En la llamada capital de la moda, la apertura de la primera tienda física del gigante del "fast fashion" (moda rápida) Shein ha generado dos frentes: sus clientes y quienes consideran su presencia en Francia diabólica. Pero la polémica va más allá y ha exacerbado una pregunta que trasciende fronteras: ¿Cómo se regula esta industria que es señalada de contaminar y vulnerar derechos humanos?
Latinoamérica se une a la ola de regulación
Latinoamérica se une al movimiento de regulación al "fast fashion" Francia, que fue pionera en la materia al aprobar la ley contra el ultra fast fashion que impacta sobretodo gigantes como Shein o Temu, según Javier Guevara, investigador y analista jurídico de normativas innovadoras, que publica actualizaciones legales junto a la Universidad Externado de Colombia. “La ley francesa del ultra fast fashion fue la que abrió toda esta discusión a nivel mundial, pero las nuevas legislaciones responden a un contexto global donde el sector textil es el que está generando más del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo”, agregó Guevara.
En Latinoamérica se nota un impacto después de que Francia lo hiciera, “porque se comienza a hablar del tema”, indica Guevara, explicando que en Argentina la Cámara de indumentaria trabaja en un proyecto para regular las plataformas de ultra fast fashion, “con propuestas que incluyen todo lo que es la aplicación de impuestos y aranceles buscando proteger a la industria nacional”.
También enumera el caso de Colombia que, aunque reconoce que los esfuerzos han sido más a nivel local, se han anunciado ajustes impositivos para la importación de prendas, buscando frenar el impacto en los productores locales.
En Ecuador, desde junio de 2025, se está buscando aplicar un impuesto de 20 dólares por paquete a las compras de ropa desde el extranjero y en México se aumentaron los aranceles de las importaciones de pequeños paquetes de textiles del 19% al 33.5%, explicó el investigador, agregando que todos son esfuerzos para frenar este fenómeno de consumo masivo.
El jurista destaca a Chile como el país más avanzado de la región en la materia que, además de los aranceles, contempla los textiles en una ley de responsabilidad extendida del productor para reducir los residuos.
En América Latina, el consumo de estas marcas ha tenido un aumento exponencial. Es el caso de Argentina que, en lo que va del año, registró un aumento del 237% en compras vía plataformas digitales como Shein, Temu o Aliexpress, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos.
El papel protagónico de la publicidad
En Colombia, el sector textil ya ha alertado del peligro para su industria, pues consumidoras como Dayana también se han dejado conquistar por los gigantes chinos. “Usualmente suelo comprar en Shein y en Temu, pues la mayoría de mi círculo compra ahí y las veces que he comprado, todo ha salido bien. El tema de reembolsos, también la información cuando es ropa, las tallas, cuando es un objeto. Hay especificaciones muy claras en cuanto al tamaño y las medidas. Entonces me ha aparecido confiable”, indicó la cliente de 23 años.
Ella cuenta que la publicidad de las redes sociales la llevó a acercarse a estas marcas, principalmente en el caso de Temu. Pues dichas plataformas han jugado un papel clave en la transformación del consumo, según encontró Guevara en sus últimas investigaciones. “La llegada masiva de las redes sociales hizo un cambio en el paradigma del consumo que no se veía hace 5 o 10 años; el poder acceder a una red social donde el producto llega muy rápido y muy barato”, señaló el investigador.
Para él, también habría que examinar los contenidos publicitarios de “lo que nos venden como moda o ese aumento de publicidad agresiva sobre lo que es la moda, sobre la necesidad de consumir muchas prendas todo el tiempo, de estar a última moda”.
Olivier Urrutia, delegado general de la Delegación del Comercio Cooperativo en Francia, también destaca la importancia de vigilar estos anuncios, algo que contempla la ley francesa. “Esa ley obliga a las plataformas a respetar unas normativas, como por ejemplo limitar los efectos de la publicidad, pero también obligarlas al respeto de la protección de datos personales de los consumidores”.
