¡Tu grito ancestral, Wasavara! Me provocaba una sonrisa y me hacía olvidar cualquier momento dramático que me estuviera tocando en esta llamada vida.
Tu energía limpia y pura de malas intenciones estaba siempre dispuesta a dar hasta lo que no tuvieras.
Enseñaste solidaridad en un mundo de egos y absurdas intenciones donde la mayoría de los artistas "creen" que "su obra" es la única que gustará al cliente…
Nunca hiciste un arte complaciente a pesar de los desatinos de tu camino; al contrario, creaste lo que sentía tu alma, como debe ser, y esta mostraba "truculencias" que no coincidían con tu persona.
Hasta tus angustias gozaban de un encanto que solo se alcanza a ver al paso de la última comparsa del carnaval de Santiago de Cuba, tu patria de nacimiento.
Aunque emigraste siendo un niño de 6 años, eras más cubano que cualquiera, a pesar de aquella vez en Chicago que le gritaste a la gringa con la que discutías que "eras un cubano de Miami"…
¡Tigre, tigre! Me decías con aprecio, ya que fuiste "uno de esos" que uno siente que lo quieren sinceramente. Así me lo demostraste siempre, ofreciéndome tus contactos a cambio de nada.
Tu obra, sin ninguna duda, está en la historia de los grandes, un Van Gogh moderno que el tiempo da lo que nunca vio el suyo.
¿Qué hombre logra atravesar tantas tentaciones humanas para convertirse en santo? No somos perfectos y qué pesar de quien esto busque…
Tus últimos años fueron los más tristes. La enfermedad que te arropó te hizo encerrarte en un silencio, ¡que ni siquiera a mí! Tu amigo adorado dejaste que entrara cuando abriste aquella puerta y te vi transformando tu cuerpo en espíritu.
¡Qué pesar, Wasa! La noticia que recibí hoy de tu partida. Terminaste en un lugar "inimaginado", ni siquiera en una de tus pinturas, o tal vez sí lo sabías y esos lienzos acuchillados y de rostros sin rostros intentaban avisarnos tu destino.
Un destino que, a pesar de lo oscuro, siempre lo ocultabas en colores alegres, aun asomarán los negros y grises "chismorreando" las angustias.
No sé qué decirte, Wasavara, solo la convicción de que ahora estás mejor en el cielo. Liberado de los demonios que nunca pudiste quitarte aquí en la tierra, a pesar de tu perpetuo optimismo y disimulada tristeza.
Tú sabes que te quise de verdad, no solo por tu obra majestuosa, sino por tu calidad humana, que es el mejor legado que podríamos dejar todos los que estamos en la brevedad del tiempo. ¡Salud, Wasavara! Por lo vivido. Máximo Caminero.
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