Poco a poco, Pedernales ha ido perdiendo su envidiable paz de toda la vida. Hay señales cada vez más acentuadas sobre inseguridad en el ambiente.

Negarlo, por pretender “tapar el sol con un dedo”, por  chauvinismo o por poses de amor por el terruño, nos convierte en multiplicadores e instaladores del mal, si no en cómplices por omisión. Una perversidad que borraría del mapa la comunidad como la conocemos y, de entrada, sepultaría al turismo naciente.

Así que no caben medias tintas si amor sentimos realmente por la provincia y el sudoeste todo.

A cualquiera que se sienta pedernalense bueno solo le sería aceptable el reconocimiento de la realidad real. Porque solo con un diagnóstico a mano, sin ocultamientos, se podría diseñar estrategias y activar tácticas para atacar la plaga que comienza a reproducirse. “El mal con tiempo tiene cura”, sentencia la sabiduría popular.

Cada vez es más común que homicidas y otros delincuentes perseguidos de la Policía y la justicia en la capital y otras ciudades del país entren a Pedernales “como Pedro por su casa”, alquilen habitaciones o viviendas y las usen como guarida. Otros, con nacionales diversas, llegan e instalan negocios para trasiego de drogas, armas y trata de humanos.

Palpita la delincuencia callejera expresada en asaltos a mano armada, día y noche, a personas que transitan por las calles; robos a turistas nacionales y extranjeros por parte de los descuidistas; crecen los escalamientos en viviendas encabezados parte de haitianos y dominicanos; y ya hay casos sonados de atracos a negocios por parte malhechores que viajan en coches privados al municipio con ese objetivo.

Si se suma la toma de los espacios públicos para negocios privados, el ruido, el desorden en el tránsito y la sepultura de los valores tradicionales que han servido de pilares a la comunidad, entonces, lo de remanso de paz que nos ha enorgullecido desde la fundación de la comarca, en 1927,  comienza a ser parte de la historia, si ya no está.

Pero hay algo importante: el problema está aquí identificado, e irá de leve a grave, si no actuamos ahora. El reto es saber cómo lo vamos a enfrentar.

Por lo pronto, comencemos por una mirada caleidoscópica a la situación y entendamos que la responsabilidad de la seguridad ciudadana no solo debería recaer en la autoridad, sino en toda la comunidad.

Cada quien debería ser protagonista, vigilante celoso de su entorno, solidario con el vecino, porque –si se alborota todo- todos perderemos.

El pueblo, dividido, fanatizado por los políticos malos, terminará como un campo insufrible, solo apto para delincuentes nacionales e internacionales. Muchos nativos se marcharán; nadie querrá visitarlo, los inversores se alejarán y el turismo, que nada quiere con inseguridad,  patinará hasta esfumarse.

Sin participación comunitaria libre de allante, iremos de mal en peor. Más ahora que nunca, la mancuerna gobernantes-gobernados es vital, a menos que se quiera jugar a la demagogia, a la exclusión de siempre y a la perdedera de tiempo. Unos y otros han de estar concienciados sobre su rol social frente a la amenaza de la coyuntura.

Flotan, sin embargo, dos interrogantes: ¿Hay voluntad oficial para abrir el abanico de participación comunitaria real? ¿Están las autoridades en capacidad de emocionar a la población e integrarla para, como colectivo, acometer tal reto?

Los antecedentes no ayudan. El Estado con su sistema de planificación normativo y centralizado no es dado a propiciar empoderamiento ciudadano. Históricamente se ha agotado en diseñar proyectos caros desde los “centros del saber” para vaciarlos entre los destinatarios pasivos, “no pensantes”, sin reparar siquiera en cuáles son las prioridades de esos grupos, lo cual casi siempre termina en fracaso.

En Pedernales aún estamos a tiempo de convertirnos en un modelo universal de seguridad, paz y hospitalidad que mueva al mundo a conocerle y desear vivir en él, pese a la distancia. Sería el mejor legado. No esperemos que nos caiga del cielo. Actuemos. Evitemos lamentos, mañana.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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