Vera Iaconelli.

Renato Parada/Archivo personal
"Bajar las expectativas, dejar de lado las ideas idealizadas, la fantasía de que es un momento en el que todo sale bien", dice Iaconelli sobre las fiestas de fin de año.

"Esto no es una sesión de análisis".

El título del podcast de la psicoanalista y escritora brasileña Vera Iaconelli advierte a sus invitados que el micrófono no será un diván, lo cual, en cierto modo, acaba sucediendo.

El programa, que se estrenó en agosto, comienza con una pregunta que es el hilo conductor de la entrevista: "¿Cuál es tu referencia familiar?". Y, a menudo, la respuesta ocupa gran parte del tiempo del programa.

Para la experta, la familia "no es un grupo de amigos, ni un club que decidió unirse por afinidad", dice a BBC News Brasil. La diversidad —y la falta de afinidades— hace que la convivencia sea un reto.

Pero ahí es precisamente donde reside también la belleza.

"Fíjate en lo interesante que es salir de tu grupito, salir solo de tu grupo de afinidades y ejercitar un poco esa tolerancia a la diferencia", advierte.

Para ello, sin embargo, es necesario bajar las expectativas, especialmente al final del año, con las fiestas y reuniones familiares. Hay que dejar de lado las idealizaciones y "la fantasía de que es un momento en el que todo sale bien".

"La familia sigue siendo la misma, solo que en un momento específico de celebración".

Y precisamente porque la familia de sangre no significa necesariamente afinidades mutuas y, a menudo, el desafío es mayor que el placer de estar juntos, es por lo que están surgiendo tantos otros tipos de familias.

"Vemos diferentes formas de convivencia en las que la premisa es el cuidado y la responsabilidad a lo largo de la vida".

Dos mujeres discuten en la cena de Navidad

Getty Images

Las fiestas de fin de año, en las que se reúnen las familias, son a menudo momentos de tensión. ¿Por qué se generan peleas familiares?

Creo que no siempre, pero es el 100% de los casos (risas). Porque hay algo que tiene que ver precisamente con una fecha, y creo que esas fechas son importantes, no es solo tradición. Es importante que tengamos una fecha en la que nos veamos obligados a detenernos y pensar en ciertas cosas.

Estas fiestas de fin de año son un punto de inflexión en la psicología clínica. Muy a menudo, las personas se enferman, porque es el momento de hacer un cierto balance, una cierta fotografía, un diagnóstico de cómo va la relación con esa familia, en la historia de esa familia, pero también puntualmente.

A veces, tienes una familia que funciona muy bien durante todo el año. Pero entonces muere un ser querido. Y así la Navidad, el Hanukkah o el Día de Acción de Gracias acaba siendo una fecha en la que tendrás que lidiar con esa pérdida.

Los divorcios, las muertes de seres queridos, a veces el nacimiento de alguien, pueden tener un gran impacto, en el buen sentido o no. Hay rupturas. Las polarizaciones políticas cada vez mayores han sido rupturas con las que todavía estamos lidiando.

Es muy importante hablar de la Navidad. No solo porque es una fecha, sino porque creo que es psíquicamente importante, relevante.

Y hay otras cuestiones en Navidad, además de la familia. Está la cuestión del impulso al consumo, que deja más claras las diferencias de clase, la pobreza y la riqueza de un país. Hay una serie de cuestiones.

Una familia conversando en la mesa

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Las reuniones de fin de año pueden dar lugar a desacuerdos entre diferentes puntos de vista, modos de vida y costumbres.

Cuando dices que en la consulta esta época navideña trae consigo cuestiones psíquicas, enfermedades, etc., ¿en un año electoral esto es aún más latente?

Las personas tienen elecciones, deseos, fantasías, sueños, hábitos, costumbres, inclinaciones, pero en la familia se pueden sortear. Así, uno es hincha de un equipo, otro es hincha del otro equipo, uno tiene una religión, el otro tiene otra religión, uno es más conservador, el otro es más liberal.

Tienes estas cosas, y es muy importante que las haya, porque la familia, por su estructura, acaba reuniendo a personas muy diferentes. Eso es bueno, porque es un espacio de reflexión sobre la diferencia.

Es un espacio de tolerancia. Con la polarización, que fue muy, muy explotada por los medios de comunicación, por las redes sociales, muy comercializada, diría incluso, monetizada, el rage bait ["cebo de ira", término para describir las tácticas manipuladoras utilizadas para estimular la participación en línea], la explotación de nuestros afectos.

A partir de ahí, algunas cosas se volvieron irreconciliables, porque las personas, en la decisión política que iban a tomar, iban a crear animosidades insostenibles con algunos miembros de la familia.

