, ya había políticos que, más allá de su ideología, se adherían a sus filas en vista de su crecimiento.
"Mucha gente ve ser parte de Morena como la única forma de hacerse político", explica.

La figura del caudillo y el papel de los militares
Los expertos consultados coinciden en que una clara diferencia entre el PRI y Morena es la figura del líder carismático.
A pesar de que en sus primeros años postrevolucionarios el PRI fue liderado por caudillos de gran popularidad, con el tiempo se fue convirtiendo en un partido de Estado que privilegiaba la institución frente a la emergencia de líderes.
"Morena no tiene, al menos por ahora, ese carácter institucional", dice Camarena. "Aquí sí tenemos un caudillo y lo tenemos por vía doble. Lo tenemos en su persona (AMLO) y lo tenemos en su hijo (Andrés Manuel López Beltrán, secretario de organización de Morena)".
Devoto coincide: "El PRI termina siendo un sistema que funcionaba independientemente de sus piezas, pero Morena todavía no muestra eso y vamos a ver cómo es que va a sobrevivir sin AMLO".

La vieja y la nueva violencia: ¿fuente de hegemonía?
Tanto el PRI como Morena llegaron al poder en medio de una emergencia de seguridad: el PRI durante los conflictos postrevolucionarios y Morena cuando los carteles del narcotráfico se han convertido en corporaciones multinacionales con influencia política y económica.
Algunos analistas creen que eso explica la vocación hegemónica de los partidos que triunfan en México, porque, cuando se tiene como vecino a un país —Estados Unidos— con poder de presión en el frente de seguridad, la emergencia de un partido poderoso parece la única manera de tener el poder necesario para contener la violencia.
Por eso, una de las incógnitas abiertas en esta comparación es si Morena terminará usando a los militares de la forma como lo hizo el PRI.
El PRI, en el papel, le fue restando protagonismo a los militares que heredaron de la revolución, pero usó el brazo armado del Estado para reprimir a la disidencia en medio de la persecución anticomunista alentada por Washington.
La llamada "guerra sucia" mexicana es una de las heridas más hondas que dejó el régimen priísta.
Y muchos se preguntan qué hará Morena al respecto, no solo ante la condena e investigación de esos hechos, sino ante el rol protagónico que les ha dado a los militares, que ahora manejan aeropuertos, obras de infraestructura y la migración.
Camarena advierte: "Si Morena no quiere ser el PRI, tiene que dar verdad y justicia a los crímenes del pasado, y con ese espejo tratar de evitar caer en la ilusión de que se puede tener democracia y convivencia con el crimen organizado".
En eso parece compartir la preocupación que Sheinbaum manifestó en su famosa carta.


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