La polémica de Shein en Francia
Sin duda, el paso de Francia a intentar regular la industria del ultra fast fashion ha puesto a Shein en el foco, y este ha respondido con una provocación al instalar su primera tienda física en la capital de la moda, estima Pierre Condamine, responsable de campaña de la ONG Les Amis de La Terre (Amigos de la Tierra). “Esta apertura es un intento por parte de Shein de legitimarse, de mostrarse irreprochable. En Francia, Shein ha sido muy criticada por ser una marca que solo opera en línea, que no paga impuestos y que no crea puestos de trabajo y ahora lo que hace Shein es intentar responder a eso. Esto forma parte de una estrategia de comunicación en un momento en el que son objeto de la ley fast fashion, pero es un modelo dañino y es necesario regularlo”, señaló.
Aunque Shein abrió sus puertas en París, en los célebres almacenes BHV a principios de noviembre, aún sigue siendo parte del debate público y su expansión en el resto del país se ha visto frenada. Algunos sectores piden retirarla totalmente, ciertas marcas de lujo han decidido abandonar el edificio negándose a ser sus vecinos, mientras clientes como Manel se alegran de poder comprar en directo: “Yo pido por la página web, es asequible y nos permite ahorrar dinero, pero lo que crea esta polémica es la brecha entre el lujo y lo barato, ellos no quieren que gente como nosotros acceda a esos privilegios”.
Comprar bonito a bajos precios, es la razón principal que dicen tener los clientes tanto de Francia como de Latinoamérica a la hora de dirigirse al gigante Shein, que Mathilde Pousseo, delegada del colectivo francés Ethique sur l’étiquette (Etica en la etiqueta), juzga por sus prácticas laborales. “Shein es realmente el modelo que menos respeta los derechos de los trabajadores a quienes somete a una presión terrible y luego vemos claramente que los precios bajos se traducen en una merma de los derechos de los trabajadores en todos los eslabones de la cadena” indicó.
Para ella, el modelo económico es muy frágil y “está destinado al fracaso, pero también es responsabilidad de las personas tomar conciencia de que lo que compran es malo para la salud. Se trata de productos fabricados esencialmente con hidrocarburos y sabemos lo que hay detrás, como disruptores endocrinos, PFAS y otras sustancias que son realmente perjudiciales para el medio ambiente, pero sobre todo para la salud”, indicó.
Diferentes organizaciones como Public Eye han denunciado abuso laboral de la marca con jornadas de 75 horas semanales, bajos salarios y problemas de seguridad. La precariedad laboral del "fast fashion" no es un secreto, asegura el jurista Guevara, aunque reconoce que es imposible de regular: “muchas veces ni siquiera se sabe de dónde vienen esas prendas, porque lo que hacen esas empresas es hacer unos grandes pedidos que llegan a sus filiales y ellos las redistribuyen. Entonces el rastro es muy difícil de perseguir” señaló.
¿Comprar es un acto político?
Para Urrutia, la polémica de Shein es el pico de un dilema que también es moral en la sociedad actual. “Los consumidores estamos atrapados entre el dilema moral de respetar o no las condiciones de los trabajadores y la calidad de los productos y el medio ambiente, con el poder de compra. Como hay una crisis económica y una bajada del poder adquisitivo, pues la gente tiene que reflexionar sobre si se privilegia el volumen de compra o la responsabilidad de lo que se está comprando, es un dilema que está atrapando cada vez más a las sociedades desarrolladas”, explicó.
El gigante del "fast fashion" lleva la bandera de toda una industria de moda rápida que es acusada de competencia desleal, dañar el medio ambiente, tener prácticas laborales precarias y mucho más. La regulación marca un punto de inflexión, pero como dicen los expertos, es difícil vigilarlo todo y más en un contexto de crisis económica. La decisión final queda entonces en manos de los consumidores, ¿pero es posible comprar como un acto político?
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