Entonces, empezamos a tener un problema muy grave: familias que estaban organizadas, bien o mal, se rompieron para siempre. Ya no se hablan y no volverán a hacerlo, porque, mientras estas posiciones sigan tan enfrentadas, algunas cosas quedaron al descubierto y se volvieron irreconciliables.

¿Y hay algún consejo práctico sobre cómo sobrevivir en este momento?

Uno importante es que trabajamos mucho con la cuestión de los medios de comunicación, la publicidad, las imágenes… Siempre están muy infladas, muy editadas, solo se muestran los mejores momentos. Empieza toda esta historia de sobrevalorar un determinado modelo de familia, o una familia en la que todo se resuelve, en la que solo hay que hablar. Esto asusta a mucha gente.

Les cuesta mucho aceptar lo que es posible, [por ejemplo] "Ah, mi familia puede reunirse, puede almorzar, puede cenar y luego cada uno se va a su rincón, y hemos tenido un momento civilizado en el que hemos mantenido los lazos". Si comparas eso con la familia del anuncio de venta de pavos, quizá te deprimas.

¿Debemos bajar nuestras expectativas entonces?

Bajar las expectativas, eliminar las ideas romantizadas, la fantasía de que es un momento en el que todo sale bien. La familia sigue siendo la misma, solo que en un momento específico de celebración.

Se trata de reducir los daños, de lo que se puede hacer, de lo que es conciliable y lo que no lo es. Hay cosas que no se pueden tolerar. Si siempre es una cena de Navidad violenta en nombre de la familia, es terrible. A veces, es mejor no ir. Te haces un gran favor a ti mismo y a tu familia si denuncias algunas cosas intolerables.

Pero hay pocas cosas que sean realmente intolerables. Tenemos que acudir a estas reuniones sabiendo por qué vamos. ¿Vas para marcar tu posición y demostrar que tienes razón? Es mejor que ni salgas de casa.

La familia se estructura a partir del encuentro de dos personas que, por interés o por amor, deciden vivir juntas y, a partir de ese encuentro, reúnen a grupos que no necesariamente comparten la idea de cada uno de ellos.

Tienes a los parientes de cada uno de los lados que se convertirán en parientes comunes, que eventualmente —no necesariamente, pero eventualmente— tendrán descendencia. Esa descendencia también pensará por sí misma. No es un grupo de amigos o un club que decidió unirse por afinidad. No. Es un grupo que probablemente se unió por la fuerza de una circunstancia de dos personas.

Qué ejercicio tan interesante para salir de tu clubecito, para salir de tu grupo de afinidades y ejercitar un poco esa tolerancia a la diferencia. Pero siempre y cuando entremos con un poco más de humildad y estemos abiertos a lidiar con lo contradictorio.

Una mujer discute con un hombre en una mesa de una reunión familiar

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Las reuniones familiares pueden ser un buen lugar para hacer ejercicio de tolerancia.

Dices que escribir sobre tu padre en tu libro Análise ("Analisis") fue verlo como un hombre, y no solo como tu padre. ¿Conseguiste hacer lo mismo con tu madre?

Creo que sí, en cierta medida. Creo que no es un proceso terminado. Poner a los padres en un lugar de excepción, no enteramente hombre y mujer, sino otra cosa, una especie de entidad, nos tranquiliza profundamente. Mientras están vivos, es como si nunca fuéramos a morir. Porque es como si solo pudiéramos irnos después de ellos. Y ellos han sido, a lo largo de toda nuestra existencia, los garantes de todo.

Por ejemplo, tienes una madre de 80 años que no sabe usar el celular, que no sabe usar la computadora. Puedes enfadarte con ella. ¿Por qué? Porque debería saberlo todo. Son fantasías que reaparecen. Ver cómo enferman nuestros padres, por muy obvio que sea, ver cómo pierden sus capacidades, puede provocar ira, tristeza, depresión. ¿Por qué? Porque es una noticia de que ya no estarán aquí para nosotros.

He recorrido un camino importante al escribir este libro para verlos más como personas falibles y humanas. Pero eso no cierra la cuestión. No hay ningún análisis que ponga fin a nuestras cuestiones. Pero eso me dio la posibilidad de lidiar con lo que es mucho más poderoso en mí que cuando supongo que el otro es mi garante.

Es un proceso. El análisis no acaba con nuestras cuestiones, pero nos da lugares más cómodos para ellas.

Pregunto por la madre, porque la madre está mucho menos humanizada, siempre es madre, nunca mujer. Y una vez hablaste de la madre narcisista diciendo que eso es un juicio moral. ¿Qué les causa a los hijos una madre que se preocupa por su carrera, que se cuida a sí misma, que vive una vida más parecida a la del padre?

Las exigencias para el padre y la madre son un poco diferentes, aunque hay que pensar en cada caso de forma individual. Se supone que la madre, por encima de todo, ama a sus hijos, pone todo en segundo lugar por ellos, su amor es incondicional y, al final, si tiene que elegir entre la carrera y el hijo adulto, si tiene que elegir entre la sexualidad y estar con el hijo, siempre elegirá al hijo.

