
Han pasado 20 años desde los atentados de Londres de 2005, pero el rostro del principal terrorista suicida, Mohammad Sidique Khan, nunca ha abandonado la memoria de Dan Biddle.
Hoy lo siente tan real como el día en que se miraron a los ojos.
"Puedo estar en la cocina y él de pie en el jardín", asegura Biddle, quien padece un complejo trastorno de estrés postraumático.
"Está ahí, vestido como aquel día, sujetando la mochila, con la mano encima, a punto de detonarla de nuevo".
Aunque Biddle desvíe la mirada, el terrorista sigue ahí cuando vuelve a mirar.
"Vi a este tipo desmontándose literalmente delante de mí y ahora lo estoy viendo de nuevo".
Advertencia: Este artículo contiene detalles que algunos lectores pueden encontrar perturbadores.

Biddle estaba muy cerca de Khan en un tren de la línea Circle del metro de Londres, durante la hora pico del 7 de julio de 2005. Cómo sobrevivió es casi inexplicable.
"Al salir de la estación de Edgware Road, sentí que alguien me observaba. Estaba a punto de darme la vuelta y preguntar: '¿Qué miras?', y lo vi meter la mano en la bolsa", cuenta.
"Y entonces hubo un destello blanco brillante, un calor como nunca antes había experimentado".
Khan había detonado una bomba casera, fabricada con una fórmula química ideada por Al Qaeda, que llevaba en su mochila.
El artefacto mató a David Foulkes, de 22 años, Jennifer Nicholson, de 24, Laura Webb, de 29, Jonathan Downey, de 34, Colin Morley y Michael Brewster, ambos de 52 años.
En total, 52 personas murieron ese día por cuatro bombas detonadas por extremistas islámicos. Otras 770 resultaron heridas.

Biddle salió disparado del tren, impactó contra la pared del túnel y cayó en el espacio entre la pared del túnel y la vía.
Sus heridas fueron catastróficas. La bomba le voló la pierna izquierda. La derecha quedó cercenada desde la rodilla. Sufrió quemaduras de segundo y tercer grado en brazos, manos y rostro. Perdió el ojo izquierdo y también la audición de ese lado.
Sufrió una laceración masiva en la frente. Un poste de las conexiones internas del tren se le clavó en el cuerpo y sufrió perforaciones y rupturas en los riñones, pulmones, colon e intestino. Posteriormente, perdió el bazo.
Biddle fue la víctima más gravemente herida de los ataques que logró sobrevivir. Y permaneció consciente en todo momento.
Inicialmente pensó que el destello blanco era una explosión eléctrica.
Le habían caído escombros encima y sus brazos y manos estaban en llamas. Podía ver las llamas parpadeando. "Inmediatamente después de la explosión, se oyó caer un alfiler. Fue casi como si todos hubieran respirado hondo", dice Biddle. "Y entonces fue como abrir las puertas del infierno. Gritos como nunca antes los había oído".

Biddle pudo ver algunos de los muertos. Cuanto intentó levantarse de entre los escombros, se dio cuenta de la profusa hemorragia.
"La sensación inicial fue de total incredulidad. Pensó: '¡Dios mío, esto es solo una pesadilla!’".
Biddle pensó inmediatamente en su padre y en lo insoportable que era para él presenciar esto.
"Mi padre no puede ser de los que entran en una morgue y dicen: 'Sí, es mi hijo’", asegura Biddle. "No podía soportar esa idea".
No creía que pudiera salir del túnel. Pero la voluntad de sobrevivir lo invadió instintivamente y gritó pidiendo ayuda.
La primera persona en responder fue su compañero de viaje, Adrian Heili, quien había servido como médico de combate durante la guerra de Kosovo. Si hubiera sido cualquier otra persona, Biddle cree que habría muerto.
"Lo primero que me dijo fue: 'No te preocupes, ya he estado en esta situación y nunca he perdido a nadie’". Y yo pensaba: '¿Cómo es posible que hayas pasado por esto antes?’".
"Y entonces me dijo: 'No te voy a mentir. Esto va a doler de verdad’".
Heili le aplicó un torniquete y le cerró la arteria del muslo a Biddle para evitar que se desangrara. La vida de Biddle estaba literalmente en sus manos hasta que los paramédicos pudieron llegar media hora después.
Heili ayudó a muchos más en las horas siguientes y en 2009 recibió la Condecoración de la Reina al Valor.

