Pierina Pighi Bel pidiendo un autógrafo a Mario Vargas Llosa

Pierina Pighi Bel
Pierina Pighi Bel pidiendo un autógrafo a Mario Vargas Llosa

El diario limeño en el que empecé a trabajar como periodista en 2012 tenía una biblioteca pequeña, pero bien provista de clásicos y otras obras, así que además de trabajar, aprovechaba a pedir libros y a leer.

En diciembre de ese año, el bibliotecario me había prestado "Pantaleón y las visitadoras", una de las novelas de Mario Vargas Llosa. Como todos los libros de esa época, lo leía en cualquier momento en la redacción, antes de dormir y en mis apretados trayectos en bus de mi casa al trabajo y viceversa.

Los libros de Vargas Llosa siempre habían logrado que situaciones peruanas ruidosas, riesgosas, como el tráfico limeño, me parecieran más "literarias", que se me presentaran como grandes episodios novelescos.

Un jueves de ese diciembre, en el que yo aún seguía leyendo "Pantaleón…", un amigo del diario me dijo que Vargas Llosa se presentaba ese mismo día en un conversatorio gratuito en la Embajada de Brasil en Lima y me propuso que fuéramos después de nuestra jornada en la redacción.

Yo era fan de Vargas Llosa (¿quién no?) desde hacía años, principalmente por influencia de mi abuela, con quien hablaba mucho de la vida, libros y telenovelas.

Ella me había prestado varias obras del autor. En su casa había leído "Conversación en la Catedral", ambientada en la dictadura de Manuel Odría, en el Perú de los años 50.

Mientras la leía, solía preguntarle a mi abuela qué recordaba ella de los personajes del libro, basados en algunas personas reales, como el siniestro ministro Cayo Mierda.

Esta novela, considerada una de sus obras maestras, y "El pez en el agua" eran como manuales para una periodista joven como yo en esos años, sobre cómo operaban la corrupción, el poder y la política en Perú.

Mi abuela me había prestado también "La casa verde", donde encontré el mejor nombre de personaje que puedo recordar de todos los libros que he leído: el de la monja llamada "Madre Patrocinio"; "La ciudad y los perros", que me mostró posibilidades narrativas que yo no había visto hasta aquel momento; y el "Elogio de la madrastra", sobre la atracción entre Lucrecia y Fonchito, el hijo menor de edad de su esposo Rigoberto.

Mi abuela solía recordar en las sobremesas cómo durante la campaña presidencial de 1990, Alberto Fujimori había usado esta novela para desacreditar a Vargas Llosa ante una conservadora ("cucufata", decía ella) sociedad peruana.

libros de Vargas Llosa

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"Conversación en la catedral" y "El pez en el agua" eran como manuales para una periodista joven como yo en esos años

El escritor y sus libros eran un motivo más de conversación con mi abuela, una manera de mirar al Perú, su historia y su actualidad, con más colores, con anteojos más precisos, con humor y crítica al mismo tiempo.

Así que en diciembre de 2012, acepté sin dudar la propuesta de mi amigo para verlo gratis. Era además una oportunidad de pedirle un autógrafo y, con suerte, de hacerle alguna pregunta.

Ya había intentado conseguir su firma un año antes, en 2011, cuando hacía unas prácticas preprofesionales en un periódico de Madrid. Me enteré que Vargas Llosa estaría autografiando libros en el Parque del Retiro, un sábado o un domingo.

Apenas meses antes había recibido el Premio Nobel, así que pese a que llegué muy temprano, la cola ya era interminable. Pero me quedé igual, no perdía nada con intentar alcanzarlo. Hasta que en un momento se me ocurrió lo que, según yo, era una idea genial.

Definitivamente debía haber peruanos en la fila. Me salí de mi sitio y empecé a avanzar por un lado de la cola para buscarlos, para identificarlos por el acento.

Encontré a un grupo de compatriotas, mucho mejor ubicados de lo que yo había estado, y empecé a hacerles conversación, como para llegar al punto de familiaridad necesaria en el que yo pudiera pedirles que me "colaran" o en el que pudieran ofrecerme un espacio con ellos.

No recuerdo qué sucedió primero, pero acabé haciendo la cola delante del grupo.