Del padre no se espera eso. Por el contrario, [se espera] que tenga una carrera profesional, hasta que tenga una sexualidad, pero que sea un garante eterno, en caso de que el hijo necesite precisamente alguna garantía financiera. Son exigencias diferentes para cada figura, pero que ambos, en cualquier momento que lo necesites, acudan en tu ayuda, vengan a garantizar algo.

Pero para las mujeres, el peso es mayor debido a este mito del origen. La mujer sabría de dónde venimos, hacia dónde vamos. La mujer no sabe nada, obviamente, y de ese cuerpo que se ofreció por completo para que podamos existir. Entonces son equívocos diferentes que cobran cuentas diferentes.

¿Quién quiere hoy, por ejemplo, una madre que, al final de su vida, dependa de su hijo para mantenerse? ¿Infeliz porque no pudo realizar sus sueños? Son cuentas que llegan en un momento determinado, que los hijos tampoco quieren hoy en día.

Creo que es muy posible que un niño se sienta orgulloso, y que un hijo se sienta orgulloso toda su vida de la carrera de su madre, del hecho de que ella haya podido pagar sus cuentas.

Una familia posa para una foto grupal alrededor de una mesa

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Los roles de género están muy arraigados en algunas familias tradicionales.

Tienes una campaña en la que defiendes que estar en las redes sociales es un trabajo. ¿Por qué?

No hablo por mí sola cuando digo que las redes sociales son un trabajo. Estamos trabajando para las grandes empresas tecnológicas. Su producto somos nosotros. Estamos trabajando allí y la gente cree que no, que son sociales en el sentido de la vida social, y se privan de la vida social para estar en la red. Es muy importante que dejemos esto claro: las redes sociales son un trabajo, estamos trabajando. Aparte de eso, son absolutamente enfermizas.

Hoy en día, las investigaciones muestran los terribles daños que estas redes tienen sobre nosotros, sobre la psique, por lo que debemos aprender a usarlas. Y la única forma de presionar a las redes es individualmente, con una huelga de redes.

Esto es a nivel individual. Colectivamente, hemos creado grupos que pagan por estar en espacios a los que se entra sin celular. Entras, dejas tu celular, ¿y qué haces allí dentro? Lees, tejes, conversas, bebes, escuchas música. ¿Y por qué funciona? Podrías hacer eso en cualquier lugar, sin pagar nada.

Funciona porque necesitamos hacerlo colectivamente. Si todo el mundo está sin móvil, lo aguanto. Pero si solo yo estoy sin móvil, tengo la sensación de que estoy excluido de algo que está pasando y solo yo no lo sé.

Está lo individual, está lo colectivo y está [la iniciativa] de las empresas, las instituciones, las escuelas, cuando dicen que los niños no pueden entrar con el móvil. Y luego está el Estado imponiendo normas, regulando estas grandes tecnológicas, porque nos hacen mucho daño.

Es como dejar de fumar. Es como cualquier otra compulsión. Solo que ya sabemos que es la adicción más impregnante que tenemos, entre todas las drogas. Incluso porque nadie te dice "Vamos a inhalar, vamos a inhalar cocaína, ¿ya has visto la cocaína hoy?". Nadie hace eso. Pero las redes, tu jefe, tu trabajo, la propia red, tus amigos, siempre están hablando de ellas. Nos estimulan, nos animan a usarlas las veinticuatro horas del día.

No solo libera una gran cantidad de dopamina, que es la fuente de placer que buscamos en las drogas, sino que su uso se fomenta constantemente, y para algunas personas se convierte en algo absolutamente obligatorio. ¿Cómo vas a ser periodista sin estar en contacto con las redes? Eso no existe.

Lo mismo se aplica al uso del móvil en general, ¿no?

Pero ahí tenemos que empezar realmente con una nueva etiqueta, establecer una barrera muy clara sobre la hora de dejar de usarlo. Es llegar a casa y decir "Desde tal hora hasta tal hora no voy a conectarme a internet".

Durante una comida, que la persona levante su celular es feo. No tomes el móvil, el mundo no se va a acabar. Si estás esperando una llamada muy importante, déjalo sonar y contesta solo si suena.

Hay una generación que me parece muy interesante, que está diciendo: "Rechazamos este futuro, no compramos este futuro". Tenemos una idea de progreso que tiene mucho que ver con el consumo, lo cual es muy malo. Hay cosas que tenemos que rechazar. Hay que dar marcha atrás. Hay que hacer las cosas de otra manera. Tenemos que rechazar cosas, decir que no, incluso a los supuestos avances.

Puedes leer la entrevista completa a la psicoanalista Vera Iaconelli en portugués en BBC News Brasil.

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