El cierre gubernamental agrava la ya difícil situación fiscal de Estados Unidos. Con un gobierno federal controlado casi por completo por los republicanos, más de 750,000 empleados federales suspendidos y protestas recientes, se desnuda la realidad de un sistema con tintes monárquicos.
El shutdown no es un fenómeno nuevo. Es una táctica dilatoria utilizada por los partidos para trabar el funcionamiento del sistema federal, ralentizando —de forma parcial o absoluta— sus operaciones. Esta herramienta de interrupción financiera ha estado presente en distintas administraciones, como las de Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Obama y, actualmente, con Trump, quien ya acumula un mes de parálisis política.
Como era de esperarse, esta situación ha provocado protestas masivas en diversas ciudades y estados bajo la consigna: “No King in America”. El descontento es alarmante, a casi un año de una administración marcada por los desaciertos políticos, la represión hacia los medios informativos y el mal manejo de la política exterior. Una política que solo busca proyectar la figura del mandatario, intentando minimizar el impacto negativo del desclasificado expediente de Jeffrey Epstein, que presuntamente lo vincula como figura cercana al fallecido magnate.
Asimismo, se mencionan conexiones con el hermano del rey Carlos de Inglaterra y una serie de personajes implicados en uno de los mayores escándalos de tráfico sexual de menores del siglo.
En el clima actual, la apariencia ha reemplazado a la decencia en la primera economía del mundo, que continúa arrodillando a todo aquel que no se somete a sus directrices.
“No a la era del rey” es el grito con que los estadounidenses enfrentan las cada vez más extemporáneas aspiraciones gubernamentales de centralizar el poder en una sola persona, así como el impulso nacionalista reflejado en políticas comerciales agresivas, como la imposición de altos aranceles.
La falta de rendición de cuentas y la marcada idolatría en torno a la figura del mandatario se manifiestan en gestos como su aspiración declarada al Premio Nobel de la Paz, la entrega de obsequios lujosos —entre ellos un Boeing 747, joyas y regalos de ejecutivos del mundo cibernético—, símbolos todos de una peligrosa devoción política.
Mientras tanto, la desesperanza aumenta entre los empleados que no reciben su salario. La actividad de los museos y casi todas las instituciones que dependen del erario público, en Washington y en otros estados, están paralizadas hasta la disolución del shutdown.
A la par, continúa la contraofensiva del gobierno para silenciar a los medios e hiperbolizar la figura del presidente en plataformas conservadoras como Fox News, otorgando espacios a sus funcionarios para reforzar el lema presidencial: “Make America Great Again”.
Pero entre el cierre, las protestas y un presidente que ansía convertirse en monarca, siguen las deportaciones, el nepotismo y las políticas carentes de objetividad, en una era en la que se han normalizado las contradicciones.
Un grupo de funcionarios ha hecho del pantano llamado Washington D. C. un espacio donde impera la avaricia. En el clima actual, la apariencia ha reemplazado a la decencia en la primera economía del mundo, que continúa arrodillando a todo aquel que no se somete a sus directrices.
Sin diplomacia ni diálogo, esta nación exhibe con un orgullo despiadado aquello para lo que fue construida: para colocar, a todo costo, su nombre sobre cimientos hechos de sus propios muertos.
¡Arriba las protestas! Marchemos para devolver el honor a esta nación y transformar la rabia de quienes no toleramos la injusticia en una consigna de decencia frente a lo injusto, lo ilegal y lo deshonesto.
Compartir esta nota