La aplicación y los resultados de las pruebas nacionales son noticias de interés para la sociedad. Los motivos que despiertan la atención de los actores y sectores sociales son diversos. Unos desean confirmar qué tan efectiva es la formación de los docentes para generar desempeños eficientes de los estudiantes. Otros centran su interés en los resultados, cuántos aprobarán y cuántos quedarán reprobados. Los hay, también, que focalizan su mirada en el avance o retroceso que presenta el sistema, por la cantidad de reprobados. Lo importante de esto es que se crea un estado de alerta social. En este contexto, persiste el lamento, sin revisión sistémica, de los factores que generan el alto número de reprobados en las pruebas nacionales de 2025: son 88, 538 aprobados y 22,000 reprobados, de un total de 114, 790 convocados y 111, 067 participantes.

No se puede negar la frustración que produce la alta cantidad de estudiantes que han reprobado. Los factores causales son múltiples. No hay una única causa. Ahora lo importante es analizar, muy bien, qué procesos y procedimientos va a desarrollar el Ministerio de Educación de la República Dominicana con los estudiantes para liberarlos de la deserción y motivarlos para que continúen su proceso formativo. Esto requiere participación activa y comprometida de la familia. El problema que hay que afrontar no es tarea exclusiva del MINERD; implica, integralmente, a las familias. De otra parte, a todos los docentes, tanto a los que celebran la aprobación de los estudiantes que acompañan, como a los que viven la preocupación de reprobación, que vuelvan a su vocación docente.

Volver a la vocación docente es dedicarle tiempo para pensarla y analizarla. Es, también, estimarla y tomar conciencia de lo que implica desde el ámbito personal, profesional y socioeducativo. Hoy parece obsoleto plantear la necesidad de reencontrarse con la vocación docente. Este no es un énfasis propio de la era digital. Interesa más que los docentes se apropien de recursos digitales, para hacer; y, sobre todo, para hacerlo bien. Pero, la vocación ha de ser un elemento constitutivo de la decisión que toman las personas que desean laborar en los procesos de enseñar y de aprender. Estimar la vocación es tarea y compromiso. El beneficio de este proceso de análisis tiene un alcance más allá de lo personal; impacta el desarrollo de las instituciones educativas y de la sociedad.

Estamos frente a un sistema educativo roto, a pesar de los esfuerzos que se realizan. Por ello, la vuelta a la vocación no es nada cursi; es una responsabilidad ineludible. Repensar la vocación, para afirmarla, para aportarle consistencia y calidad, es una demanda de la tarea educativa.  No basta la vocación, pero sin ella se instrumentaliza la profesión docente. Sin ella, se pervierten los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Además, sin una vocación probada, los resultados de aprendizaje, los resultados de las pruebas nacionales y la vida cotidiana de los centros educativos, pierden el equilibrio. Los profesores que viven su vocación al magisterio con pasión y alegría propician, en estudiantes y en la comunidad educativa, cambio de actitudes y cambio de prácticas.

La vocación real, no la simulada, impulsa y potencia la creatividad, ofrece oportunidades para disfrutar y vivenciar los aportes de las ciencias. Asimismo, produce paz interior, que se manifiesta en el fortalecimiento de la corresponsabilidad, el desarrollo de la capacidad de servicio y la apertura a nuevos aprendizajes. Ejercer la profesión docente sin visos de vocación produce lo contrario. Especialmente, mantiene al profesor pendiente de las salidas individuales. De igual modo, cuenta los días para celebrar la jubilación. Convierte el aula en un espacio marcado por la ansiedad y la impaciencia. Aún más, asume el estudio y la cualificación profesional como una carga. Sus intereses se distancian de la finalidad y de los objetivos de la educación.

Volver a la vocación es un acto de justicia educativa. Sin vocación educativa no se debiera aceptar a nadie en el sector. El vacío vocacional afecta, de forma profunda, la efectividad, el sentido transformador y los compromisos socioeducativos y políticos de los actores y sectores del campo de la educación. La vocación docente hay que respetarla, hay que cultivarla, hay que vivirla. La vocación fortalece el ser docente y resitúa el hacer. Es un hacer con sentido, un hacer para construir significados. La articulacione entre ser y hacer dan como resultado un docente comprometido de forma integral con su misión, sus responsabilidades y desafíos en el campo de la educación y en la sociedad.

Dinorah García Romero

Educadora

Investigadora del Centro Cultural Poveda - Directora  del Proyecto: Instituto Superior de Estudios Educativos Pedro Poveda. - Titular de Formación continuada en el Centro Cultural Poveda. - Docente del  Máster en Psicología de la Educación y Desarrollo Humano en Contextos Multiculturales,  Universidad de Valencia-Universidad Autónoma de Santo Domingo. - Co-Directora de Tesis en el Programa de Doctorado en Educación, Universidad de Valencia-Universidad-Autónoma de Santo Domingo.  

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