El aire entraba por las ventanas mientras Cecilia limpiaba.

Joaquín disfrutaba de la frescura que envolvía la habitación. Todos en la casa caminaban descalzos de lo bien que pasaba Cecilia el suape sobre el piso, con infinita suavidad; limpio y frío estaba el piso para caminar; nada de rastros de polvo, pisar el piso que trapeaba Cecilia invitaba al relajamiento y a la confianza.

Cecilia tenía 20 años limpiando en esa casa; su mirar era suave, perdido; su pelo era casi peinado, amarrado a una cola, su piel era color azabache y tenía un sonreír y un porte eterno de ternura, hasta en el caminar. Tenía unos 47 años, dos hijas y dos hijos. La más pequeña tiene 21 años. Sufre violencia de parte de sus hijos e hijas; igual del que fue su marido.

La maestra llegaba a las tres de la tarde para enseñarle a leer y escribir. Se sentía satisfecha por el empeño que mostraba esta indefensa amiga para querer escribir y para recordar las letras; aunque no lograba aprender más de dos palabras. –Yo hago que me interesa escribir, pero es para que no deje de ser mi amiga. Dijo Cecilia para sus adentros.

Cecilia aún no sabía escribir su nombre; y la maestra no entendía el por qué no le importaba. Le explicaba que podía no leer la palabra “veneno” y morir. -O puedes escribir amor, Cecilia. Pero nada; no lograba conmoverla.

Ella sí sabía suavizar las sábanas sobre el colchón, también sabía frotar las fundas sobre las almohadas, e igual se esmeraba en arrullar la ropa cuando planchaba.

Cuando terminaba de limpiar; la maestra Leticia y Cecilia se sentaban, tomaban jugo de limón y comían galletitas de soda; otras veces café y pan.

La maestra Leticia la miraba sin comprenderla; ya había aceptado que le interesara más frotar, acariciar, refrescar el piso; suavizar, antes que escribir…

-Si hubiese sido mi hija desde que nació, otra fuera la historia. – ¡No logro entender tanta suavidad para las paredes, los pisos y las ropas, cuando lo pudieras hacer con un lápiz sobre un papel!

No lograba hacer enojar a Cecilia; ella solo sabía sonreír susurrando sobre las bolas de espumas de jabón que le gustaba hacer, mientras jugaba, distraída.

De eso se trata la vida de Cecilia: susurrar, sonreír, suavizar, refrescar, frotar…e infinitas más acciones del arte amatorio de acariciar las cosas.

-Las personas me han salido muy duras de ablandar. Dijo entre dientes Cecilia para que la maestra no la escuchara.

Mildred Dolores Mata

Trabajadora social

Licenciada en Trabajo Social, PUCMM Maestría en Género y Desarrollo CEG-INTEC Feminista

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