Soy política de profesión. Mis inicios estuvieron iluminados por el liderazgo de José Francisco Peña Gómez, quien, con su rica prosa y vasto conocimiento de la historia, me inspiró a seguirlo. Así llegué a formar parte del movimiento Compromiso Nacional, de la mano de mi padre político, Fello Suberví.
Luego ingresé al Partido Revolucionario Dominicano, donde he militado por más de treinta años y he ocupado desde la secretaría de un comité de base hasta posiciones de alta responsabilidad en su Comisión Política, en organismos internacionales y en la administración pública.
He dedicado mis mejores años a una actividad que es inherente a la naturaleza humana, esencial para la convivencia, la toma de decisiones colectivas, la gestión de los asuntos públicos y la búsqueda del bien común: la política.
Todas las personas que me conocen saben que mi época preferida del año es la Navidad, tiempo de renacer, de regresar, de reunirse y de celebrar con amistades y en familia; una celebración que considero hermosa, como solo puede serlo una fecha en la que el mundo se une alrededor del amor y la generosidad. La ocasión propicia para propagar un mensaje de esperanza.
Durante estos días navideños he reflexionado sobre lo sucedido en el año que concluye y, envuelta en el influjo del aroma a puerquito asao, entendí, como un rayo, que era un buen momento para los teléfonos a un lado y dedicarme a escribir estas notas que comparto con ustedes.
Este ha sido un año de muchas preguntas y pocas respuestas. Vivimos en un país con una democracia que flota sobre una profunda desigualdad, que se tambalea sobre culturas civiles y políticas con escaso fundamento democrático y plagadas de “demócratas de oficio”.
Las consecuencias se reflejan en los bajos niveles de cultura de la legalidad; en la persistencia del clientelismo, que en muchos casos convierte el voto no en el ejercicio de una libertad, sino en una vulgar transacción; en el corporativismo, la corrupción, la debilidad institucional y el frágil ejercicio de ciudadanía.
Este año que casi termina, nos mostró las peores formas de manejar el poder político con fines de enriquecimiento personal, algo éticamente inaceptable, pues viola el principio fundamental del servicio público, al priorizar el beneficio individual sobre el bien común.
Peña Gómez nos diría que hay que volver a la ética política que exige honestidad, transparencia y responsabilidad; una ética que persigue la justicia y la integridad en lugar de la corrupción o el lucro individual.
La clase política debe dejar de hablar de ética y comenzar a actuar con ética; que el accionar sea el ejemplo que envíe un mensaje de compromiso con el país y devuelva la confianza y la esperanza.
El liderazgo político debe entender el poder como una herramienta de servicio, no como un medio para incrementar el patrimonio personal. Volver a vivir para la política.
Porque la legitimidad de un gobierno se basa en la capacidad de sus líderes para anteponer los intereses ciudadanos a los propios, consolidando así una democracia sólida sustentada en la confianza.
Y si algo nos regaló este 2025 fue constatar cómo el poder mediático, otrora cuarto poder independiente, se ha convertido en la voz sumisa del poder político y, sobre todo, de su propietario: el poder financiero.
Ya no son solo los gobernantes quienes resultan rechazados; también lo son las instituciones que conforman el presunto Estado democrático. Se cuestiona todo lo que encarna el poder: las cámaras representativas, el Poder Judicial y, sobre todo, el gobierno de la nación y el partido que lo sustenta.
La desesperanza frente al ejercicio político es un fenómeno creciente que genera estrés, ansiedad y síntomas físicos en la ciudadanía, provocado por la corrupción y la falta de acción en temas relevantes.
Y ante el desencanto ciudadano, ¿cuál es la mejor manera de celebrar la Navidad? Sin lugar a dudas, existirán tantas respuestas como personas se formulen la pregunta. Como todo en la vida, esa respuesta estará influenciada por las creencias, las costumbres, la realidad familiar y los valores que se practican.
Ojalá que en esta Navidad que acaba de pasar muchos hayan podido “volver a casa”, llenarse el espíritu de cosas buenas y contagiar a sus semejantes. Que les haya recargado de energía positiva, que los haya transportado al génesis de la vida, la familia, los amigos, los semejantes y, sobre todo, que haya renacido en sus corazones el compromiso de ejercer una ciudadanía más honesta, transparente y responsable, que nos permita retomar un proyecto de país más justo y solidario.
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