Una señora española que estaba mucho más atrás atrás con su perrito, y que probablemente ya no alcanzaría al autor, había visto nuestra pequeña farsa. Cuando estábamos a punto de llegar y parecía que íbamos a hablar con Vargas Llosa, nos delató, gritando delante de todos.

Todavía recuerdo sus palabras: "¡Me parece fatal que os hayáis metido…!". Obviamente, los presentes nos botaron de la cola (con razón) y me fui muy avergonzada del Retiro, pero diciéndome a mí misma que, total, pronto regresaría a Perú, el país de VLL, donde no sería improbable verlo y pedirle un autógrafo.

Ese momento había llegado, esa noche de diciembre de 2012. Pero "Pantaleón…" no era mío ni de mi abuela, quien fácilmente habría aceptado que lo firmara VLL. Era de la biblioteca del periódico donde llevaba menos de un año trabajando.

Con la pesadez del tráfico limeño, iba a ser imposible que saliera de la redacción y fuera a recoger algún libro a mi casa o a comprar uno nuevo y que alcanzara el evento en la Embajada de Brasil.

Vargas Llosa

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Yo era fan de Vargas Llosa desde hacía años, principalmente por influencia de mi abuela

No me quedó más opción. Fui con el libro prestado de la biblioteca y mi amigo y yo llegamos a tiempo.

Luego del conversatorio que Vargas Llosa compartió con la escritora brasileña Nélida Piñón, se armó una cola "pequeña" ―bastante manejable para lo que había enfrentado un año antes en Madrid― y me formé con "Pantaleón…" a esperar mi turno, esta vez de manera honesta, ya sin hacer trampas ―no más que la del libro ajeno― ni arriesgarme al escarnio público.

Cuando me tocó a mí, no pude decirle nada más que mi nombre y me aseguré de abrir la novela en una página en blanco, que no dijera nada de ninguna biblioteca de ningún sitio.

Sabía que el Nobel hubiera desaprobado que me robara un libro o mejor dicho que me lo "cogiera sin permiso". Vargas Llosa firmó, mi amigo nos tomó una foto (ver arriba) y nos fuimos contentos.

Pero aún debía pensar en cómo confesarle al bibliotecario del diario mi "delito".

Días después, compré otro ejemplar de la misma edición, que se veía como nuevo. Fui a contarle al bibliotecario de la "emergencia" inevitable en la que me había visto y que, lamentablemente, ya no podría devolverles su ejemplar porque me lo había firmado Vargas Llosa.

Pero que había conseguido otro igualito para reemplazarlo. El bibliotecario aceptó y, para mi alivio, sin enojarse. Creo que hasta me agarró cariño.

Años después, me sentí conflictuada con la figura de VLL por algunas de sus ideas económicas neoliberales y posturas políticas.

Por ejemplo, por haber votado por Keiko Fujimori en 2021, luego de su conocida oposición a ella y al padre, Alberto Fujimori, y de la abierta crítica de sus crímenes. Pero esas circunstancias de ninguna manera opacan para mí la experiencia de leer y aprender de sus libros.

Recibo la noticia de su muerte con mucha pena. Creo que si no hubiera leído sus cuentos ("Los Jefes"/"Los Cachorros") y sus novelas, me hubiera sido más difícil pensar en cómo cubrir por algunos años la crisis en la que Perú lleva sumido tanto tiempo.

Pero sobre todo, las historias tan poderosas de VLL, en alguna medida me motivaron a escribir ficción y más de una vez he dejado mis trabajos ―con mejores o peores resultados― para hacerlo.

Cuando me enteré de su partida, estaba preparando un correo para mandar una propuesta de manuscrito. No pude seguir haciéndolo.

El día que se muere Vargas Llosa, ¿cómo voy a estar mandando un manuscrito? No solo yo, todas las editoriales, deberíamos estar de duelo, guardar unos días de respeto (aunque las que ofrezcan sus libros en sus catálogos aumentarán sus ventas, seguro).

Me siento mal por tener pendientes aún algunas de sus novelas, como si no haberlas leído equivaliera a no haber estado preparada para que se nos fuera, para despedirlo.

Leerlas ahora va a ser un poco triste. No va a ser igual que terminarlas considerando la remota posibilidad de encontrarlo otra vez y pedirle otro autógrafo, idealmente con la conciencia tranquila, ya sin saltarme ninguna cola ni robarme ningún libro.

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BBC

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