El trauma de Biddle estaba lejos de terminar. Lo llevaron al Hospital St Mary’s, donde sufrió paros cardíacos repetidos. En un momento dado, un cirujano tuvo que masajearle manualmente el corazón para devolverle la vida.
Le administraron 87 unidades de sangre.
"Creo que todos llevamos dentro ese deseo fundamental de vivir. Muy pocas personas llegan a verse en situaciones en las que (ese deseo) se requiere".
"Mi sobrevivencia se debe a Adrian, a la fenomenal atención y a la brillantez del NHS y de mi esposa".
La sobrevivencia física era una cosa. Pero el impacto en la salud mental de Biddle era otra.
Tras ocho semanas en coma inducido, Biddle emprendió un viaje de un año para salir del hospital, y se dio cuenta de que tendría que desenvolverse en el mundo exterior de otra manera.
Sus noches se consumían en una tortura mental.

Le aterraba tener que cerrar los ojos y dormirse, porque se encontraría de nuevo en el túnel.
"Me despierto y [el terrorista] está a mi lado", dice Biddle. "Yo conducía, él estaba en el asiento trasero de mi auto. Miro el escaparate y veo su reflejo, al otro lado de la calle".
Esos flashbacks le han provocado lo que Biddle describe como la culpa del sobreviviente.
"He repetido ese momento un millón de veces. ¿Hubo algo en mí que lo impulsó a hacerlo? ¿Debería haber visto algo en él y luego haber intentado detenerlo?".
En 2013, Biddle había tocado fondo. Intentó suicidarse tres veces.
Pero también había iniciado una relación con su actual esposa, Gem, y este fue un punto de inflexión crucial. En la siguiente oportunidad en la que estuvo a punto de suicidarse, fue el rostro de Gem lo que vio cuando cerró los ojos y se dio cuenta de que si terminaba con su propia vida, le causaría un trauma terrible.

Gem convenció a su esposo para que se hiciera una evaluación de salud mental y comenzó a recibir la ayuda experta que necesitaba.
En 2014, como parte de su terapia y de los intentos por controlar su condición, aceptó hacer algo que creía que nunca haría: regresar a Edgware Road.
Cuando llegó el día, Biddle se sentó afuera de la estación, experimentando recuerdos y escuchando de nuevo los sonidos del 7 de julio: gritos, alaridos y sirenas.
Él y Gem siguieron adelante. Al entrar en la taquilla, hubo más recuerdos.
El jefe de estación y el personal lo esperaban y le preguntaron si quería bajar al andén. Biddle dijo que era demasiado. Gem insistió en que fueran todos juntos.
Al llegar al andén, llegó un tren. Biddle empezó a sentirse mal. Pero el tren siguió su camino sin incidentes, y cuando llegó un tercer tren, se armó de valor para subir.
"Me sentía fatal. Sudaba. Ella lloraba. Estaba tenso, esperando una explosión. Esperaba que ese calor y esa presión me golpearan.
Y entonces el tren se detuvo en el punto del túnel donde había estallado la bomba, un acuerdo entre el maquinista y el jefe de estación.
"Detuvieron el tren justo donde yo estaba tumbado. Recuerdo mirar al suelo y fue una sensación muy extraña: saber que mi vida realmente había terminado allí".

Mientras el tren arrancaba, algo dentro de Biddle lo impulsaba a bajarse en la siguiente estación y seguir adelante con su vida.
"Voy a irme de la estación, voy a hacer lo que tenga que hacer hoy y luego me casaré con esta mujer increíble y hermosa", dijo en aquel momento. Se casaron al año siguiente.
Once años después, Dan se siente impulsado a hacer algo positivo con su vida.
Ahora dirige su propia empresa, que ayuda a personas con discapacidad a encontrar trabajo, una trayectoria profesional que tal vez nunca habría emprendido de no haber sido por la bomba.
Todavía tiene recuerdos y días malos, pero encuentra maneras de gestionarlos y publicó un libro sobre lo que ha vivido, bajo el título "Back From The Dead: The Untold Story Of the 7/7 Bombings" (De regreso de la muerte: La historia no contada de los atentados del 7/7.
"Tengo mucha suerte de seguir vivo. He pagado un precio inmenso, enorme. Seguiré luchando cada día para asegurarme de que él y sus acciones nunca ganen".

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